Los resultados del Censo 2024 sacudieron uno de los pilares tradicionales de la identidad chilena: la religión. El informe del Instituto Nacional de Estadísticas reveló una caída sostenida del catolicismo, que hoy representa solo el 54% de la población mayor de 15 años, frente al 76,9% que alcanzaba en 1992. Mientras tanto, los evangélicos mantienen una curva ascendente que hoy los sitúa en el 16,3%, pero el dato que marca un punto de inflexión es el aumento explosivo de quienes dicen no tener religión: un 25,8% de los mayores de 15 años, triplicando lo registrado en 2002. El Chile creyente de antaño se está reformulando, y lo hace bajo nuevas coordenadas culturales, digitales y emocionales.
Para el sociólogo Cristián Parker, académico de la Universidad de Santiago, este cambio no implica necesariamente una pérdida de espiritualidad, sino un desplazamiento hacia prácticas más personales, eclécticas y alejadas de las iglesias. Desde yoga tántrico hasta horóscopos y reiki, el nuevo mapa de la fe chilena se compone de rutas íntimas que cruzan lo místico, lo terapéutico y lo simbólico. Según Parker, este fenómeno forma parte de una transformación global llamada secularización, que reduce el peso público de la religión sin eliminar la necesidad de sentido. En palabras simples, muchos ya no creen en la Iglesia, pero siguen creyendo en algo.
Entre las causas de este cambio figuran el acceso a la educación, la autonomía personal, el feminismo, los movimientos por la diversidad sexual y, en especial, los escándalos que han afectado a las instituciones religiosas. La Iglesia Católica, golpeada por las denuncias de abuso clerical, y las iglesias evangélicas, muchas veces vinculadas a discursos conservadores, han perdido legitimidad entre los más jóvenes. A juicio de Parker, parte del problema es la falta de autocrítica: “Siempre es la sociedad la que peca y no las iglesias que se niegan a mirar sus propios errores. Esa desconexión está profundizando la distancia”.
Hoy en Chile, declararse sin religión no significa necesariamente declararse ateo. Puede implicar un deseo de construir una espiritualidad libre de jerarquías, sin dogmas ni culpa. En ese nuevo universo simbólico, la fe se mezcla con el autocuidado, la conexión con la naturaleza o incluso con lo estético. Las instituciones religiosas miran desde lejos cómo el espíritu se transforma en un espacio de resistencia suave, pero poderosa, frente a un mundo cambiante que ya no responde a las respuestas de siempre