El turismo se ha consolidado como un eje clave de la economía mundial, representando cerca del 10% del PIB en la Unión Europea y generando 1,5 billones de euros anuales, según cifras del Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC). Países como Croacia incluso dependen de él en casi un 26% de su economía. La clave en muchos de estos casos ha sido poner en valor el patrimonio cultural: la gastronomía, las tradiciones y los productos típicos se han convertido en atractivos globales capaces de atraer millones de visitantes cada año.

Chile, sin embargo, ha mantenido gran parte de su herencia histórica en la sombra. Pese a poseer una riqueza cultural que se remonta a los primeros siglos coloniales, este legado ha sido invisibilizado y poco capitalizado. En esa época, los artesanos no solo producían herramientas, vestimenta o mobiliario, sino también alimentos y preparaciones que definieron la identidad de distintas regiones, desde panes y dulces hasta bebidas como el pipeño o el pajarete.

Desde la Universidad de Santiago de Chile, el Dr. Pablo Lacoste, académico del Instituto de Estudios Avanzados, lidera una investigación que busca rescatar estos oficios y su papel en la construcción del Chile colonial temprano entre 1550 y 1650. El proyecto analiza cerca de 400 contratos artesanales —parte de un corpus mayor de 6.000 documentos conservados en el Archivo Nacional— en los que maestros de oficios se comprometían a formar aprendices, revelando la importancia de la transmisión de saberes. “Queremos demostrar que la historia de Chile no fue únicamente obra de las élites ni de los grandes nombres de la política y la guerra, sino el resultado de una construcción colectiva”, explica Lacoste.

El académico destaca que estas investigaciones ya arrojan hallazgos significativos: “Hemos encontrado antecedentes que muestran, por ejemplo, que el pisco se producía en Chile un siglo antes que en Perú y que la papa frita fue documentada por primera vez en el sur de nuestro país en el siglo XVII.” Además, pone en evidencia tesoros invisibles de valor global, como el lapislázuli, presente en la máscara funeraria de Tutankamón pero desconocido en su origen chileno. “Deberíamos levantar rutas patrimoniales que permitan conocer esta historia, visitar sus canteras y proyectar su valor en artesanía y joyería. Los países desarrollados han convertido sus productos típicos y denominaciones de origen en verdaderos símbolos nacionales. Si Chile reconoce y activa los suyos, también podrá transformar su patrimonio en motor de prosperidad.”

El proyecto busca no solo rescatar un pasado invisibilizado, sino también ofrecer una hoja de ruta para el futuro. Al reconstruir cómo funcionaban los talleres, qué conocimientos se transmitían y cómo esos saberes se reflejaban en la vida cotidiana, se revela una historia de construcción horizontal en la que mujeres, indígenas, afrodescendientes y mestizos desempeñaron un rol fundamental. “Durante cuatro años vamos a sumergirnos en los archivos como buzos en busca de tesoros, y estamos seguros de que encontraremos hallazgos extraordinarios que entregaremos a Chile y al mundo. Se trata de hacer justicia, de entender que este país se construyó de manera horizontal”, concluye Lacoste.