Ya no hablamos de un mañana imaginario. En 2025, la inteligencia artificial y otras tecnologías están dejando de ser promesas para convertirse en parte del paisaje educativo chileno. Desde la incorporación de asistentes virtuales hasta el uso de realidad aumentada en las salas de clase, la escuela está mutando. Pero esta transformación no pasa solo por tener dispositivos más modernos, sino por cómo se integran en el ecosistema pedagógico.

La educación actual enfrenta una tensión productiva: avanzar tecnológicamente sin perder de vista la pedagogía. La IA, por ejemplo, permite personalizar el aprendizaje, estimular la autonomía del estudiante e incluso mejorar los procesos de inclusión. Pero sin docentes activos y capacitados, cualquier herramienta pierde su potencial. Por eso, la formación en competencias digitales y pensamiento crítico ya no es opcional para los educadores; es urgente.

El problema, sin embargo, es que no todos los estudiantes acceden en igualdad de condiciones a esta revolución digital. Las brechas de conectividad y equipamiento siguen marcando las diferencias entre quienes pueden y no pueden aprovechar estas herramientas. Ante ese escenario, diseñar políticas inclusivas, con acompañamiento institucional y formación docente continua, se vuelve indispensable para que la tecnología no amplíe la desigualdad, sino que la combata.

Una de las propuestas más interesantes que ha emergido en este contexto es la llamada Educación Aumentada: una metodología que combina recursos físicos y digitales, sin reemplazar la enseñanza tradicional, sino enriqueciéndola. Iniciativas con plataformas adaptativas, realidad aumentada y asistentes como SIMA Robot están demostrando que los niños y niñas pueden aprender jugando, explorando el lenguaje desde la autonomía, sin dejar de estar guiados por sus docentes.

El verdadero cambio ocurre cuando la tecnología se usa con propósito. No se trata de perseguir la novedad, sino de adaptarla a las realidades del aula. La diferencia entre una pantalla vacía y una herramienta pedagógica significativa está en cómo se utiliza, en el para qué. Cuando la innovación se pone al servicio del aprendizaje; y no al revés, es posible construir experiencias educativas más ricas, motivadoras y accesibles.