En un país como Chile, donde la promesa del hidrógeno verde ha sido tomada casi como política de Estado, una investigadora busca desafiar la forma en que entendemos la producción de esta energía. La Dra. Jhosané Pagés, desde el Departamento de Ingeniería Química y Bioprocesos de la Universidad de Santiago, está apostando por una ruta alternativa: producir biohidrógeno a partir de residuos orgánicos, específicamente purines de cerdo y cochayuyo. En vez de depender exclusivamente de la electrólisis alimentada por fuentes solares o eólicas, este enfoque propone convertir un problema ambiental en una fuente de energía limpia.
Chile ha liderado el desarrollo de hidrógeno verde gracias a su riqueza en energías renovables, pero ha dejado en segundo plano opciones como la generación biológica de hidrógeno. El proyecto liderado por Pagés busca precisamente revalorizar esos desechos agroindustriales que hoy se acumulan en vertederos, como el purín de cerdo, que es altamente contaminante. Al combinarlo con cochayuyo, una macroalga rica en azúcares y abundante en las costas chilenas, se mejora la degradación biológica, se equilibra la relación carbono/nitrógeno y se potencia la producción de biohidrógeno, biometano y otros subproductos útiles.
La innovación del proyecto también pasa por incorporar biochar, un material obtenido al calentar biomasa sin oxígeno. Este biochar actúa como soporte microbiano en los reactores y como filtro activo para capturar nitrógeno residual que no se elimina naturalmente. Lo más interesante es que el biochar se produce del mismo cochayuyo, cerrando así un ciclo virtuoso de valorización de residuos. Además, el equipo investiga cómo mejorar su capacidad de adsorción utilizando materiales industriales de desecho como la bischofita y el polvo de acero.
El plan de investigación contempla evaluar en laboratorio diversas mezclas de residuos, analizar su estabilidad en el tiempo y probar la reutilización del biochar como fertilizante. Si el proceso resulta exitoso, abriría la puerta a sistemas descentralizados de producción de energía en territorios rurales, reduciendo la huella ambiental de sectores como la industria porcina y algal, y transformando un pasivo en un activo energético.
Para Pagés, el objetivo es ambicioso pero claro: demostrar que los residuos pueden ir mucho más allá de dejar de contaminar. La idea es que se transformen en vectores energéticos útiles, en herramientas para la sostenibilidad real. “Si logramos eso, habremos recuperado un potencial que hoy se pierde”, afirma.