Salud y bienestar

El vértigo no es solo físico también puede ser mental

Sentir que el mundo gira sin moverse un centímetro. Así se manifiesta el vértigo, una falsa sensación de movimiento que, aunque comúnmente se confunde con el mareo, tiene causas, características y tratamientos muy distintos. No se trata de una enfermedad en sí, sino de un síntoma con múltiples orígenes que pueden ir desde desequilibrios del oído interno hasta trastornos de ansiedad. El Dr. Paul Délano, otorrinolaringólogo del Hospital Clínico Universidad de Chile, detalla las claves para reconocerlo, diferenciarlo del mareo y entender cuándo hay que tomarlo en serio.

A diferencia del mareo, que suele asociarse a desequilibrios cardiovasculares o metabólicos, el vértigo implica la sensación de que todo se mueve a tu alrededor, a pesar de estar inmóvil. Esto lo convierte en un fenómeno profundamente perturbador para quienes lo padecen. Su aparición puede ser repentina, episódica o crónica, y es la duración, junto con los síntomas asociados como pérdida auditiva o náuseas, lo que permite orientar el diagnóstico. Según Délano, en el 70 a 80% de los casos se puede identificar la causa solo con una buena historia clínica.

Entre los tipos más comunes, el vértigo posicional destaca por su frecuencia en mayores de 50 años. Provocado por el desprendimiento de pequeños cristales de calcio en el oído interno, se desencadena al cambiar de posición y se trata eficazmente con maniobras físicas, sin necesidad de medicamentos. En cambio, la neuritis vestibular, más típica en adultos de mediana edad, se presenta de forma súbita y prolongada, causando náuseas intensas y malestar, pero sin afectar la audición. Otro tipo, cada vez más visible en jóvenes, es la migraña vestibular, que combina vértigo con dolores de cabeza intensos y requiere un manejo integral del estilo de vida.

No menos relevante es la enfermedad de Ménière, que aparece junto con pérdida auditiva fluctuante y tinnitus, ni el vértigo funcional o psicógeno, donde la ansiedad juega un rol central. Este último, conocido también como mareo postural perceptual persistente, es cada vez más frecuente y suele presentarse después de cuadros no resueltos, generando un círculo vicioso entre vértigo y angustia.

El mensaje del Dr. Délano es claro: no hay que subestimar el vértigo ni esperar que se pase solo. Episodios recurrentes o sin causa aparente merecen una evaluación médica seria. Y aunque los fármacos pueden aliviar los síntomas, el verdadero tratamiento siempre debe atacar la causa subyacente. Dejar pasar el tiempo, advierte, puede abrir la puerta a un vértigo crónico o incluso a una alteración psicológica que agrave el cuadro. Consultar a tiempo puede marcar la diferencia entre una molestia pasajera y una condición que limite profundamente la calidad de vida.

Comer por reloj es más saludable de lo que crees

El concepto de “alimentación con restricción horaria” está ganando terreno, no como una dieta de moda, sino como una estrategia respaldada por la ciencia para mejorar la salud metabólica. Mariana Cifuentes, doctora en Ciencias de la Nutrición y coordinadora del Laboratorio OMEGA del INTA de la Universidad de Chile, ha dedicado parte de su trabajo a estudiar cómo los horarios en que comemos impactan directamente en nuestro bienestar. Su investigación sugiere que comer no debería ser solo una cuestión de calorías, sino de ritmo biológico.

Cifuentes destaca que esta forma de alimentarse busca alinear nuestros hábitos alimenticios con los ciclos naturales del cuerpo. No se trata de contar calorías ni de dejar de comer, sino de concentrar las comidas en una ventana de tiempo específica durante el día. “Prefiero llamarlo alimentación con restricción horaria porque es más simple, flexible y sostenible”, comenta. Protocolos como el 10:14 o el 8:16, donde se come durante 10 u 8 horas y se ayuna el resto del día, han demostrado ser compatibles con una rutina diaria estándar, especialmente si la ventana se sitúa en las horas de luz.

Desde la cronobiología, se sabe que somos más sensibles a la insulina en la mañana, lo que convierte las primeras horas del día en el mejor momento para alimentarse. Comer tarde no solo desafía este reloj interno, sino que interfiere con funciones vitales como la reparación celular y el descanso profundo. El problema es que nuestras costumbres culturales, con cenas tardías y reuniones nocturnas, muchas veces van en sentido contrario. Aun así, Cifuentes asegura que cuando las personas perciben beneficios como más energía, menos molestias digestivas y mejor calidad del sueño, resulta más fácil adoptar el hábito.

No se trata de reglas inflexibles. La investigadora insiste en que pueden existir excepciones para ocasiones sociales, pero que lo importante es la constancia. Comenzar con pasos pequeños, como ayunar 12 horas entre la cena y el desayuno, e ir reduciendo esa ventana poco a poco, puede generar cambios reales a largo plazo. Eso sí, nunca debe saltarse el desayuno y siempre se recomienda que la última comida sea al menos dos horas antes de dormir.

En un estudio reciente realizado por el INTA en adultos jóvenes con sobrepeso, una alimentación 8:16 logró reducir la grasa corporal y mejorar la sensibilidad a la insulina. Si bien los resultados aún están siendo analizados, el equipo espera ampliar sus investigaciones a otras poblaciones y condiciones de vida para comprender mejor cómo este enfoque puede aplicarse de manera segura y efectiva.

El mito japonés que aún domina nuestras caminatas

Durante años, los dispositivos móviles y relojes inteligentes han incentivado a millones de personas a perseguir una cifra diaria casi mágica: 10 mil pasos. Convertida en símbolo de salud accesible y sin supervisión médica, esta meta ha sido replicada por aplicaciones, entrenadores informales e incluso campañas de bienestar. Pero ¿es realmente efectiva? Para el académico Alonso Peña Baeza, de la Escuela de Ciencias de la Actividad Física de la Universidad de Santiago, la respuesta no está en el número, sino en la constancia de un estilo de vida activo.

Peña Baeza explica que, aunque caminar es beneficioso, investigaciones recientes muestran que los beneficios asociados a la reducción de la mortalidad se estabilizan en torno a los 7.500 pasos diarios. Más allá de ese umbral, las ventajas tienden a ser mínimas. Por eso, enfatiza que no se trata de alcanzar una cifra exacta sino de incorporar la actividad física como parte habitual de la rutina diaria. La idea de los 10 mil pasos, agrega, no proviene de la ciencia sino del marketing: en 1965, una empresa japonesa lanzó un podómetro llamado Mampo-key, cuyo nombre significa justamente “medidor de 10 mil pasos”, lo que popularizó esta cifra como sinónimo de salud sin evidencia científica detrás.

En este contexto, el enfoque recomendado por la Organización Mundial de la Salud es más amplio: entre 150 y 300 minutos semanales de actividad aeróbica moderada, o entre 75 y 150 minutos de ejercicio intenso, sumado a al menos dos sesiones semanales de fortalecimiento muscular. Caminar puede ser parte de este plan, pero no basta con contar pasos si no hay una integración consciente de la actividad en el día a día.

Los beneficios de caminar van más allá del control de peso. Según la Organización Panamericana de la Salud, ayuda a prevenir enfermedades crónicas como el cáncer, la diabetes y las afecciones cardiovasculares, además de reducir síntomas de depresión y ansiedad, y mejorar la salud cerebral. En niños, niñas y adolescentes, caminar promueve el desarrollo muscular, cognitivo y motor, además de fortalecer el sistema óseo.

Para quienes han estado inactivos por un tiempo, Peña Baeza propone una aproximación progresiva: comenzar con pausas activas en el trabajo, usar las escaleras, extender caminatas cotidianas o planificar salidas simples como recorrer museos o parques urbanos. Estas pequeñas acciones, integradas con regularidad, pueden cimentar el hábito de una vida más activa. A medida que se afianza este nuevo ritmo, es recomendable sumarse a talleres o actividades grupales como clases de baile o clubes deportivos, ya que el componente social suele aumentar la adherencia y el disfrute.

En definitiva, caminar sí ayuda, pero no basta con alcanzar una cifra arbitraria. Lo esencial es moverse todos los días, con intención, adaptándose a cada etapa de la vida, y reconociendo que la salud no se mide solo en pasos, sino en cómo elegimos movernos y vivir.

Cocinar con conciencia sin perder el sabor

En un país donde las tradiciones culinarias conviven cada vez más con la comida rápida y los alimentos ultraprocesados, un grupo de estudiantes y académicas de la Universidad de Chile decidió dar un paso hacia la recuperación del patrimonio gastronómico nacional, con mirada crítica y técnica. Se trata del libro Porciones de intercambio de preparaciones habituales chilenas, una publicación gratuita elaborada por estudiantes del Departamento de Nutrición de la Facultad de Medicina, que actualiza y profundiza el valor nutricional de treinta recetas clásicas del repertorio local.

La iniciativa surge como una revisión del libro Valor nutricional de las preparaciones culinarias habituales en Chile, publicado en 2003, adaptándolo a los cambios alimentarios, culturales y sociales que ha atravesado el país en las últimas dos décadas. Además de actualizar las porciones y composición nutricional de platos como la cazuela, el charquicán, las machas a la parmesana y el mote con huesillo, el nuevo libro incorpora imágenes y, sobre todo, las porciones de intercambio. Este sistema; utilizado por nutricionistas para planificar dietas balanceadas, permite equiparar distintos alimentos según su composición química, facilitando decisiones alimentarias más informadas y prácticas tanto para profesionales como para pacientes o usuarios.

Tal como explica Paola Cáceres, académica editora del proyecto, este sistema ayuda a visualizar, por ejemplo, que medio pan equivale a un cuarto de taza de arroz, lo que permite planificar mejor la alimentación diaria. Esta lógica se refleja en el libro, que busca democratizar el conocimiento nutricional y entregar herramientas concretas para una alimentación saludable en el contexto chileno.

El libro, desarrollado por las estudiantes Krishna Parra, Isidora Pierattini, Eduarda Bertozzi, Paula Astudillo y Paloma Parodi, bajo la edición de las académicas Claudia Lataste, Soledad Reyes y la ya mencionada Cáceres, incluye 10 entradas, 10 fondos y 10 postres. Más allá de su uso en contextos clínicos, el texto también propone una herramienta para la educación alimentaria general, con foco en la salud pública y la identidad cultural.

Uno de los elementos más potentes del libro es su rol como herramienta de rescate culinario. En un entorno donde muchos migrantes; y cada vez más jóvenes, identifican como “comida típica chilena” a preparaciones globalizadas como pizzas, hamburguesas o completos, la publicación contribuye a reafirmar lo que culturalmente consideramos propio. En este sentido, la académica Eduarda Bertozzi subraya que reconocer, valorar y sistematizar recetas tradicionales no es solo una tarea nutricional, sino también una manera de fortalecer la historia y las costumbres locales.

El libro también responde a un contexto alimentario en constante mutación. Si bien la mayoría de las preparaciones consideradas incluyen ingredientes frescos o mínimamente procesados, también reflejan la creciente diversidad de la dieta nacional, influenciada por la migración, el auge de las tendencias veganas y la preocupación por la sustentabilidad. Las decisiones alimentarias ya no solo se mueven por gusto o salud, sino también por una conciencia ambiental que empieza a permear la planificación nutricional profesional.

Esta nueva edición; didáctica, técnica y culturalmente anclada, está disponible para su descarga gratuita en la web del Departamento de Nutrición de la Universidad de Chile. Un material que no solo educa, sino que devuelve a las cocinas chilenas el valor de sus propias raíces.

Pantallas, ansiedad y cansancio: los síntomas del sedentarismo

Una radiografía reciente sobre los hábitos corporales en Chile arrojó una señal de alerta: solo el 26,4% de niños y adolescentes entre 5 y 17 años son físicamente activos, y apenas el 44,9% de los adultos mayores de 18 años lo son. La Encuesta Nacional de Actividad Física; realizada en todo el país con una muestra representativa de más de 12 mil personas, revela un panorama preocupante que va más allá del ejercicio: apunta a una desconexión profunda entre cuerpo, cultura y bienestar.

Sergio Toro, jefe de carrera de Pedagogía en Educación Física de la Universidad de Chile, no se sorprende. Según él, el problema radica en el modelo que guía actualmente las políticas públicas: uno centrado en lo clínico, que mide síntomas y prescribe rutinas, pero que olvida lo más importante, que es educar para la vida activa. “Necesitamos superar esta mirada reduccionista de la actividad física y pasar a una visión más compleja, que incorpore hábitos de vida saludable y el juego libre como parte esencial del proceso educativo”, señala.

Pero este desafío no se limita al aula. El sedentarismo tiene efectos reales y graves en la salud física y mental de la población. El pediatra broncopulmonar Guillermo Zepeda, subdirector de la Escuela de Medicina de la misma universidad, advierte que la falta de movimiento contribuye al alza de enfermedades respiratorias, cardiovasculares, obesidad infantil y trastornos emocionales como la ansiedad y la depresión. “El deporte y la actividad física en general tienen un impacto directo en todos los niveles del bienestar humano”, explica Zepeda.

Además, hay un fenómeno que no ayuda: el reemplazo de actividad física por consumo de pantallas. Niños que no hacen ejercicio pasan horas frente al celular o la consola. “Ese tipo de actividades no aporta ni física ni emocionalmente”, enfatiza Zepeda. Es una rutina que se ha normalizado y que es cada vez más difícil de revertir sin una transformación estructural.

En este sentido, Sergio Toro propone cambiar el paradigma. No se trata solo de promover el deporte, sino de crear una cultura en que la actividad física sea un componente existencial, no funcional. Esto implica considerar también el descanso, la alimentación, la equidad social y las relaciones humanas como parte del bienestar. “Hay personas que trabajan limpiando calles o recolectando basura. ¿Podemos decir que son inactivas? No. Pero ¿es saludable esa actividad? Tampoco. La clave es cambiar la lógica con que entendemos el cuerpo: no como un objeto que se entrena, sino como una parte viva de lo que somos”, señala Toro.

La propuesta apunta a que las escuelas dejen de ser lugares que simplemente administran cuerpos y pasen a ser espacios que los cuidan. “Si queremos que los niños se muevan, necesitamos que los docentes también vibren con esa vida activa. No basta con hacerlos sudar una hora si el resto del entorno sigue siendo tóxico o indiferente”, remata el académico. Lo que se necesita, concluyen ambos expertos, es un giro cultural profundo: uno que no se limite a contar pasos o calorías, sino que nos devuelva el cuerpo como una experiencia social, política y emocional.

La encuesta, que incluyó a personas de las 16 regiones del país y consideró variables como sexo, zona geográfica, edad y nivel socioeconómico, también desarrolló un índice multidimensional que busca entender la actividad física en distintos contextos de vida. Pero los números, más allá de su complejidad técnica, son claros: Chile está parado, y el costo ya se empieza a sentir.

El arroz bajo amenaza el cambio climático podría convertir un alimento básico en un riesgo sanitario

Presente en casi todos los hogares chilenos como acompañamiento de carnes, pescados o guisos, el arroz podría dejar de ser un alimento inocuo y transformarse en un riesgo para la salud. Así lo advierte un reciente estudio internacional publicado en The Lancet Planetary Health, que vincula el cambio climático con el aumento de arsénico en este cereal, base de la dieta de millones de personas en el mundo.

La investigación, liderada por científicos de la Universidad de la Academia de Ciencias de China y la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Columbia, revela que las modificaciones químicas provocadas en los suelos por el aumento de temperatura y la concentración de dióxido de carbono (CO2) están generando formas de arsénico más fácilmente absorbibles por los granos de arroz. Este hallazgo prende las alarmas sobre posibles consecuencias sanitarias de gran alcance, especialmente en regiones donde el arroz es un alimento esencial.

Durante diez años, el equipo analizó 28 variedades de arroz en siete países asiáticos —Bangladesh, China, India, Indonesia, Myanmar, Filipinas y Vietnam—, constatando que el incremento del arsénico bajo condiciones climáticas extremas podría generar un alza significativa en enfermedades como diabetes, dolencias cardíacas y algunos tipos de cáncer. Según Lewis Ziska, coautor del estudio y académico de Columbia, “estos cambios podrían comprometer la seguridad alimentaria y la salud pública en Asia hacia 2050”.

Raúl Cordero, climatólogo de la Universidad de Santiago de Chile, destacó en entrevista con Diario Usach la relevancia del estudio, calificándolo como “pionero” por introducir un nuevo enfoque: el cambio directo de la biogeoquímica del suelo agrícola como consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero. “Hasta ahora se hablaba de erosión o eventos extremos, pero no se había considerado cómo el calor y el CO2 pueden alterar el contenido tóxico de un alimento durante su cultivo”, explicó el investigador.

Además, Cordero advirtió que el consumo prolongado de arsénico, incluso en pequeñas dosis, está vinculado a una larga lista de enfermedades graves. La proyección es preocupante no solo para los países productores de arroz en Asia, sino también para mercados consumidores como el chileno, donde el cereal forma parte habitual de la dieta.

El estudio plantea un desafío para la comunidad científica y las políticas públicas, ya que urge a monitorear otros cultivos y evaluar cómo el cambio climático podría estar alterando la presencia de elementos tóxicos o esenciales en los alimentos. Aunque también abre la posibilidad de que algunas sustancias nocivas disminuyan en otros productos, el foco inmediato está en prevenir que un alimento tan cotidiano como el arroz se convierta en un riesgo silencioso.

El camino hacia un envejecimiento saludable en Chile

Chile es uno de los países con mayor esperanza de vida en América, con un promedio de 81 años, destacándose las mujeres con una esperanza de 83 años y los hombres con 78. Esta longevidad, que lo posiciona en el segundo lugar del continente después de Canadá, plantea nuevos desafíos para las personas que alcanzan esta edad, tanto a nivel físico como emocional. Especialistas de la Universidad de Chile han compartido valiosas recomendaciones sobre cómo llegar a una vejez plena, manteniendo la autonomía, la movilidad y la salud cognitiva.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) describe el envejecimiento como un proceso gradual de cambios que afecta las capacidades físicas y mentales, y que se acelera conforme avanzamos en la vida. Se espera que, en 2030, más de 1.400 millones de personas mayores de 60 años habiten el planeta, un aumento del 34% respecto a 2019. Ante esta realidad, los especialistas subrayan la importancia de adquirir hábitos saludables desde la niñez para lograr un envejecimiento saludable.

Según Daniela Thumala, académica del Departamento de Psicología de la Universidad de Chile, es fundamental que los niños y jóvenes comprendan que sus hábitos alimenticios y la actividad física impactarán directamente en la calidad de su vejez. “Debemos empezar a hablar más de longevidad que solo de envejecimiento”, afirma Thumala. Esta visión integral es respaldada por Lorena Rodríguez, directora de la Escuela de Salud Pública de la U. de Chile, quien asegura que el envejecimiento saludable debe construirse a lo largo de toda la vida. “Es una construcción vital, no algo que pueda planificarse a último minuto”, explica.

Por otro lado, el doctor Felipe Salech, geriatra del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, sostiene que un envejecimiento saludable implica la preservación de la funcionalidad de las personas, incluso si padecen enfermedades como la hipertensión o la diabetes, siempre y cuando estas condiciones estén controladas. Asimismo, la profesora Alejandra Fuentes-García enfatiza que los cuidados varían según la etapa de la vida, pero es fundamental fomentar políticas públicas que aseguren una vejez digna y saludable, como una jubilación adecuada y espacios públicos inclusivos.

Para alcanzar una vejez saludable, los expertos destacan varios pilares fundamentales. La alimentación juega un rol esencial, recomendando una dieta variada, sin excesos de productos ultraprocesados, y la incorporación de proteínas en las comidas diarias. Además, mantener un propósito en la vida, cultivar una red de apoyo emocional, realizar ejercicio físico de manera regular y evitar hábitos nocivos como el consumo de alcohol y tabaco son claves para una longevidad plena.

Uno de los aspectos más importantes es la actividad física, especialmente ejercicios que fortalezcan los músculos y mejoren el equilibrio, fundamentales para evitar caídas y mantener la movilidad. Según los especialistas, no se trata de practicar deportes intensos, sino de caminar regularmente y realizar actividades que impliquen esfuerzo físico sin riesgo de lesión.

Finalmente, la educación continua y el estímulo cognitivo son factores determinantes para mantener la salud cerebral. Leer, escribir y mantener la mente activa son prácticas recomendadas para garantizar un envejecimiento mentalmente saludable. “La educación es un determinante clave de cómo funcionará el cerebro en la vejez”, concluye el doctor Salech.

Con estos consejos, los especialistas nos invitan a reflexionar sobre cómo podemos vivir los años de nuestra vejez de la mejor forma posible, cuidando tanto nuestro cuerpo como nuestra mente.

Cómo la dieta antiinflamatoria ayuda a prevenir enfermedades modernas

Cada vez más personas buscan mantener una alimentación equilibrada que incluya alimentos variados como frutas, verduras, legumbres y frutos secos. En este contexto, la dieta antiinflamatoria ha ganado atención como un patrón alimentario capaz de reducir la inflamación en el cuerpo. El bioquímico Gonzalo Jorquera, director del Laboratorio de Envejecimiento Resiliente de la Universidad de Chile, explica que hay alimentos que, cuando se consumen en exceso y de forma sostenida, pueden alterar el equilibrio de las bacterias en el intestino, provocando una inflamación de bajo grado que afecta la salud general. Esta inflamación crónica se ha asociado con diversas enfermedades, como la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares, el deterioro cognitivo y la obesidad.

La dieta antiinflamatoria no es una dieta estricta ni mágica, sino más bien un patrón alimentario que promueve el consumo de alimentos con propiedades antiinflamatorias y reduce aquellos que favorecen la inflamación. Jorquera señala que lo esencial es adoptar un enfoque general, no centrarse únicamente en ingredientes aislados. Comer alimentos coloridos, variados y naturales es una excelente regla. La dieta se basa en un alto consumo de frutas y verduras, legumbres, cereales integrales, frutos secos, semillas, pescados ricos en omega-3 y alimentos fermentados como el yogur o el kéfir. También se recomienda el uso de aceite de oliva extra virgen y especias como cúrcuma, jengibre y ajo, mientras que se deben reducir los productos ultraprocesados, el azúcar refinado, las harinas blancas y el alcohol.

Además, el académico explica que la dieta antiinflamatoria se asemeja a las dietas mediterránea y MIND, que se han relacionado con beneficios tanto cardiovasculares como cognitivos. “Es importante que las personas no solo se enfoquen en un ingrediente, sino en el patrón general de alimentación que implica consumir alimentos que modulan la microbiota intestinal y reducen la expresión de genes proinflamatorios”, señala Jorquera. Entre los alimentos destacados por sus efectos protectores se encuentran los frutos rojos, las verduras crucíferas como el brócoli y el coliflor, los pescados grasos como el salmón, y las legumbres.

La inflamación crónica, a diferencia de la hinchazón, es una respuesta biológica del sistema inmune que, aunque no siempre se note a simple vista, puede tener efectos profundos a largo plazo. De acuerdo con Jorquera, si no cuidamos nuestra alimentación, podemos desarrollar inflamación crónica, lo que puede originar diversas enfermedades modernas. Aunque la dieta antiinflamatoria se ha popularizado, es importante no caer en exageraciones ni promesas sin fundamento. Más que una moda, se trata de un enfoque preventivo respaldado por evidencia científica, que busca promover una vida más saludable y longeva.

El bioquímico concluye que, más allá de seguir una dieta específica, lo fundamental es adoptar un estilo de vida que favorezca la salud general, priorizando alimentos naturales y minimizando el consumo de productos procesados. Esto no solo ayuda a prevenir la inflamación, sino que también puede mejorar nuestra calidad de vida en el largo plazo.

Insomnio y deterioro cognitivo preocupan a la salud pública

El insomnio, presente desde tiempos remotos, ha empeorado significativamente en la era postpandemia. Según datos de 2023, el 40% de la población mundial lo padece, mientras que en Chile cerca del 27% lo sufre de manera crónica. Frente a esta realidad, el uso de medicamentos inductores del sueño se ha masificado, aunque su consumo prolongado ha comenzado a levantar alertas por sus posibles efectos en la salud cerebral.

Un artículo de The Washington Post planteó una posible relación entre el uso prolongado de estos fármacos y el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas. Aunque aún no existe certeza científica sobre si los medicamentos causan demencia o si son usados por personas que ya presentan un deterioro cognitivo incipiente, el vínculo preocupa a los especialistas. Pedro Chaná, neurólogo y académico de la Universidad de Santiago, afirma que la falta crónica de sueño sí tiene un efecto comprobado sobre la salud cognitiva, y que en los casos más severos se evidencian daños en la memoria.

El artículo estadounidense destaca especialmente los fármacos con efecto anticolinérgico, los cuales bloquean un neurotransmisor clave y pueden alterar funciones del sistema nervioso. En Chile, sin embargo, su uso es menor en comparación con las benzodiazepinas, que son más accesibles pero también riesgosas, pues afectan directamente la memoria y pueden generar dependencia. Chaná enfatiza que, aunque tengan diferentes mecanismos, ambos tipos de medicamentos podrían tener impactos negativos si se usan por periodos prolongados, especialmente en personas predispuestas.

El experto advierte que los trastornos del sueño, como el insomnio o la apnea, representan un desafío creciente para la salud pública. Por ello, insiste en la necesidad de estudiar con mayor profundidad sus causas y consecuencias, proponiendo que se prioricen estrategias de tratamiento que aborden el origen del problema y no solo sus síntomas.

Cómo afecta el horario de invierno a la salud mental y física

Este sábado, desde la Región de Arica y Parinacota hasta Los Lagos, los relojes deberán retrasarse una hora para dar paso al horario de invierno, quedando Chile continental (excepto Magallanes) bajo el huso horario UTC-4. Aunque este ajuste busca optimizar la luz solar, también implica efectos en el bienestar físico y mental, especialmente para personas con condiciones como el autismo o el TDAH.

El neurólogo Pablo Salinas, académico de la Universidad de Chile, advierte que el cambio puede alterar los ciclos circadianos, provocando sueño excesivo, menor rendimiento y fatiga en los primeros días. Para mitigar estos efectos, recomienda ordenar gradualmente los horarios de sueño, evitar pantallas antes de dormir y mantener un ambiente oscuro y tranquilo durante la noche.

Más allá de las incomodidades generales, el ajuste horario representa un desafío particular para personas neurodivergentes. Según Marcela Cuevas, académica del Departamento de Psicología de la misma universidad, quienes viven con autismo o TDAH requieren rutinas estructuradas, por lo que este tipo de modificaciones impone mayores exigencias de adaptación y puede afectar directamente su funcionamiento diario.

Salinas coincide, señalando que tanto el espectro autista como el déficit atencional suelen implicar dificultades para adaptarse a cambios en la planificación. Por eso, insiste en preparar el nuevo horario con anticipación, sobre todo en el caso de niñas, niños y adolescentes. La profesora Cuevas agrega que, si bien no sería viable mantener un horario distinto para personas neurodivergentes, sí es necesario pensar políticas que consideren sus necesidades y las de otros grupos sensibles ante este tipo de modificaciones.

El debate sobre mantener o no el horario de verano durante todo el año también sigue abierto. El astrónomo José Maza explicó que, si se mantuviera el horario de invierno, el sol saldría muy temprano en diciembre, desaprovechando horas de luz en la mañana. En cambio, el horario de verano desplaza esa luz hacia la tarde, permitiendo una jornada más iluminada tras la salida del trabajo o clases. Sin embargo, también implica que durante el invierno haya mañanas oscuras, lo que afecta la rutina de muchos, especialmente de los escolares.

Así, el cambio de hora no solo es una cuestión técnica, sino que involucra impactos reales en la salud, la vida cotidiana y la inclusión de grupos vulnerables, por lo que sigue siendo motivo de debate público y académico.