Una radiografía reciente sobre los hábitos corporales en Chile arrojó una señal de alerta: solo el 26,4% de niños y adolescentes entre 5 y 17 años son físicamente activos, y apenas el 44,9% de los adultos mayores de 18 años lo son. La Encuesta Nacional de Actividad Física; realizada en todo el país con una muestra representativa de más de 12 mil personas, revela un panorama preocupante que va más allá del ejercicio: apunta a una desconexión profunda entre cuerpo, cultura y bienestar.
Sergio Toro, jefe de carrera de Pedagogía en Educación Física de la Universidad de Chile, no se sorprende. Según él, el problema radica en el modelo que guía actualmente las políticas públicas: uno centrado en lo clínico, que mide síntomas y prescribe rutinas, pero que olvida lo más importante, que es educar para la vida activa. “Necesitamos superar esta mirada reduccionista de la actividad física y pasar a una visión más compleja, que incorpore hábitos de vida saludable y el juego libre como parte esencial del proceso educativo”, señala.
Pero este desafío no se limita al aula. El sedentarismo tiene efectos reales y graves en la salud física y mental de la población. El pediatra broncopulmonar Guillermo Zepeda, subdirector de la Escuela de Medicina de la misma universidad, advierte que la falta de movimiento contribuye al alza de enfermedades respiratorias, cardiovasculares, obesidad infantil y trastornos emocionales como la ansiedad y la depresión. “El deporte y la actividad física en general tienen un impacto directo en todos los niveles del bienestar humano”, explica Zepeda.
Además, hay un fenómeno que no ayuda: el reemplazo de actividad física por consumo de pantallas. Niños que no hacen ejercicio pasan horas frente al celular o la consola. “Ese tipo de actividades no aporta ni física ni emocionalmente”, enfatiza Zepeda. Es una rutina que se ha normalizado y que es cada vez más difícil de revertir sin una transformación estructural.
En este sentido, Sergio Toro propone cambiar el paradigma. No se trata solo de promover el deporte, sino de crear una cultura en que la actividad física sea un componente existencial, no funcional. Esto implica considerar también el descanso, la alimentación, la equidad social y las relaciones humanas como parte del bienestar. “Hay personas que trabajan limpiando calles o recolectando basura. ¿Podemos decir que son inactivas? No. Pero ¿es saludable esa actividad? Tampoco. La clave es cambiar la lógica con que entendemos el cuerpo: no como un objeto que se entrena, sino como una parte viva de lo que somos”, señala Toro.
La propuesta apunta a que las escuelas dejen de ser lugares que simplemente administran cuerpos y pasen a ser espacios que los cuidan. “Si queremos que los niños se muevan, necesitamos que los docentes también vibren con esa vida activa. No basta con hacerlos sudar una hora si el resto del entorno sigue siendo tóxico o indiferente”, remata el académico. Lo que se necesita, concluyen ambos expertos, es un giro cultural profundo: uno que no se limite a contar pasos o calorías, sino que nos devuelva el cuerpo como una experiencia social, política y emocional.
La encuesta, que incluyó a personas de las 16 regiones del país y consideró variables como sexo, zona geográfica, edad y nivel socioeconómico, también desarrolló un índice multidimensional que busca entender la actividad física en distintos contextos de vida. Pero los números, más allá de su complejidad técnica, son claros: Chile está parado, y el costo ya se empieza a sentir.