Salud y bienestar

Triptófano, dopamina y recuerdos: el poder oculto de la pasta

Un reciente estudio realizado por la Universidad IULM de Milán reveló que comer pasta puede generar niveles de felicidad superiores a los que provoca ver deportes o escuchar música favorita. La investigación, basada en el análisis neurológico y emocional de un grupo de participantes mientras degustaban un plato de fideos, mostró que esta experiencia va mucho más allá del simple placer culinario. La pasta no solo activa áreas del cerebro relacionadas con el placer, sino también zonas ligadas a la memoria, el bienestar y las emociones compartidas.

Durante el experimento, un 76% de los encuestados declaró sentirse feliz comiendo pasta y un 40% describió esta experiencia como “reconfortante y buena para el estado de ánimo”. Para muchos, el plato evocó recuerdos familiares y momentos compartidos con amigos, subrayando la poderosa carga emocional y social que puede tener la comida. Esta dimensión afectiva, según los investigadores, refuerza el impacto positivo de la pasta en el estado mental de las personas.

La clave detrás de este fenómeno podría estar en la biología. La pasta contiene triptófano, un aminoácido esencial para la producción de serotonina, conocida como la “hormona de la felicidad”. Además, el alto contenido de carbohidratos de los fideos favorece la liberación de dopamina y activa los sistemas de recompensa del cerebro, intensificando la sensación de placer. Así lo explicó el neurólogo Pedro Chaná, académico de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Santiago.

Chaná señaló que este tipo de alimentos, al elevar la glicemia, disparan una respuesta química que el cerebro interpreta como placentera. Este efecto se ve amplificado por la memoria olfativa-gustativa, que activa el sistema límbico y puede transportar a las personas a momentos felices del pasado. En palabras del especialista, el bienestar que genera la pasta no es solo físico, sino profundamente emocional y sensorial.

Más allá de los datos bioquímicos, el estudio sugiere que compartir un plato de pasta puede ser una forma real de reconectar con la felicidad cotidiana. En tiempos donde el estrés domina, la ciencia respalda lo que la intuición ya sabía: un plato de fideos, además de sabroso, puede ser medicina para el alma.

Desconectados en un mundo hiperconectado

Durante la presentación del primer Informe Mundial sobre Soledad y Aislamiento Social en Ginebra, en el que participó la ministra de Salud chilena Ximena Aguilera, la Organización Mundial de la Salud advirtió que uno de cada seis habitantes del planeta vive afectado por la desconexión social. Esta condición, que va más allá del simple hecho de estar solo, se ha convertido en un nuevo factor de riesgo para la salud, equiparable a la obesidad o el tabaquismo, y se asocia a más de 800 mil muertes al año a nivel global.

Alejandra Fuentes-García, académica de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, señala que la soledad es una experiencia dolorosa derivada de la distancia entre las relaciones que deseamos tener y las que realmente existen, mientras que el aislamiento social se refiere a la ausencia objetiva de vínculos suficientes. Ambos fenómenos, aunque distintos, son detonantes de enfermedades físicas como diabetes, hipertensión y afecciones cardiovasculares, además de trastornos mentales como depresión, ansiedad y deterioro cognitivo, especialmente en personas mayores, jóvenes, migrantes y personas con discapacidad.

La doctora Viviana Guajardo, coordinadora de Estrategia de Salud Mental de la misma universidad, enfatiza que el aislamiento no siempre implica sentirse solo, pero sí representa un peligro cuando se prolonga en el tiempo y no se aborda. La desconexión social, dice, debilita la autoconfianza, alimenta pensamientos negativos y puede llevar a cuadros graves como el suicidio o las autoagresiones.

Ambas especialistas coinciden en que fomentar la conexión social es una necesidad vital. Los vínculos humanos fortalecen la salud mental, refuerzan la resiliencia, estimulan el aprendizaje emocional y aportan sentido a la vida. Desde la infancia hasta la vejez, contar con una red de apoyo influye directamente en la longevidad y en la calidad de vida.

El informe de la OMS plantea acciones estructurales urgentes. Desde rediseñar las ciudades para favorecer los encuentros informales, repensar el modelo de vivienda, impulsar la política laboral de las 40 horas, hasta incluir la educación emocional como herramienta de base. También se propone aprovechar los centros de salud como espacios de sociabilización, formar en empatía a estudiantes y profesionales, e integrar tecnologías que fomenten interacciones cara a cara.

Qué hacer (y qué no) cuando el smog te persigue al entrenar

Santiago vive una nueva temporada de preemergencias ambientales mientras espera un sistema frontal que podría traer alivio a la zona centro-sur del país. Sin embargo, la mala calidad del aire no solo implica restricciones vehiculares o cielos cubiertos: también impacta directamente en la salud, especialmente si decides entrenar al aire libre. Médicos y expertos de la Universidad de Chile advierten que hacer ejercicio en días con altos niveles de contaminación puede amplificar el daño de las partículas tóxicas que respiramos, incrementando el riesgo de enfermedades respiratorias y cardiovasculares.

El doctor Felipe Rivera, broncopulmonar del Hospital Clínico de la U. de Chile, explica que al hacer ejercicio se respira más rápido y profundamente, lo que arrastra contaminantes como metales pesados, hidrocarburos y partículas PM2.5 hacia los pulmones y eventualmente al torrente sanguíneo. Esto eleva significativamente la probabilidad de inflamación, daño pulmonar y problemas cardíacos, sobre todo en personas con asma o enfermedades crónicas. El pediatra Guillermo Zepeda añade que durante la actividad física solemos respirar por la boca, lo que anula el filtro natural de la nariz, dejando entrar aire frío, seco y sucio directamente a los pulmones, lo cual puede ser especialmente peligroso en menores y adultos mayores.

Para no frenar el movimiento pero sí cuidar el cuerpo, el kinesiólogo Edgardo Opazo propone adaptar las rutinas de ejercicio en días de preemergencia. Recomienda entrenamientos de fuerza con el peso del cuerpo como planchas, sentadillas o abdominales, además de prácticas más suaves como yoga o pilates. La clave está en mantener la intensidad baja y evitar esfuerzos aeróbicos que demanden una respiración agitada. ¿El mejor lugar? Espacios cerrados, bien ventilados y libres de contaminación. Si no queda otra que salir, hazlo muy temprano o al atardecer, alejándote del tráfico y de fuentes de humo. Cuidar tu salud también es parte del entrenamiento.

El boom de la miel en cosmética y sus promesas bajo la lupa científica

En los últimos años, la miel ha dejado de ser solo un dulce infaltable en la cocina chilena para convertirse en un ingrediente cada vez más habitual en el mundo de la cosmética. Cremas hidratantes, contornos de ojos, jabones y shampoo con miel se han multiplicado en góndolas y ferias, prometiendo beneficios antibacterianos, antioxidantes y antiinflamatorios. Pero ¿qué tan reales son estas propiedades? ¿Y qué deberíamos observar al momento de elegir un cosmético que la contenga?

Según la académica Marcela Zamorano, experta en análisis de alimentos de la Universidad de Santiago, la miel efectivamente puede aportar a productos cosméticos una mejor humectación, suavidad en la piel y capacidad antibacteriana natural. En cremas y shampoo, esto se traduce en una sensación de frescura y en una retención de la humedad, además de una disminución del uso de compuestos sintéticos. La clave, sin embargo, está en la concentración. Aunque puede haber fórmulas que van desde un 2% hasta un 50% de contenido de miel, la mayoría de los productos disponibles en el mercado utilizan dosis más bien bajas, tanto por razones económicas como técnicas. A mayor porcentaje, mayor viscosidad y dificultad para manipular el producto.

Además de hidratar y suavizar, la miel contiene flavonoides y polifenoles que, si no se exponen a altas temperaturas, conservan propiedades antioxidantes que pueden ayudar a retrasar el envejecimiento cutáneo. Es decir, no solo se trata de un ingrediente de moda, sino que su uso bien formulado puede tener efectos reales sobre la piel.

Pero hay advertencias importantes. Zamorano recalca la necesidad de que todo cosmético tenga resolución sanitaria del Instituto de Salud Pública (ISP), para garantizar que su composición ha sido revisada y cumple con buenas prácticas de manufactura. Esta exigencia cobra aún más relevancia frente al crecimiento de productos artesanales que, aunque atractivos, podrían estar contaminados o no contar con la debida higiene en su elaboración.

La especialista también advierte que no todos los cuerpos reaccionan igual a la miel. Personas con alergias al polen o a las abejas deberían evitar estos productos, ya que, incluso tras su purificación, la miel puede contener trazas de alérgenos.

Así, aunque la miel puede sumar calidad a la cosmética natural, el entusiasmo no debe eclipsar la necesidad de informarse, verificar concentraciones reales del ingrediente y, sobre todo, exigir productos que cuenten con respaldo sanitario. No todo lo que dice “natural” en la etiqueta está libre de riesgos.

La nueva soledad que afecta a los treintañeros en Chile

Aunque la salud mental general en Chile muestra su mejor índice desde 2020, la soledad sigue ganando terreno, especialmente entre quienes bordean los 30 años. Así lo reveló la nueva edición del Termómetro de Salud Mental Achs-UC, que identificó un 19% de personas que se sienten solas, con una alza sostenida durante el último año. El grupo más afectado son quienes tienen entre 30 y 39 años: uno de cada cuatro afirma experimentar soledad. También se evidencian brechas de género, con un 21,7% de mujeres que declara sentirse sola frente al 16,1% de los hombres.

Aunque en cifras globales ha disminuido la cantidad de personas con síntomas de ansiedad o depresión severa, la soledad emerge como un síntoma estructural de la vida contemporánea. Según Paulina Calfucoy, de la Achs, este grupo etario requiere atención urgente: además de declararse más solos, son los que menos satisfacción laboral expresan y presentan más síntomas de depresión moderada o severa. Se trata de una generación que enfrenta presiones laborales intensas, relaciones personales inestables y una red de apoyo debilitada.

La doctora en psicología María José Rodríguez, de la Universidad de Santiago, explica que muchas de estas personas viven jornadas extensas, están emocionalmente agotadas y sostienen vínculos afectivos más temporales y esporádicos. La virtualización de los lazos humanos, potenciada tras la pandemia, ha reemplazado el contacto cara a cara por interacciones digitales, que rara vez logran formar vínculos profundos. Las relaciones se vuelven transaccionales, orientadas más al placer inmediato que a la construcción de comunidad o pertenencia.

Rodríguez advierte que, aunque el teletrabajo puede parecer una solución práctica, puede convertirse en un potenciador del aislamiento si no existe una vida social activa fuera de la pantalla. La pandemia dejó secuelas en la forma en que nos vinculamos y, aunque se superó la emergencia sanitaria, los efectos emocionales de ese encierro colectivo siguen presentes.

La soledad no es solo un estado de ánimo, sino un fenómeno estructural que parece instalarse como la nueva pandemia silenciosa entre los adultos jóvenes. Y Chile, como espejo del mundo moderno, ya la está sintiendo.

Microplásticos en el cerebro y el colapso silencioso de la mente

La contaminación por plásticos ya no es solo una crisis ambiental. Se ha transformado en un problema invisible y sistémico que empieza a permear nuestros propios cuerpos. De acuerdo con cifras de National Geographic, cada año se producen más de 300 millones de toneladas de plástico. Una parte de ese volumen, a través de su degradación, termina convertido en micro y nanoplásticos (MNP), residuos que ya se encuentran flotando en el aire, el agua y, más alarmantemente, en nuestro organismo.

Un estudio reciente publicado en Nature Medicine reveló la presencia de microplásticos en el cerebro humano. Según los datos, estos materiales están presentes en concentraciones de hasta 30 veces más en el tejido cerebral que en otros órganos, y tienden a ser más pequeños, lo que les permite infiltrarse con mayor facilidad. La acumulación ocurre sin distinguir edad, género o raza, pero sí se detectó un aumento del 50% de su presencia al momento de la muerte. Se trata de partículas que, si bien invisibles, podrían estar dañando nuestro sistema nervioso desde adentro.

La evidencia científica actual, aunque mayormente basada en estudios animales, sugiere que los MNP pueden generar una serie de efectos tóxicos: estrés oxidativo, inflamación, alteraciones del sistema inmune, problemas metabólicos, malformaciones orgánicas y un eventual potencial cancerígeno. A pesar de que aún no se han podido confirmar estos efectos en humanos con certeza, la comunidad científica ya encendió las alarmas.

Pedro Chaná, neurólogo y académico de la Universidad de Santiago, advierte que gran parte de los hallazgos provienen de modelos animales, pero que los resultados no son menores. En roedores, el polietileno; uno de los plásticos más comunes, logró atravesar la barrera hematoencefálica y se acumuló en zonas clave del cerebro como el hipocampo y la corteza prefrontal. Las consecuencias fueron claras: deterioro cognitivo, trastornos conductuales, ansiedad y síntomas depresivos. “Esto altera el metabolismo del sistema nervioso central y las conexiones neuronales. Reduce la arborización de las dendritas, comprometiendo su funcionamiento normal”, explica Chaná.

Un artículo publicado en Brain Medicine incluso plantea que esta acumulación de MNP podría estar asociada al aumento global de enfermedades mentales como la depresión, la ansiedad y la demencia. Aun así, se reconoce que, por ahora, las conclusiones son especulativas: lo observado en tejidos animales aún debe demostrarse con evidencia robusta en humanos.

Lo innegable es que el plástico, ese material cotidiano y ubicuo, ha comenzado a formar parte de nuestra biología de manera involuntaria. Y si bien los efectos a largo plazo aún no se comprenden del todo, lo cierto es que ya habita dentro de nosotros.

El encierro calienta pero también enferma

Aunque el invierno aún no llega oficialmente, las temperaturas en la zona central de Chile ya empujan a miles de personas a sellar puertas y ventanas para conservar el calor. Sin embargo, en esta batalla contra el frío, muchos están olvidando un hábito clave que se volvió costumbre en tiempos de pandemia: ventilar los espacios cerrados. Hoy, cuando la amenaza no es solo el Covid-19, sino también el aire viciado, la salud vuelve a estar en juego.

Mario Pinto, académico de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago y experto en seguridad industrial, advierte que la falta de ventilación puede deteriorar la calidad del aire interior al punto de afectar directamente el bienestar físico y mental de las personas. En casas y oficinas cerradas, el oxígeno comienza a escasear mientras aumentan los niveles de dióxido de carbono y, en casos extremos, incluso monóxido. A esto se suma el humo de estufas, vapores de cocinas y otros contaminantes que, sin una mínima circulación de aire, pueden provocar desde mareos hasta fatiga crónica.

El remedio, aunque incómodo en días fríos, es simple: abrir ventanas por breves intervalos. Pinto sostiene que bastan entre uno y tres minutos para renovar el aire, dependiendo del tamaño del espacio y del acceso al exterior. En un departamento pequeño, apenas 60 segundos bastan para recuperar condiciones saludables. En oficinas, donde muchas veces se impone un cierre hermético en otoño e invierno, la situación puede ser más crítica. Allí el aire solo se recircula, acumulando residuos respiratorios humanos y químicos, lo que afecta la concentración, el ánimo y puede causar síntomas físicos.

La OMS también lo respalda. En espacios sin ventilación, los aerosoles que portan virus; como el Covid-19 o la influenza, pueden permanecer suspendidos por más de un metro y durante largos periodos. Por eso, abrir una ventana puede ser tan importante como abrigarse bien o prender la estufa.

Así que no se trata de elegir entre calor o salud. Se trata de entender que el aire limpio también es parte del confort. Un par de minutos de aire fresco pueden hacer más por tu cuerpo que una hora de calefacción ininterrumpida.

Lo que TikTok no te dice sobre maquillaje en niñas

En TikTok, miles de niñas y adolescentes replican rutinas de belleza virales que acumulan millones de visualizaciones, donde aplicar múltiples productos en la cara parece ser el nuevo estándar. Un estudio de la Universidad Northwestern reveló que niñas entre 7 y 13 años están usando en promedio seis productos cosméticos por sesión, llegando incluso a doce en los casos más extremos. La preocupación médica no tardó en llegar. Rodrigo Loubies, dermatólogo y académico de la Universidad de Santiago, advierte que el uso indiscriminado de cosméticos a edades tan tempranas puede tener consecuencias físicas importantes, especialmente en pieles sensibles o atópicas, condición que afecta a cerca del 20% de la población chilena.

Aunque al principio las molestias pueden ser leves; tirantez, sequedad o descamación, el uso continuado de productos inadecuados puede desencadenar dermatitis, inflamaciones, irritaciones o incluso alergias que dejan secuelas como manchas oscuras o claras en la piel. En casos más extremos, aunque poco frecuentes, se han reportado angioedemas, hinchazones faciales que pueden comprometer los ojos y vías respiratorias, con riesgo incluso de shock anafiláctico. La recomendación del especialista es clara: aplicar los productos de forma gradual, uno por uno, para detectar posibles reacciones adversas a tiempo. Y si hay síntomas persistentes o fuertes enrojecimientos, la consulta médica se vuelve urgente.

Para quienes han experimentado los primeros signos de irritación, suspender el uso del maquillaje y recurrir a una hidratación adecuada suele ser suficiente para revertir el daño. Sin embargo, muchas adolescentes ignoran estas señales y continúan aplicando productos que no siempre están indicados para su tipo de piel. Por eso, Loubies insiste en que el primer paso a la hora de comprar maquillaje debe ser conocer bien el tipo de piel que se tiene; seca, grasa, mixta o sensible, y elegir productos acordes, evitando fórmulas con fragancias fuertes o demasiados colorantes, que pueden ser altamente irritantes.

Otro punto crítico es la regulación. Todos los cosméticos comercializados en Chile deben estar debidamente autorizados por las entidades sanitarias competentes. Pero con la popularidad de productos importados desde redes sociales o tiendas informales, muchas veces sin registro ni control, ese filtro básico de seguridad queda completamente al margen. En una era donde el skincare se ha convertido en moda entre preadolescentes, el verdadero cuidado de la piel parece haber quedado fuera de tendencia.

El vértigo no es solo físico también puede ser mental

Sentir que el mundo gira sin moverse un centímetro. Así se manifiesta el vértigo, una falsa sensación de movimiento que, aunque comúnmente se confunde con el mareo, tiene causas, características y tratamientos muy distintos. No se trata de una enfermedad en sí, sino de un síntoma con múltiples orígenes que pueden ir desde desequilibrios del oído interno hasta trastornos de ansiedad. El Dr. Paul Délano, otorrinolaringólogo del Hospital Clínico Universidad de Chile, detalla las claves para reconocerlo, diferenciarlo del mareo y entender cuándo hay que tomarlo en serio.

A diferencia del mareo, que suele asociarse a desequilibrios cardiovasculares o metabólicos, el vértigo implica la sensación de que todo se mueve a tu alrededor, a pesar de estar inmóvil. Esto lo convierte en un fenómeno profundamente perturbador para quienes lo padecen. Su aparición puede ser repentina, episódica o crónica, y es la duración, junto con los síntomas asociados como pérdida auditiva o náuseas, lo que permite orientar el diagnóstico. Según Délano, en el 70 a 80% de los casos se puede identificar la causa solo con una buena historia clínica.

Entre los tipos más comunes, el vértigo posicional destaca por su frecuencia en mayores de 50 años. Provocado por el desprendimiento de pequeños cristales de calcio en el oído interno, se desencadena al cambiar de posición y se trata eficazmente con maniobras físicas, sin necesidad de medicamentos. En cambio, la neuritis vestibular, más típica en adultos de mediana edad, se presenta de forma súbita y prolongada, causando náuseas intensas y malestar, pero sin afectar la audición. Otro tipo, cada vez más visible en jóvenes, es la migraña vestibular, que combina vértigo con dolores de cabeza intensos y requiere un manejo integral del estilo de vida.

No menos relevante es la enfermedad de Ménière, que aparece junto con pérdida auditiva fluctuante y tinnitus, ni el vértigo funcional o psicógeno, donde la ansiedad juega un rol central. Este último, conocido también como mareo postural perceptual persistente, es cada vez más frecuente y suele presentarse después de cuadros no resueltos, generando un círculo vicioso entre vértigo y angustia.

El mensaje del Dr. Délano es claro: no hay que subestimar el vértigo ni esperar que se pase solo. Episodios recurrentes o sin causa aparente merecen una evaluación médica seria. Y aunque los fármacos pueden aliviar los síntomas, el verdadero tratamiento siempre debe atacar la causa subyacente. Dejar pasar el tiempo, advierte, puede abrir la puerta a un vértigo crónico o incluso a una alteración psicológica que agrave el cuadro. Consultar a tiempo puede marcar la diferencia entre una molestia pasajera y una condición que limite profundamente la calidad de vida.

Comer por reloj es más saludable de lo que crees

El concepto de “alimentación con restricción horaria” está ganando terreno, no como una dieta de moda, sino como una estrategia respaldada por la ciencia para mejorar la salud metabólica. Mariana Cifuentes, doctora en Ciencias de la Nutrición y coordinadora del Laboratorio OMEGA del INTA de la Universidad de Chile, ha dedicado parte de su trabajo a estudiar cómo los horarios en que comemos impactan directamente en nuestro bienestar. Su investigación sugiere que comer no debería ser solo una cuestión de calorías, sino de ritmo biológico.

Cifuentes destaca que esta forma de alimentarse busca alinear nuestros hábitos alimenticios con los ciclos naturales del cuerpo. No se trata de contar calorías ni de dejar de comer, sino de concentrar las comidas en una ventana de tiempo específica durante el día. “Prefiero llamarlo alimentación con restricción horaria porque es más simple, flexible y sostenible”, comenta. Protocolos como el 10:14 o el 8:16, donde se come durante 10 u 8 horas y se ayuna el resto del día, han demostrado ser compatibles con una rutina diaria estándar, especialmente si la ventana se sitúa en las horas de luz.

Desde la cronobiología, se sabe que somos más sensibles a la insulina en la mañana, lo que convierte las primeras horas del día en el mejor momento para alimentarse. Comer tarde no solo desafía este reloj interno, sino que interfiere con funciones vitales como la reparación celular y el descanso profundo. El problema es que nuestras costumbres culturales, con cenas tardías y reuniones nocturnas, muchas veces van en sentido contrario. Aun así, Cifuentes asegura que cuando las personas perciben beneficios como más energía, menos molestias digestivas y mejor calidad del sueño, resulta más fácil adoptar el hábito.

No se trata de reglas inflexibles. La investigadora insiste en que pueden existir excepciones para ocasiones sociales, pero que lo importante es la constancia. Comenzar con pasos pequeños, como ayunar 12 horas entre la cena y el desayuno, e ir reduciendo esa ventana poco a poco, puede generar cambios reales a largo plazo. Eso sí, nunca debe saltarse el desayuno y siempre se recomienda que la última comida sea al menos dos horas antes de dormir.

En un estudio reciente realizado por el INTA en adultos jóvenes con sobrepeso, una alimentación 8:16 logró reducir la grasa corporal y mejorar la sensibilidad a la insulina. Si bien los resultados aún están siendo analizados, el equipo espera ampliar sus investigaciones a otras poblaciones y condiciones de vida para comprender mejor cómo este enfoque puede aplicarse de manera segura y efectiva.