Medio Ambiente

Pueblos indígenas, guardianes de la biodiversidad y la alimentación

En América Latina y el Caribe, más de 54 millones de personas indígenas aportan una riqueza cultural, alimentaria y espiritual que moldea la identidad de la región. Su vínculo con la tierra, los bosques, los ríos y los mares no solo preserva tradiciones milenarias, sino que también resguarda conocimientos fundamentales para afrontar retos urgentes como la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la transformación de los sistemas agroalimentarios hacia modelos más sostenibles y resilientes.

Pese a su papel esencial, muchas comunidades indígenas viven en condiciones de pobreza, sufren mayores índices de malnutrición y desnutrición, y enfrentan amenazas constantes derivadas de modelos de desarrollo que ponen en riesgo sus territorios, su cultura y su cosmovisión. En medio de crisis ambientales y alimentarias, su resistencia y capacidad de adaptación se vuelven un ejemplo y una lección para el resto del mundo.

Este 9 de agosto, con motivo del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, la FAO los reconoce como aliados estratégicos en la construcción de un planeta más equilibrado. Sus sistemas alimentarios, basados en la diversidad, el respeto y la reciprocidad con la naturaleza, han nutrido a generaciones y siguen ofreciendo respuestas innovadoras para los desafíos globales.

A través de cuatro historias de vida compartidas por comunidades de la región, la FAO mostrará cómo estos pueblos trabajan para mantener su conexión con la tierra, proteger sus saberes ancestrales y fortalecer su resiliencia. Es un recordatorio de que la sostenibilidad no puede entenderse sin su participación y de que su voz es crucial en la conversación sobre el futuro de la alimentación y el medio ambiente.

Cómo sobreviven los animales al invierno chileno en un país marcado por el cambio climático

En un país de extremos como Chile, donde el desierto, la cordillera, el altiplano y la Patagonia conviven en un mismo territorio, los animales enfrentan un desafío constante: adaptarse a climas que cambian drásticamente entre estaciones y que, con el avance del cambio climático, se vuelven cada vez más impredecibles. El frío, la sequía, las lluvias intensas y los vientos despiadados son parte del paisaje, y tanto los animales silvestres como los domésticos deben desarrollar estrategias fisiológicas —y contar con ayuda humana— para resistir.

Los camélidos sudamericanos, como llamas, alpacas, guanacos y vicuñas, son un ejemplo de adaptación extrema. Según el Dr. Luis Raggi, académico de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias (Favet) de la Universidad de Chile, su pelaje denso y medulado funciona como un aislante térmico frente al frío y al calor. Además, su sistema fisiológico permite una termorregulación inusual: pueden soportar temperaturas que varían desde -10 °C en la noche hasta sobre 20 °C en el día. Adaptaciones como sus cojinetes plantares o la forma particular de sus glóbulos rojos los hacen ideales para sobrevivir en el Altiplano o la Patagonia, zonas donde otros mamíferos fracasarían.

En el caso de los rumiantes domésticos, como las vacas, también se produce un cambio de pelaje en invierno, además de una acumulación de grasa subcutánea que sirve como aislante. Para el Dr. Nelson Vera, también académico de Favet, la preparación nutricional es clave: asegurar una dieta rica en energía durante el otoño permite que los animales lleguen con reservas al invierno. Durante olas de frío, se recomienda proporcionar refugio, agua limpia y alimentación suplementada para evitar problemas respiratorios, digestivos o hipotermia, especialmente en animales jóvenes como terneros.

Los animales de compañía también requieren cuidados especiales, aunque no siempre significa vestirlos. La Dra. Sonia Anticevic explica que perros con pelo largo no necesitan abrigos adicionales y que el sobreabrigo puede dañar el pelaje o facilitar la acumulación de residuos que afectan su piel. En cambio, el foco debe estar en proporcionarles un entorno térmico estable y protegido, lejos de corrientes de aire o suelos fríos. Espacios como logias, casas de perro con aislamiento o simplemente permitir el ingreso al hogar son medidas efectivas que previenen enfermedades como la traqueobronquitis viral (conocida como tos de las perreras) o la intensificación de dolencias osteoarticulares en mascotas con enfermedades crónicas.

El cambio climático y la intervención humana han aumentado los riesgos para muchas especies nativas. El Dr. Raggi advierte que actividades como la construcción de caminos, la expansión minera o la introducción de especies competidoras como las ovejas, afectan la disponibilidad de pastos y alteran el delicado equilibrio ecológico donde habitan los camélidos. Cuando estas especies son trasladadas a otras zonas, sus adaptaciones pueden sostenerlas, pero se requiere una vigilancia mucho más estricta de las condiciones ambientales y nutricionales.

En ambientes rurales, el frío también puede limitar el acceso al forraje y al agua, reduciendo la ingesta alimentaria justo cuando el gasto calórico se incrementa. El Dr. Vera recomienda ofrecer forrajes de alta digestibilidad y suplementos concentrados para compensar el déficit energético. El sistema digestivo de los camélidos vuelve a destacar: su retículo-rumen tiene glándulas que mantienen un pH menos ácido, lo que favorece una microflora fermentativa capaz de digerir vegetación fibrosa y de bajo valor nutricional, algo que no ocurre en otros rumiantes.

Frente a un clima cada vez más desafiante, el conocimiento ancestral y científico sobre la adaptación animal se vuelve esencial para garantizar el bienestar de todas las especies que cohabitan el territorio chileno. La capacidad de adaptación no es infinita, y el rol humano en su protección es hoy más urgente que nunca.

Juan Fernández como laboratorio de sustentabilidad

En un país que genera casi un millón de toneladas de plástico al año pero recicla solo el 8,5 %, la Universidad de Santiago de Chile se suma a una iniciativa que busca cambiar el rumbo desde uno de los territorios más aislados del país. Se trata del proyecto “Juan Fernández Circular”, liderado por la entidad CircularTec, que tiene como objetivo transformar residuos plásticos del archipiélago en objetos útiles para su comunidad, apostando por una economía circular real y aplicada.

La propuesta técnica está encabezada por el Dr. Alexandre Carbonnel, desde el Laboratorio de Exploración de Materiales Arquitectónicos Ambientales (LEMAA) de la Usach, en colaboración con un equipo multidisciplinario de diseño industrial, ingeniería y arquitectura. El enfoque es claro: reducir la acumulación de plásticos en las islas mediante la reconversión de estos desechos en productos funcionales de fabricación local, utilizando tecnología de inyección desarrollada en conjunto con Reciklast.

Durante la primera etapa, CircularTec realizó un levantamiento territorial que permitió identificar tanto los tipos de plásticos predominantes como las necesidades de la comunidad insular. A partir de esos datos, el equipo de LEMAA analizó las propiedades físicas de los materiales y definió que el polipropileno N°5 —común en tapas y envases— era el más idóneo para ser reutilizado.

Como resultado de este trabajo, se desarrollaron dos prototipos: una abrazadera para tuberías y un señuelo de pesca, los cuales serán fabricados con una máquina inyectora mecánica construida por Reciklast, tecnología que podría implementarse permanentemente en el archipiélago si el proyecto avanza a su siguiente fase.

“Un manejo eficiente de estos residuos puede no solo reducir el impacto ecológico, sino también convertir a Juan Fernández en un modelo nacional de sustentabilidad”, aseguró el Dr. Carbonnel, proyectando el impacto futuro de la iniciativa más allá de las costas insulares.

Una comuna, un cerro y 80 razones para cuidar el planeta

Cerca de 80 voluntarios se reunieron el pasado 25 de julio para transformar el Cerro La Ballena, uno de los cerros isla más relevantes del Gran Santiago, en un punto de encuentro entre la comunidad y la acción ambiental. La jornada, impulsada por el movimiento ambiental SíMiPlaneta Chile y la iniciativa local Parque Natural Cerro La Ballena, no solo sirvió para retirar más de 640 kilos de residuos —desde escombros hasta electrodomésticos abandonados—, sino que también encendió una conversación urgente sobre el rol de estos espacios naturales en el equilibrio urbano.

Más allá de la limpieza, la jornada incorporó una charla educativa con foco en los principios del “No Deje Rastro”, una guía clave para quienes transitan entornos naturales sin degradarlos. La actividad tuvo un fuerte componente formativo al integrar a estudiantes de dos escuelas de la comuna, sumando nuevas generaciones a la defensa del ecosistema local.

Felipe, fundador del Parque Natural Cerro La Ballena, lo resumió así: “Este cerro tiene un valor ecológico y social enorme. Es refugio de biodiversidad y también un lugar de encuentro para la comunidad”. Entre su vegetación nativa, como el quillay y el natre, y aves locales como el tiuque, el peuco o la tenca, La Ballena destaca como un corredor biológico esencial para el equilibrio medioambiental en medio del cemento.

La sinergia entre organizaciones fue fundamental. SíMiPlaneta; el brazo verde del Grupo Por Un País Mejor impulsado por Farmacias del Dr. Simi, aportó recursos, voluntariado y visión territorial, demostrando que el cruce entre comunidad, educación y acción concreta puede generar transformaciones sostenidas. Desde la organización destacaron que “acciones como esta permiten que más personas, sobre todo niñas y niños, se conecten con la naturaleza y comprendan el valor de cuidarla”.

La restauración del Cerro La Ballena no es solo una limpieza puntual, es parte de una serie de esfuerzos por reimaginar el vínculo entre ciudad y naturaleza. En tiempos donde el colapso ambiental ya no es una teoría sino una evidencia, experiencias como esta reafirman que las respuestas también están en lo local, en la tierra bajo nuestros pies.

El lado oscuro del litio chileno

En el corazón del desierto de Atacama, el litio; ese mineral que impulsa la transición energética mundial, ha desatado una nueva ola extractivista que amenaza con arrasar los delicados ecosistemas altoandinos. Mientras gobiernos y empresas anuncian una revolución verde, comunidades indígenas, científicos y activistas denuncian que el costo ambiental y social de esta promesa podría ser irreparable. El litio chileno, altamente demandado para baterías de autos eléctricos, se extrae de salares milenarios, muchos de ellos frágiles, interconectados, y hoy más vulnerables que nunca.

La periodista Francisca González y la fotógrafa Jessica Acuña recorrieron los salares de Maricunga, Atacama y Pedernales, epicentros de este conflicto. Allí recogieron relatos de guías turísticos, líderes de comunidades Colla, geólogos y defensores del territorio, quienes coinciden en una idea clave: la transición energética no puede reproducir el modelo extractivista del pasado. “El Estado sólo ha protegido la laguna, no el salar completo”, dice Gonzalo Bordolli, guía en Atacama. “Los flamencos desaparecen, y con ellos se va una parte de la vida que aquí siempre existió”.

La geóloga Andrea Caneo agrega que estos ecosistemas tardaron millones de años en formarse y hoy se destruyen en apenas una década. La extracción intensiva, incluso con nuevas tecnologías como la “extracción directa”, no está libre de impactos. La escasez de evaluaciones ambientales rigurosas y la desconexión entre ciencia y política han dejado a las comunidades sin información clara, ni participación vinculante en los proyectos. En la práctica, muchos se enteran cuando las perforaciones ya están en marcha.

Organizaciones como Fundación Atacamita y movimientos como “Salvemos Maricunga” han emergido como actores clave en la defensa del territorio, articulando datos científicos, memoria comunitaria y herramientas jurídicas. Exigen que la Estrategia Nacional del Litio no sea solo un discurso, sino un compromiso concreto con la justicia ambiental. Voces como la de Elena Rivera, del pueblo Colla, urgen a detener la expansión de proyectos sin estudios de base ni consulta efectiva: “No se puede hablar de desarrollo si nos quedamos sin agua, sin animales, sin territorio”.

Este reportaje es parte de Narrar la TEJ, un programa que busca visibilizar las contradicciones de la transición energética desde América Latina. Más allá del litio como recurso estratégico, lo que está en juego es el modelo de futuro que se quiere construir. ¿Puede existir una energía limpia basada en la destrucción de ecosistemas? ¿Puede haber justicia climática sin justicia territorial? En Atacama, estas preguntas no son teoría: son la base de una resistencia que defiende la vida en uno de los paisajes más extremos y hermosos del planeta.

Energía limpia con deuda ecológica

La instalación del proyecto “Parque Eólico Coloane” en el norte de la Isla Grande de Chiloé podría convertirse en una amenaza directa para uno de los centros de investigación científica más importantes del país: la Estación Biológica Senda Darwin (EBSD). Así lo advirtió la Fundación Senda Darwin, que desde hace más de 30 años lidera estudios sobre biodiversidad, bosques templados y cambio climático en este laboratorio natural ubicado en Ancud. A pesar del valor ambiental y científico de la zona, la empresa detrás del proyecto busca continuar el proceso de evaluación mediante una Declaración de Impacto Ambiental (DIA), un mecanismo que organizaciones científicas y comunidades locales consideran insuficiente y poco transparente para la magnitud del impacto.

La EBSD, parte del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), alberga la torre Eddy Covariance, que desde 2013 mide flujos de carbono como parte de la red internacional FLUXNET. Esta infraestructura es vital para demostrar la eficiencia de los bosques del sur de Chile en la captura de CO₂ y para proyectar respuestas ante la crisis climática. El ruido y las perturbaciones generadas por las turbinas eólicas de gran escala alterarían las condiciones ambientales necesarias para mantener la precisión de estos estudios, comprometiendo una base de datos construida durante más de una década y financiada con fondos públicos.

Además del daño a la investigación, el proyecto contempla obras como canales artificiales y defensas fluviales que intervenir directamente el cauce del río Huicha, lo que podría alterar el equilibrio hídrico del área. La zona también incluye uno de los últimos remanentes de bosque nativo primario del norte de Chiloé, hogar de especies en peligro como el zorro de Darwin, el huillín, la guiña y diversas aves. Estos ecosistemas, esenciales para la conservación y escasamente protegidos, han sido estudiados y citados en más de 100 publicaciones científicas.

Desde la comunidad huilliche local también han surgido críticas. Denuncian la falta de consulta, el desconocimiento del valor cultural y ecológico del territorio, y acusan prácticas de hostigamiento y manipulación de información por parte de la empresa. La zona está reconocida como Zona de Interés Turístico (ZOIT), y recibe a estudiantes, visitantes y científicos cada año, reforzando su valor educativo y paisajístico.

Tanto la Fundación Senda Darwin como el IEB exigen que el proyecto se someta a un Estudio de Impacto Ambiental (EIA), más riguroso y participativo que una DIA. No se trata de oponerse a las energías renovables, aclaran los científicos, sino de evitar una transición energética que sacrifica la ciencia, los bosques y las comunidades locales en nombre del desarrollo.

Bosques de Bolsillo transforman la vida en las comunas

En un gesto que mezcla activismo ambiental y tejido comunitario, el Parque Municipal de Maipú se convirtió este fin de semana en el epicentro de una intervención verde sin precedentes para la comuna: la plantación de su primer “Bosque de Bolsillo”, una acción colaborativa en la que participaron cientos de personas y que dejó en tierra más de 2.800 especies nativas.

La actividad fue encabezada por el Gobierno de Santiago en conjunto con el municipio de Maipú, como parte del programa “Bosques de Bolsillo”, una iniciativa que busca regenerar el paisaje urbano de la Región Metropolitana a través de la creación de microbosques en 33 comunas. La propuesta no se queda en lo decorativo: estos espacios están diseñados para absorber CO₂, filtrar material particulado y reducir la temperatura urbana, generando pulmones verdes capaces de mejorar la salud física y emocional de los barrios más afectados por la expansión del cemento.

“Estamos cambiándole la cara a Santiago. Esto no es solo arborización, es una apuesta por la biodiversidad, la seguridad urbana y el bienestar de quienes viven aquí”, señaló Claudio Orrego, Gobernador de la Región Metropolitana, durante la jornada. La estrategia contempla el uso de la técnica japonesa Miyawaki, basada en la plantación de especies nativas en alta densidad y diversidad, lo que acelera el crecimiento del bosque hasta diez veces más que lo habitual y permite crear ecosistemas autosustentables en tiempo récord.

Antes de esta gran plantación, vecinas y vecinos de Maipú participaron en talleres comunitarios donde aprendieron sobre la técnica Miyawaki y el valor ecológico y social de los bosques urbanos. Esta preparación generó un vínculo real con el proyecto, transformando a los habitantes en protagonistas del cambio climático a nivel local. Durante la jornada, se sumaron representantes de organizaciones sociales, colegios, juntas de vecinos, adultos mayores, niñas, niños y jóvenes, en una imagen que escapa del voluntariado simbólico para convertirse en verdadera participación ciudadana.

La escena fue inédita para Maipú, una de las comunas más pobladas de Chile, con altos niveles de urbanización y una larga historia de lucha por espacios verdes y recreativos. En este contexto, el Bosque de Bolsillo aparece como una respuesta concreta a una demanda histórica. Según datos del propio Gobierno de Santiago, la capital necesita triplicar su cobertura de áreas verdes por habitante para alcanzar un estándar mínimo de bienestar ambiental.

El llamado final del Gobernador Orrego fue directo: “Recuperar la ciudad para las personas y la naturaleza para la ciudad es una tarea que no podemos hacer solos. Plantamos casi 3 mil árboles, pero lo más importante es que lo hicimos en comunidad”.

Geólogos alertan sobre puntos críticos en el Cajón del Maipo

El corazón cordillerano de la Región Metropolitana guarda una amenaza latente. Un estudio reciente de los geólogos Felipe Ugalde y Sergio Sepúlveda, de la Universidad de Chile, alerta sobre la alta susceptibilidad de remociones en masa de origen glaciar en al menos cuatro glaciares del Cajón del Maipo: El Morado, Loma Larga, Muñiri y Mesoncito. Esta investigación, publicada en Journal of South American Earth Sciences, no busca alarmar, sino anticipar. En palabras de Ugalde, se trata de una evaluación preventiva destinada a orientar decisiones en torno al resguardo de comunidades y ecosistemas vulnerables.

A diferencia de la bien documentada inestabilidad glaciar en la Patagonia, este estudio se centra en los Andes centrales, donde la cercanía con núcleos habitados como Baños Morales y Lo Valdés eleva la urgencia. Lo que está en juego no es menor: un colapso glaciar puede liberar millones de metros cúbicos de hielo que, al movilizarse súbitamente, desatan aluviones similares a los que devastaron zonas alpinas en Suiza hace apenas unos días.

El análisis técnico se basa en cinco tipos de amenazas geológicas: desde vaciamientos súbitos de lagos glaciares (GLOF) hasta deslizamientos catastróficos de hielo o avances anómalos de glaciares. De los 70 cuerpos de hielo evaluados, más de una decena mostró alta susceptibilidad en al menos dos categorías. Los cuatro glaciares destacados preocupan por su proximidad a poblados, su exposición al turismo y su inestabilidad concreta.

El glaciar El Morado, por ejemplo, perdió una cascada de hielo clave para su equilibrio estructural. Este hecho incrementa el riesgo de rebalse de la laguna que se encuentra justo debajo. En Loma Larga, el atractivo turístico de su cueva de hielo convive con una amenaza inminente: el avance del glaciar podría bloquear el cauce de agua, formando una represa natural con potencial destructivo. El glaciar Muñiri sorprendió a los científicos con el vaciamiento total de una laguna en solo tres días, lo que evidencia una dinámica violenta y difícil de predecir. Y en Mesoncito, la acumulación de cuerpos de agua sobre el hielo podría detonar vaciamientos súbitos hacia el valle, dada la fuerte pendiente de mil metros.

La investigación no habla de riesgos inminentes, pero sí urge a actuar ahora. En un contexto de acelerado cambio climático, la estabilidad de estas masas de hielo se ve comprometida. Lo que antes se desplazaba en siglos, hoy puede hacerlo en días. Los glaciares, que alguna vez fueron símbolos de quietud, se están volviendo impredecibles.

La lección de Suiza deja claro que la anticipación salva vidas. En Chile, el Cajón del Maipo es un laboratorio natural de glaciología aplicada, pero también un espacio donde ciencia, planificación y comunidad deben dialogar antes de que el hielo decida moverse.

Hidrógeno verde sin paneles solares la alternativa sucia que ahora es limpia

En un país como Chile, donde la promesa del hidrógeno verde ha sido tomada casi como política de Estado, una investigadora busca desafiar la forma en que entendemos la producción de esta energía. La Dra. Jhosané Pagés, desde el Departamento de Ingeniería Química y Bioprocesos de la Universidad de Santiago, está apostando por una ruta alternativa: producir biohidrógeno a partir de residuos orgánicos, específicamente purines de cerdo y cochayuyo. En vez de depender exclusivamente de la electrólisis alimentada por fuentes solares o eólicas, este enfoque propone convertir un problema ambiental en una fuente de energía limpia.

Chile ha liderado el desarrollo de hidrógeno verde gracias a su riqueza en energías renovables, pero ha dejado en segundo plano opciones como la generación biológica de hidrógeno. El proyecto liderado por Pagés busca precisamente revalorizar esos desechos agroindustriales que hoy se acumulan en vertederos, como el purín de cerdo, que es altamente contaminante. Al combinarlo con cochayuyo, una macroalga rica en azúcares y abundante en las costas chilenas, se mejora la degradación biológica, se equilibra la relación carbono/nitrógeno y se potencia la producción de biohidrógeno, biometano y otros subproductos útiles.

La innovación del proyecto también pasa por incorporar biochar, un material obtenido al calentar biomasa sin oxígeno. Este biochar actúa como soporte microbiano en los reactores y como filtro activo para capturar nitrógeno residual que no se elimina naturalmente. Lo más interesante es que el biochar se produce del mismo cochayuyo, cerrando así un ciclo virtuoso de valorización de residuos. Además, el equipo investiga cómo mejorar su capacidad de adsorción utilizando materiales industriales de desecho como la bischofita y el polvo de acero.

El plan de investigación contempla evaluar en laboratorio diversas mezclas de residuos, analizar su estabilidad en el tiempo y probar la reutilización del biochar como fertilizante. Si el proceso resulta exitoso, abriría la puerta a sistemas descentralizados de producción de energía en territorios rurales, reduciendo la huella ambiental de sectores como la industria porcina y algal, y transformando un pasivo en un activo energético.

Para Pagés, el objetivo es ambicioso pero claro: demostrar que los residuos pueden ir mucho más allá de dejar de contaminar. La idea es que se transformen en vectores energéticos útiles, en herramientas para la sostenibilidad real. “Si logramos eso, habremos recuperado un potencial que hoy se pierde”, afirma.

Las mujeres rurales sostienen los sistemas alimentarios pero siguen fuera del centro de las decisiones

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) acaba de lanzar un informe que arroja luces; y muchas alertas, sobre el rol de las mujeres en los sistemas agroalimentarios de América Latina y el Caribe. Bajo el título La situación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios, esta edición regional actualiza el análisis global presentado en 2023 y revela una constante: aunque las mujeres son esenciales para el funcionamiento del mundo rural, siguen relegadas del acceso igualitario a los recursos, las decisiones y los beneficios.

Según el reporte, las mujeres representan un 36 % de la fuerza laboral en el sector agroalimentario de la región. Pero más de dos tercios de ellas están concentradas en tareas no agrícolas, como el procesamiento de alimentos, la venta y comercialización, mientras que su presencia en rubros mejor remunerados, como el transporte, es casi marginal. En otras palabras, hacen funcionar la cadena alimentaria, pero se mantienen lejos de sus eslabones más rentables.

Un dato contundente que recoge el informe es que la inseguridad alimentaria golpea más a las mujeres que a los hombres. En 2022, la brecha de género en el acceso a una alimentación suficiente alcanzó los 9,1 puntos porcentuales. La pandemia no solo agudizó estas diferencias, sino que dejó al descubierto la fragilidad de un sistema que recarga a las mujeres con labores no remuneradas de cuidado y del hogar, dificultando su acceso a empleos estables o capacitaciones productivas.

Las cifras revelan que el 55 % de quienes trabajan en manufactura de alimentos y el 52 % en comercio dentro del sector agroalimentario son mujeres. Sin embargo, esta alta participación no se refleja en una mejora real de su acceso a tierras, agua, financiamiento o tecnologías. La desigualdad estructural también se evidencia en la baja representación femenina en la toma de decisiones, tanto en organizaciones campesinas como en la formulación de políticas públicas.

Paradójicamente, América Latina y el Caribe es la única región del mundo donde ha aumentado la participación de mujeres en la agricultura en los últimos 20 años. Pero ese crecimiento no se ha traducido en un mayor poder económico ni en mejores condiciones laborales. La mayoría de las mujeres rurales sigue enfrentando trabajos temporales, a tiempo parcial o en condiciones de informalidad.

Maya Takagi, Líder del Programa Regional de la FAO, fue clara durante el lanzamiento del documento: “Necesitamos políticas públicas transformadoras que reconozcan los múltiples roles de las mujeres rurales, desde la producción y el comercio hasta el cuidado. No se trata de integrar a las mujeres en un sistema desigual, sino de transformar ese sistema desde sus cimientos”.

Una de las grandes preocupaciones del informe es la falta de voluntad política reflejada en las normativas vigentes. Solo el 26 % de las políticas agrarias analizadas en la región incluye la igualdad de género como un objetivo explícito, y menos del 15 % aborda temas clave como normas sociales discriminatorias, el cambio climático o la resiliencia. Aun así, hay un punto de optimismo: América Latina y el Caribe ha liderado la integración del enfoque de género en las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (CDN), lo que podría marcar un punto de inflexión para avanzar hacia políticas más justas e inclusivas.

Entre las recomendaciones, el informe propone reformas legales que garanticen la propiedad conjunta de tierras, el diseño de programas con enfoque de género transformador, el acceso equitativo a tecnologías, servicios financieros y capacitación, y el fortalecimiento de la acción colectiva como herramienta para ampliar el poder de negociación de las mujeres frente a crisis y desafíos estructurales.

El informe de la FAO no solo evidencia la invisibilidad de las mujeres rurales en los datos y decisiones, sino que también posiciona su empoderamiento como una condición clave para alcanzar la seguridad alimentaria, el desarrollo sostenible y la justicia social en toda la región. Mientras ellas sigan siendo una mayoría sin voz ni propiedad, los sistemas agroalimentarios seguirán operando en desequilibrio.