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Datos, realidad virtual y prevención en la nueva era alimentaria

La seguridad alimentaria ya no es solo un tema de higiene en la cocina: es una cuestión de salud pública, desarrollo y ciencia aplicada. En el marco del Día Mundial de la Inocuidad de los Alimentos, más de 650 personas de distintos rincones de América Latina y el Caribe se conectaron al webinario regional Ciencia en Acción, una iniciativa destinada a socializar experiencias, avances tecnológicos y desafíos urgentes en torno a la inocuidad de los alimentos, entendida como un eje central en la salud de millones.

El evento reunió a representantes de gobiernos, entidades científicas, organismos internacionales y actores privados de países como Brasil, Chile, Guatemala, México y República Dominicana. La sesión fue inaugurada por figuras clave del sistema agroalimentario regional: Máximo Torero de la FAO, Ottorino Cosivi de la OPS, Leonardo Veiga del CCLAC, José Urdaz del IICA y Raúl Rodas del OIRSA, entre otros. Su presencia marcó el tono técnico y político del encuentro: sin ciencia, no hay decisiones informadas; sin inocuidad, no hay alimentación segura.

Entre los casos destacados estuvo el uso de Inteligencia Artificial y simulación virtual desarrollada por OIRSA, una tecnología que utiliza realidad aumentada para capacitar inspectores sanitarios y anticipar amenazas. Desde Chile, la Agencia Chilena para la Inocuidad y Calidad Alimentaria (ACHIPIA) expuso sus avances desde las ciencias sociales, apostando por instalar una “cultura de la inocuidad” que atraviese toda la cadena alimentaria, desde la producción hasta el consumo. Brasil, por su parte, mostró cómo el intercambio de datos científicos puede alimentar los estándares internacionales del Codex Alimentarius, una herramienta clave del sistema normativo alimentario global.

El cierre del evento contó con una mesa redonda que cruzó perspectivas de gobiernos y empresas privadas sobre cómo usar datos científicos para fortalecer la toma de decisiones. Lejos de la teoría, el mensaje fue claro: la ciencia debe estar en el centro de las políticas alimentarias si se quiere prevenir enfermedades, garantizar el derecho a una alimentación segura y evitar miles de muertes evitables.

Y es que los datos son alarmantes. Según la OMS, cada año 600 millones de personas —una de cada diez— enferman por ingerir alimentos contaminados. En América Latina, esta cifra alcanza los 77 millones de casos, con 31 millones de niños y niñas afectados, y cerca de 9 mil muertes anuales. En este contexto, la inocuidad no es una opción: es parte inseparable de la seguridad alimentaria y del derecho humano a una vida saludable.

Este 2025, bajo el lema Ciencia en Acción, Naciones Unidas busca reforzar el rol de las distintas disciplinas —desde la microbiología hasta la ciencia de datos y las tecnologías inmersivas— en la construcción de sistemas alimentarios más seguros, resilientes y basados en evidencia. Porque comer no debería ser un riesgo.

El mito japonés que aún domina nuestras caminatas

Durante años, los dispositivos móviles y relojes inteligentes han incentivado a millones de personas a perseguir una cifra diaria casi mágica: 10 mil pasos. Convertida en símbolo de salud accesible y sin supervisión médica, esta meta ha sido replicada por aplicaciones, entrenadores informales e incluso campañas de bienestar. Pero ¿es realmente efectiva? Para el académico Alonso Peña Baeza, de la Escuela de Ciencias de la Actividad Física de la Universidad de Santiago, la respuesta no está en el número, sino en la constancia de un estilo de vida activo.

Peña Baeza explica que, aunque caminar es beneficioso, investigaciones recientes muestran que los beneficios asociados a la reducción de la mortalidad se estabilizan en torno a los 7.500 pasos diarios. Más allá de ese umbral, las ventajas tienden a ser mínimas. Por eso, enfatiza que no se trata de alcanzar una cifra exacta sino de incorporar la actividad física como parte habitual de la rutina diaria. La idea de los 10 mil pasos, agrega, no proviene de la ciencia sino del marketing: en 1965, una empresa japonesa lanzó un podómetro llamado Mampo-key, cuyo nombre significa justamente “medidor de 10 mil pasos”, lo que popularizó esta cifra como sinónimo de salud sin evidencia científica detrás.

En este contexto, el enfoque recomendado por la Organización Mundial de la Salud es más amplio: entre 150 y 300 minutos semanales de actividad aeróbica moderada, o entre 75 y 150 minutos de ejercicio intenso, sumado a al menos dos sesiones semanales de fortalecimiento muscular. Caminar puede ser parte de este plan, pero no basta con contar pasos si no hay una integración consciente de la actividad en el día a día.

Los beneficios de caminar van más allá del control de peso. Según la Organización Panamericana de la Salud, ayuda a prevenir enfermedades crónicas como el cáncer, la diabetes y las afecciones cardiovasculares, además de reducir síntomas de depresión y ansiedad, y mejorar la salud cerebral. En niños, niñas y adolescentes, caminar promueve el desarrollo muscular, cognitivo y motor, además de fortalecer el sistema óseo.

Para quienes han estado inactivos por un tiempo, Peña Baeza propone una aproximación progresiva: comenzar con pausas activas en el trabajo, usar las escaleras, extender caminatas cotidianas o planificar salidas simples como recorrer museos o parques urbanos. Estas pequeñas acciones, integradas con regularidad, pueden cimentar el hábito de una vida más activa. A medida que se afianza este nuevo ritmo, es recomendable sumarse a talleres o actividades grupales como clases de baile o clubes deportivos, ya que el componente social suele aumentar la adherencia y el disfrute.

En definitiva, caminar sí ayuda, pero no basta con alcanzar una cifra arbitraria. Lo esencial es moverse todos los días, con intención, adaptándose a cada etapa de la vida, y reconociendo que la salud no se mide solo en pasos, sino en cómo elegimos movernos y vivir.

El arroz bajo amenaza el cambio climático podría convertir un alimento básico en un riesgo sanitario

Presente en casi todos los hogares chilenos como acompañamiento de carnes, pescados o guisos, el arroz podría dejar de ser un alimento inocuo y transformarse en un riesgo para la salud. Así lo advierte un reciente estudio internacional publicado en The Lancet Planetary Health, que vincula el cambio climático con el aumento de arsénico en este cereal, base de la dieta de millones de personas en el mundo.

La investigación, liderada por científicos de la Universidad de la Academia de Ciencias de China y la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Columbia, revela que las modificaciones químicas provocadas en los suelos por el aumento de temperatura y la concentración de dióxido de carbono (CO2) están generando formas de arsénico más fácilmente absorbibles por los granos de arroz. Este hallazgo prende las alarmas sobre posibles consecuencias sanitarias de gran alcance, especialmente en regiones donde el arroz es un alimento esencial.

Durante diez años, el equipo analizó 28 variedades de arroz en siete países asiáticos —Bangladesh, China, India, Indonesia, Myanmar, Filipinas y Vietnam—, constatando que el incremento del arsénico bajo condiciones climáticas extremas podría generar un alza significativa en enfermedades como diabetes, dolencias cardíacas y algunos tipos de cáncer. Según Lewis Ziska, coautor del estudio y académico de Columbia, “estos cambios podrían comprometer la seguridad alimentaria y la salud pública en Asia hacia 2050”.

Raúl Cordero, climatólogo de la Universidad de Santiago de Chile, destacó en entrevista con Diario Usach la relevancia del estudio, calificándolo como “pionero” por introducir un nuevo enfoque: el cambio directo de la biogeoquímica del suelo agrícola como consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero. “Hasta ahora se hablaba de erosión o eventos extremos, pero no se había considerado cómo el calor y el CO2 pueden alterar el contenido tóxico de un alimento durante su cultivo”, explicó el investigador.

Además, Cordero advirtió que el consumo prolongado de arsénico, incluso en pequeñas dosis, está vinculado a una larga lista de enfermedades graves. La proyección es preocupante no solo para los países productores de arroz en Asia, sino también para mercados consumidores como el chileno, donde el cereal forma parte habitual de la dieta.

El estudio plantea un desafío para la comunidad científica y las políticas públicas, ya que urge a monitorear otros cultivos y evaluar cómo el cambio climático podría estar alterando la presencia de elementos tóxicos o esenciales en los alimentos. Aunque también abre la posibilidad de que algunas sustancias nocivas disminuyan en otros productos, el foco inmediato está en prevenir que un alimento tan cotidiano como el arroz se convierta en un riesgo silencioso.