Ciencia e innovación

Inteligencia sanitaria desde el fin del mundo que podría salvar al planeta

Chile ha sido seleccionado por la FAO como uno de los cinco países piloto a nivel mundial para liderar un ambicioso proyecto de inteligencia zoosanitaria que apunta a anticipar y contener futuras crisis sanitarias globales. Esta movida posiciona a Chile no solo como el único representante de América Latina y el Caribe en la iniciativa, sino también como un referente regional en vigilancia epidemiológica animal, gracias al trabajo sostenido del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). El programa está anclado al enfoque “Una Sola Salud”, que busca conectar salud humana, animal y ambiental en un mismo frente de defensa ante emergencias sanitarias.

La presentación del proyecto se realizó en el Parque Humedal Río Maipo, en Santo Domingo, un punto clave por su alta concentración de aves migratorias y su cercanía a instalaciones avícolas, lo que lo convierte en zona de riesgo sanitario. Allí, equipos del SAG realizaron demostraciones en terreno sobre captura y muestreo de aves silvestres frente a representantes de la FAO y el Ministerio de Salud. La estrategia contempla reforzar la bioseguridad en campo y mejorar los sistemas de información sanitaria, a partir de planes piloto que cruzan tecnología, territorio y acción directa.

En concreto, el proyecto permitirá al país revisar y optimizar su sistema de alerta temprana, enfocado especialmente en el control de la Influenza Aviar de Alta Patogenicidad (IAAP) y en la erradicación de la brucelosis bovina. Rodrigo Sotomayor, subdirector de Gestión Técnica del SAG, enfatizó que este trabajo no solo moderniza las capacidades técnicas del organismo, sino que también refuerza su rol estratégico como actor central en la prevención de brotes que impactan simultáneamente a la salud pública, la economía y el medio ambiente. La meta a largo plazo es clara: diseñar un modelo de inteligencia sanitaria chileno que pueda ser replicado a escala regional.

Tecnología y vigilancia para defender los alimentos de Chile

El Estado chileno ha dado un paso estratégico para blindar su producción agropecuaria frente a los desafíos del cambio climático, el comercio global y las crisis sanitarias emergentes. Con una inversión total de 50 millones de dólares financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el programa “Chile alimenta el futuro” busca modernizar y fortalecer los servicios públicos vinculados a la seguridad alimentaria, con especial énfasis en el rol del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), que ejecutará más de 33 mil millones de pesos hasta 2029.

El foco estará puesto en tres ejes: modernizar la red nacional de laboratorios, robustecer los controles fronterizos y crear una Unidad de Inteligencia Fito y Zoosanitaria capaz de anticipar y contener nuevas amenazas con el respaldo de datos, algoritmos y modelos predictivos. Para el director nacional del SAG, José Guajardo Reyes, se trata de un avance decisivo hacia una gestión sanitaria “más preventiva y basada en tecnología”, clave para sostener la capacidad exportadora del país y enfrentar contextos de riesgo creciente.

Los laboratorios del SAG, pieza clave en la sanidad animal, vegetal e inocuidad alimentaria, serán renovados con tecnología de punta, incluyendo la incorporación de un laboratorio con nivel de bioseguridad 3 (BSL3), permitiendo diagnósticos más rápidos y respuestas más eficaces frente a brotes. Esto elevará los estándares analíticos tanto para el consumo interno como para los mercados internacionales.

En paralelo, el programa fortalecerá los más de 100 puntos de control fronterizo del país. Solo en 2023, el SAG inspeccionó más de 20 millones de envíos postales internacionales, además de ejercer un control total en aeropuertos y pasos terrestres. Con la llegada de nuevos equipos de rayos X, incineradores y otras tecnologías, se busca elevar aún más la capacidad de vigilancia y contención de amenazas externas.

La gran innovación será la implementación de una unidad de inteligencia fito y zoosanitaria que, inspirada en modelos como los de Nueva Zelanda y México, empleará inteligencia artificial y análisis de datos para anticiparse a enfermedades, plagas o riesgos emergentes, en un entorno marcado por la interconexión global y el cambio climático.

“Chile alimenta el futuro” es ejecutado por la Subsecretaría de Agricultura y coejecutado por SAG e INDAP. Su propósito va más allá de una respuesta técnica: busca garantizar un sistema alimentario justo, sostenible y resiliente frente a los desafíos del presente y del futuro.

Datos, realidad virtual y prevención en la nueva era alimentaria

La seguridad alimentaria ya no es solo un tema de higiene en la cocina: es una cuestión de salud pública, desarrollo y ciencia aplicada. En el marco del Día Mundial de la Inocuidad de los Alimentos, más de 650 personas de distintos rincones de América Latina y el Caribe se conectaron al webinario regional Ciencia en Acción, una iniciativa destinada a socializar experiencias, avances tecnológicos y desafíos urgentes en torno a la inocuidad de los alimentos, entendida como un eje central en la salud de millones.

El evento reunió a representantes de gobiernos, entidades científicas, organismos internacionales y actores privados de países como Brasil, Chile, Guatemala, México y República Dominicana. La sesión fue inaugurada por figuras clave del sistema agroalimentario regional: Máximo Torero de la FAO, Ottorino Cosivi de la OPS, Leonardo Veiga del CCLAC, José Urdaz del IICA y Raúl Rodas del OIRSA, entre otros. Su presencia marcó el tono técnico y político del encuentro: sin ciencia, no hay decisiones informadas; sin inocuidad, no hay alimentación segura.

Entre los casos destacados estuvo el uso de Inteligencia Artificial y simulación virtual desarrollada por OIRSA, una tecnología que utiliza realidad aumentada para capacitar inspectores sanitarios y anticipar amenazas. Desde Chile, la Agencia Chilena para la Inocuidad y Calidad Alimentaria (ACHIPIA) expuso sus avances desde las ciencias sociales, apostando por instalar una “cultura de la inocuidad” que atraviese toda la cadena alimentaria, desde la producción hasta el consumo. Brasil, por su parte, mostró cómo el intercambio de datos científicos puede alimentar los estándares internacionales del Codex Alimentarius, una herramienta clave del sistema normativo alimentario global.

El cierre del evento contó con una mesa redonda que cruzó perspectivas de gobiernos y empresas privadas sobre cómo usar datos científicos para fortalecer la toma de decisiones. Lejos de la teoría, el mensaje fue claro: la ciencia debe estar en el centro de las políticas alimentarias si se quiere prevenir enfermedades, garantizar el derecho a una alimentación segura y evitar miles de muertes evitables.

Y es que los datos son alarmantes. Según la OMS, cada año 600 millones de personas —una de cada diez— enferman por ingerir alimentos contaminados. En América Latina, esta cifra alcanza los 77 millones de casos, con 31 millones de niños y niñas afectados, y cerca de 9 mil muertes anuales. En este contexto, la inocuidad no es una opción: es parte inseparable de la seguridad alimentaria y del derecho humano a una vida saludable.

Este 2025, bajo el lema Ciencia en Acción, Naciones Unidas busca reforzar el rol de las distintas disciplinas —desde la microbiología hasta la ciencia de datos y las tecnologías inmersivas— en la construcción de sistemas alimentarios más seguros, resilientes y basados en evidencia. Porque comer no debería ser un riesgo.

Cultivar hongos en casa con ciencia y sin riesgos

Aunque muchos conocieron al Cordyceps por su versión apocalíptica en la serie “The Last of Us”, donde el hongo era responsable de una pandemia global, la realidad del mundo fungi es mucho más rica, diversa y útil de lo que la ficción sugiere. Con más de 144.000 especies conocidas, los hongos habitan un universo poco explorado que va desde lo gastronómico hasta lo medicinal, ofreciendo beneficios que aún están en proceso de ser completamente comprendidos por la ciencia.

Fernando Ortiz, académico de la Facultad de Química y Biología de la Universidad de Santiago, destaca que, si bien hay especies comestibles altamente nutritivas como el champiñón de París, el shiitake, el portobello o el hongo ostra, también existen otras que pueden ser mortales. La diferencia no siempre es evidente, por lo que recomienda evitar el consumo de cualquier hongo silvestre sin el respaldo de especialistas. De hecho, ejemplares del mismo género pueden variar enormemente en su toxicidad. Mientras el Agaricus bisporus es completamente seguro, su “primo” Agaricus xanthodermapuede causar serias intoxicaciones gastrointestinales.

El mundo de los hongos adaptógenos, como el reishi, la melena de león o la cola de pavo, ha ganado terreno en la cultura del bienestar. Se consumen en gotas o cápsulas y se les atribuyen propiedades como la reducción del estrés, el fortalecimiento del sistema inmunológico y la mejora de la concentración. Ortiz señala que si bien estos efectos son prometedores, aún se requiere más evidencia científica para avalar su uso como tratamientos formales para enfermedades como el cáncer o trastornos neurológicos. Hasta ahora, su consumo como nutracéutico, es decir, como complemento dietético, se considera seguro siempre que no sustituya terapias médicas convencionales.

Más allá de su aporte en vitaminas, fibra y proteínas, investigaciones recientes sugieren que los hongos pueden ayudar a controlar la presión arterial, prevenir accidentes cerebrovasculares y aportar propiedades antibacterianas. Ortiz invita a quienes deseen cultivarlos en casa a hacerlo, pero siempre asesorados por expertos. En Chile existen organizaciones como Fundación Fungi y la ONG Micófilos que promueven el cultivo responsable y la educación sobre estas especies.

El potencial de los hongos parece estar solo comenzando a desplegarse. Desde el plato hasta el laboratorio, este reino biológico ofrece una promesa silenciosa de salud, siempre y cuando se aborde con respeto, ciencia y conocimiento.

El dilema ecológico de ser amable con un chatbot

Saludar, decir “por favor” o terminar con un “gracias” parece una cortesía mínima, casi automática, en cualquier conversación. Pero cuando estas palabras son dirigidas a una inteligencia artificial como ChatGPT, podrían tener un efecto inesperado: mejorar la calidad de las respuestas. Al menos eso sugieren investigadores y especialistas en tecnología del lenguaje, que observan cómo la forma en que se formula una consulta; el llamado prompt, puede influir en la precisión y profundidad de la respuesta generada por un modelo de lenguaje.

Según Gustavo Alcántara, académico en Telecomunicaciones y Aplicaciones de la Universidad de Santiago, estudios recientes muestran que un tono más cordial y emocional puede generar mejores resultados. Cita una investigación de la Universidad de Waseda, que demuestra cómo la cortesía al interactuar con modelos LLM (Large Language Models) no solo mejora la interacción, sino que reduce la tasa de errores. Estos sistemas, como ChatGPT, operan a partir de complejos procesos de aprendizaje profundo que dependen de matices lingüísticos para entender lo que se les pide. Y ahí es donde las fórmulas amables parecen marcar una diferencia.

Esta hipótesis; casi contraintuitiva, sugiere que las emociones humanas no solo hacen más llevaderas las conversaciones con máquinas, sino que también pueden afinar sus capacidades cognitivas artificiales. Decir “¿Podrías explicarme, por favor?” no es solo un gesto de buena educación: es también una estrategia que puede sacar lo mejor del algoritmo.

Pero esta amabilidad no es gratis. O, mejor dicho, tiene un costo invisible que va más allá del tiempo o el estilo. Como advierte Alcántara, esta manera más personalizada y emocional de interactuar con sistemas como ChatGPT podría implicar un mayor consumo energético. “Cada vez que el sistema tiene que analizar más profundamente un mensaje cargado de matices emocionales o personalizados, se intensifica su procesamiento, lo que puede elevar el uso de energía”, explica.

OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, estima que el entrenamiento de su modelo GPT-3 demandó más de 1.287 MWh, una cifra significativa si se considera el volumen masivo de usuarios que interactúan con el sistema a diario. Y aunque una simple pregunta parezca inofensiva en términos ambientales, cuando millones de personas lo hacen constantemente, y de forma extensa o emocional, el impacto acumulativo se vuelve más preocupante.

Además, este procesamiento intensivo requiere sistemas de refrigeración de alto consumo hídrico en los centros de datos, lo que suma otra capa de tensión ambiental. En un contexto global de crisis climática y escasez de agua, esta huella ecológica no puede pasarse por alto.

Así, la paradoja queda planteada: ser amable con la inteligencia artificial mejora la interacción, pero también puede contribuir a una carga ambiental más pesada. ¿Estamos dispuestos a asumir ese costo por una respuesta mejor formulada? ¿O deberíamos repensar cómo y cuándo usamos estos recursos tecnológicos?

La relación entre humanos e inteligencias artificiales está lejos de ser neutral. Hasta un “hola” bienintencionado puede tener consecuencias insospechadas.

La era del deinfluencing está reescribiendo el marketing digital

En un escenario saturado de promociones camufladas y productos que prometen ser “imprescindibles”, ha emergido una corriente inesperada: el deinfluencing. Este fenómeno, surgido en plataformas como TikTok durante 2023, es liderado por creadores de contenido que han decidido no solo rechazar productos sobrevalorados, sino también alzar la voz contra prácticas de consumo poco éticas o innecesarias. La tendencia, lejos de ser marginal, está comenzando a redefinir la relación entre marcas, influencers y sus comunidades.

El deinfluencing no se trata simplemente de decir “no lo compres”, sino de construir un nuevo marco de honestidad radical en las redes sociales. A diferencia del marketing tradicional, que celebra el consumo sin matices, esta nueva ola de creadores apuesta por la transparencia, la revisión crítica y el consumo responsable. Es una reacción orgánica ante una audiencia cada vez más informada y desconfiada de las recomendaciones enmascaradas de contenido auténtico.

Un estudio reciente de Morning Consult (2024) reveló que el 84 % de los consumidores confían más en influencers que son capaces de emitir opiniones honestas, incluso si son negativas. Esto deja en evidencia el cambio de paradigma: lo que antes era un terreno fértil para el culto a la marca, ahora se convierte en un espacio donde se premia la sinceridad, incluso si incomoda. El nuevo influencer ya no es un escaparate perfecto, sino una voz crítica que no teme decepcionar a las marcas si eso significa cuidar la relación con su comunidad.

Para las marcas, esta tendencia no es una amenaza sino un espejo. Las campañas enfocadas únicamente en visibilidad y alcance están quedando obsoletas frente a una generación que exige integridad en cada publicación. En este nuevo ecosistema, las estrategias de marketing deben construirse sobre relaciones reales. Colaboraciones a largo plazo, libertad creativa sin guión impuesto y aceptación de la crítica se están convirtiendo en las claves del juego. Aquellas marcas que entiendan que ser vulnerables también puede ser una fortaleza, lograrán una conexión mucho más potente con sus públicos.

El deinfluencing también obliga a transparentar las dinámicas del patrocinio. Cada vez son más las audiencias que quieren saber si un post está pagado, y bajo qué condiciones se produjo. Ocultar un acuerdo comercial se ve como una falta ética, no como una astucia de marketing. Por eso, los creadores más valorados son quienes no temen mostrar el detrás de escena y, en algunos casos, reconocer que ciertos productos no cumplieron las expectativas, aún si fueron parte de una campaña.

Este giro en las redes sociales representa una oportunidad para repensar lo que entendemos por influencia. En lugar de alimentar una economía del deseo sin freno, el deinfluencing propone una cultura más crítica, consciente y honesta. En una era donde la confianza vale más que los likes, las marcas que escuchen; y no solo hablen, serán las que sobrevivan. Porque el futuro del marketing no es más persuasivo, sino más transparente.

Investigación chilena rompe con un principio clave de la física

Un equipo de investigadores de la Universidad de Chile logró demostrar, por primera vez, que la interacción entre dos sistemas fotónicos distintos puede no ser simétrica ni recíproca, lo que desafía un principio ampliamente aceptado en la física. Esta asimetría, observada experimentalmente, podría tener aplicaciones directas en tecnologías como las redes de fibra óptica, al permitir, por ejemplo, optimizar el flujo de datos hacia usuarios específicos.

Rodrigo Vicencio, físico del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas y autor principal del estudio, explica que el hallazgo cuestiona la noción tradicional de simetría en las interacciones físicas. “Si un elemento entrega lo mismo que recibe, hablamos de reciprocidad. Pero lo que observamos rompe con esa lógica: probamos que dos sistemas distintos pueden interactuar de manera no simétrica”, afirma. Según el académico, esta propiedad podría ser tan transversal como para ofrecer analogías con dinámicas sociales, donde las relaciones también suelen estar marcadas por desequilibrios de poder o influencia.

La investigación se desarrolló íntegramente en el Laboratorio de Redes Fotónicas del Departamento de Física de la Universidad de Chile, desde la formulación teórica y modelamiento computacional hasta la fabricación y medición de dispositivos reales. Luego de meses de trabajo experimental, el equipo logró construir decenas de acopladores fotónicos; dispositivos que conectan fibras ópticas, y comprobar que el comportamiento no era simétrico, lo que representa un cambio de paradigma en la comprensión de estas interacciones.

Estos acopladores permitieron evidenciar, de manera sistemática, diferencias en la transmisión de señales entre dos fibras ópticas, lo que sugiere que estas asimetrías podrían aprovecharse para mejorar el rendimiento de redes de comunicación, por ejemplo, direccionando mayor ancho de banda a ciertos nodos dentro de un sistema.

El equipo ya se prepara para una segunda etapa de investigación, en la que se estudiarán configuraciones más complejas y nuevas implementaciones experimentales, incluyendo redes fotónicas de una y dos dimensiones, lo que podría abrir aún más posibilidades en telecomunicaciones y procesamiento de señales.

Además de Vicencio, el estudio fue desarrollado junto a un equipo de jóvenes investigadores del Departamento de Física: Diego Román, responsable de las simulaciones numéricas; Martín Rubio, encargado de los experimentos estadísticos; Paloma Vildoso, quien trabajó en las pruebas con acopladores; y Luis Foa, académico y director del DFI, que contribuyó en la teoría y redacción del artículo.

El trabajo no solo representa un avance fundamental en óptica y física aplicada, sino que posiciona al equipo chileno en la vanguardia de un campo con implicancias directas para el futuro de las comunicaciones globales.

Uso ético y responsable de la IA marca la nueva agenda en la educación universitaria

Desde 2015, la Universidad de Chile realiza la Encuesta Única de Admisión, un estudio anual que recoge información clave sobre las primeras experiencias y preocupaciones de quienes ingresan a la casa de estudios. Para su versión 2025, esta encuesta incorporó un enfoque novedoso: preguntas sobre el uso y las percepciones de la inteligencia artificial (IA), reflejando cómo esta tecnología se ha ido integrando con rapidez en la educación superior y en la sala de clases.

Leonor Armanet, directora de Pregrado, explica que la IA está cada vez más presente en la vida académica de las y los estudiantes, y que desde el Departamento de Pregrado se ha trabajado en abrir debates sobre su uso ético y responsable, así como en compartir buenas prácticas y ofrecer formación para su integración pedagógica. Esta encuesta no solo permite conocer el panorama actual, sino que también ofrece datos fundamentales para tomar decisiones que potencien el aprendizaje y la formación universitaria.

El informe, que entrega datos tanto a nivel institucional como segmentados por facultades y carreras, es una herramienta para quienes diseñan políticas y estrategias educativas. Anita Rojas, subdirectora de Pregrado, subraya que la IA lleva tiempo en la agenda de la universidad, mencionando incluso proyectos previos de exploración pedagógica en esta área. Alejandro Sevilla, coordinador de la Unidad de Estudios, destaca que la encuesta incluyó preguntas específicas sobre el uso de IA generativa para contar con información fresca que guíe la creación de lineamientos en la formación de primer año.

Los resultados revelan que un 81% de la generación mechona del 2025 ha utilizado herramientas de inteligencia artificial, con una diferencia notable entre hombres y mujeres (85% versus 78%). La función principal de estas tecnologías es ayudar a resolver dudas sobre contenidos específicos, reportado por el 91% de los encuestados, siendo ChatGPT la IA más popular con un 94% de uso.

Aunque la mayoría aprueba el uso de IA para actividades recreativas, búsqueda de información, tutorías personales y resúmenes de estudio, existe un rechazo importante hacia su uso en la realización de trabajos o tareas: un 54% está en desacuerdo con esta práctica. Las mujeres, en particular, muestran mayor resistencia a emplear la IA para estas labores, además de un mayor porcentaje de indecisión en el total de estudiantes.

Estos hallazgos son esenciales para que la Universidad de Chile continúe ajustando sus estrategias en docencia, fomentando un uso ético, crítico y pedagógico de la IA que responda a las necesidades y realidades de esta nueva generación universitaria.

La Encuesta Única de Admisión, con su alta tasa de respuesta del 78%, se convierte así en una herramienta estratégica para la toma de decisiones basadas en evidencia. Sus resultados alimentan procesos como la formación docente, las tutorías, la inducción universitaria y la orientación estudiantil, fortaleciendo la experiencia académica desde el primer día.

Los surcos del universo revelan secretos de planetas invisibles

Durante años, los astrónomos han observado misteriosos anillos y surcos en los discos de gas y polvo que rodean a estrellas jóvenes, sin entender del todo qué los originaba. Ahora, un equipo interdisciplinario de Chile y Argentina ha entregado una respuesta concreta a uno de los mayores enigmas de la astrofísica planetaria: esas estructuras son, en realidad, huellas de planetas en formación. Y lo más revelador es que esos mundos apenas están naciendo, por lo que resultan imposibles de ver con los métodos tradicionales.

El hallazgo es resultado de más de una década de colaboración entre el Instituto de Estudios Astrofísicos de la Universidad Diego Portales (UDP), la Universidad de Santiago de Chile (USACH) y el Instituto de Astrofísica de La Plata. Con una sola simulación computacional, lograron reproducir la compleja variedad de formas observadas por el radiotelescopio ALMA en discos protoplanetarios, esas especies de cunas cósmicas donde nacen nuevos mundos. Sebastián Pérez, físico de la USACH e investigador del Núcleo Milenio YEMS, explica que este avance permite reinterpretar las imágenes de esos discos y situarlas dentro de una secuencia evolutiva coherente. En otras palabras, estamos viendo cómo se forman los planetas casi en tiempo real.

El proyecto, bautizado ODISEA, es liderado por Lucas Cieza (UDP), y confirma lo que hasta ahora era solo una hipótesis: que los surcos y anillos no se deben a inestabilidades gravitacionales ni a efectos magnéticos, sino a la acción concreta de planetas jóvenes tallando caminos a su paso dentro del disco. La clave para demostrarlo estuvo en el desarrollo de modelos numéricos avanzados, capaces de simular la interacción entre un planeta y el entorno que lo rodea. Estos modelos no solo encajan con las observaciones, sino que abren una puerta a detectar exoplanetas que, de otro modo, serían invisibles.

La investigación se potenció este año cuando los académicos Sebastián Pérez, Fernando Rannou (USACH), Lucas Cieza y el argentino Santiago Orcajo se reunieron en la USACH para afinar las simulaciones. El cruce entre astronomía e informática fue fundamental, revelando el enorme potencial que tiene la computación científica para abrir nuevas rutas en la exploración del universo. Como apunta Pérez, esta colaboración demuestra cómo las fronteras entre disciplinas se diluyen cuando el objetivo es entender fenómenos que ocurren a miles de millones de kilómetros.

Los resultados fueron obtenidos en el marco del Núcleo Milenio sobre Exoplanetas Jóvenes y sus Lunas (YEMS), dirigido por Alice Zurlo, y aunque el misterio de los surcos fue resuelto, lo que sigue es aún más inquietante: ¿por qué estos planetas se forman tan rápido? ¿Cuántos más están ocultos en esos discos? Lo que está claro es que esta ODISEA recién comienza. El universo sigue hablando y, por fin, tenemos la tecnología para empezar a escucharlo con atención.

Educar con robots no es ciencia ficción en Chile

Ya no hablamos de un mañana imaginario. En 2025, la inteligencia artificial y otras tecnologías están dejando de ser promesas para convertirse en parte del paisaje educativo chileno. Desde la incorporación de asistentes virtuales hasta el uso de realidad aumentada en las salas de clase, la escuela está mutando. Pero esta transformación no pasa solo por tener dispositivos más modernos, sino por cómo se integran en el ecosistema pedagógico.

La educación actual enfrenta una tensión productiva: avanzar tecnológicamente sin perder de vista la pedagogía. La IA, por ejemplo, permite personalizar el aprendizaje, estimular la autonomía del estudiante e incluso mejorar los procesos de inclusión. Pero sin docentes activos y capacitados, cualquier herramienta pierde su potencial. Por eso, la formación en competencias digitales y pensamiento crítico ya no es opcional para los educadores; es urgente.

El problema, sin embargo, es que no todos los estudiantes acceden en igualdad de condiciones a esta revolución digital. Las brechas de conectividad y equipamiento siguen marcando las diferencias entre quienes pueden y no pueden aprovechar estas herramientas. Ante ese escenario, diseñar políticas inclusivas, con acompañamiento institucional y formación docente continua, se vuelve indispensable para que la tecnología no amplíe la desigualdad, sino que la combata.

Una de las propuestas más interesantes que ha emergido en este contexto es la llamada Educación Aumentada: una metodología que combina recursos físicos y digitales, sin reemplazar la enseñanza tradicional, sino enriqueciéndola. Iniciativas con plataformas adaptativas, realidad aumentada y asistentes como SIMA Robot están demostrando que los niños y niñas pueden aprender jugando, explorando el lenguaje desde la autonomía, sin dejar de estar guiados por sus docentes.

El verdadero cambio ocurre cuando la tecnología se usa con propósito. No se trata de perseguir la novedad, sino de adaptarla a las realidades del aula. La diferencia entre una pantalla vacía y una herramienta pedagógica significativa está en cómo se utiliza, en el para qué. Cuando la innovación se pone al servicio del aprendizaje; y no al revés, es posible construir experiencias educativas más ricas, motivadoras y accesibles.