En un país donde la conversación tecnológica suele quedar atrapada entre anuncios de innovación y la carrera por subirse a la ola de la Inteligencia Artificial, el Congreso Internacional de Ética y Bioética de la Universidad de Santiago 2025 vino a instalar un punto de freno necesario. Académicos de diversas áreas pusieron sobre la mesa un debate profundo: cómo enfrentar los dilemas morales y técnicos que trae consigo la tecnociencia, y cómo evitar que el entusiasmo por lo digital eclipse la discusión sobre sus riesgos reales. Lo que se discutió en la USACH no fue solo teoría; fue una radiografía del momento crítico que atraviesa Chile y el mundo respecto al uso responsable de la IA.

Entre las intervenciones más comentadas estuvo la de Juan Larraín, director del Instituto de Ética Aplicada de la Pontificia Universidad Católica. El académico lanzó lo que llamó una “provocación” sobre la necesidad urgente de regular el diseño de tecnologías digitales. Su punto fue claro: las herramientas actuales aportan beneficios “enormes” para la humanidad, pero también arrastran daños posibles que, muchas veces, no se originan en fallas técnicas, sino en la intencionalidad detrás de cómo se diseñan. Para ilustrar el dilema, recordó ejemplos históricos y tensos. “Las tecnologías históricamente siempre han tenido aspectos beneficiosos y negativos, como el ejemplo dramático de la bomba atómica”, señaló, subrayando la dimensión ética que nunca puede quedar fuera de la ecuación.

Larraín planteó que un posible camino regulatorio podría inspirarse en los estándares ya utilizados en la evaluación de tecnologías biomédicas y biotecnológicas, donde existen protocolos sólidos para medir riesgos y beneficios. Pero su reflexión fue más allá de la comparación técnica. Para él, el desafío no es únicamente normativo, sino cultural. Es necesario instalar una ética pública que permita que el avance tecnológico y el avance moral crezcan de forma armónica. En sus palabras, la humanidad debe construir una cultura que impulse “un desarrollo virtuoso y armónico entre el progreso de la ética y el progreso tecnológico”.

La discusión también abordó la necesidad de pensar la tecnología desde múltiples disciplinas. Larraín fue categórico al afirmar que los dilemas actuales exigen articular conocimientos provenientes de la filosofía, la sociología, la ingeniería, la informática y la biología. Desde su perspectiva, cualquier intento de regulación o desarrollo responsable de IA que ignore la complejidad humana está condenado a quedar incompleto y sesgado. Esta visión interdisciplinaria se transformó en uno de los ejes centrales del encuentro, reafirmando que la conversación sobre tecnociencia no puede quedar solo en manos de programadores o legisladores.

La segunda parte del congreso profundizó específicamente en la ética de la Inteligencia Artificial. El Dr. Manuel Villalobos, del Departamento de Ingeniería Informática de la USACH, destacó que “la legitimidad ética y social de la Inteligencia Artificial está determinada por cinco Principios Clave de Ética Aplicada; la autonomía, beneficencia, no maleficencia, justicia y responsabilidad, datos vulnerables, reidentificación e impacto predictivo”. Su planteamiento expuso la anatomía del debate ético contemporáneo: cada algoritmo y cada sistema que procesa datos sensibles tiene el poder de beneficiar, pero también de excluir, sesgar o predecir con consecuencias graves para individuos y comunidades.

En el ámbito sanitario, el ingeniero biomédico y académico USACH, Erick Cortez, revisó el largo trayecto de la Historia Clínica del Paciente en Chile. Recordó sus raíces en el Código Sanitario de 1931, la consolidación del Sistema Nacional de Salud en 1952 y la evolución hacia los registros electrónicos actuales. “Actualmente, la ficha clínica es un instrumento obligatorio para integrar la información del paciente en la atención en salud, y debe llevarse en formato digital/electrónico, en papel u otro medio. Esta información es relevante para resguardar los datos y la toma de decisiones en la actividad sanitaria”, explicó. Su análisis dejó claro que la digitalización de datos médicos no es solo una actualización técnica, sino un proceso cargado de implicancias éticas.

Cortez también detalló la información mínima que deben incluir estos registros, desde la identificación del paciente hasta su historial de decisiones, diagnósticos y procedimientos. Pero su crítica final apuntó al corazón del debate: “la Ficha Clínica tiene un enfoque biomédico, lo que deja fuera factores sociales, culturales y espirituales que podrían complementar la atención desde una perspectiva ética y holística”, concluyó. Sus palabras resonaron como un llamado a ampliar la conversación sobre datos sensibles, especialmente en un contexto donde la IA ingresa cada vez más en los sistemas de salud.

El Congreso Internacional de Ética y Bioética 2025 dejó una conclusión transversal: el avance tecnológico ya no puede desvincularse de la reflexión moral. En un momento donde Chile impulsa transformaciones digitales en educación, salud y administración pública, la pregunta que emerge desde la USACH es si el país está preparado para establecer una regulación que combine innovación con responsabilidad. La respuesta aún está en construcción, pero el debate ya comenzó.