Durante años, los deportes de contacto se asociaron con la fuerza bruta y la masculinidad. Hoy, esa narrativa se desarma golpe a golpe. Desde los gimnasios urbanos hasta los tatamis universitarios, más mujeres están entrando al ring, al dojo o al octágono, impulsadas por una mezcla de empoderamiento, autodefensa y búsqueda de comunidad. El fenómeno no solo desafía estereotipos: está transformando la cultura deportiva chilena.

El auge del boxeo, el kickboxing, el judo y el muay thai femenino responde a un cambio de época. Las redes sociales, el acceso a clases mixtas y la visibilidad de atletas profesionales han abierto la puerta a nuevas generaciones que ven en estos espacios algo más que sudor y técnica. Son lugares donde la disciplina se combina con la afirmación personal. “Ser atleta de alto rendimiento en deportes de contacto en Latinoamérica cuesta mucho, y ser mujer a veces añade dificultades”, reconoce Ivonne Paipa, coach y competidora, quien ha encontrado en la constancia y el acompañamiento la clave para crecer dentro de un sistema aún desigual.

La práctica de estos deportes no solo redefine cuerpos, sino también narrativas internas. La mejora en fuerza, coordinación y resistencia viene acompañada de un aumento en la autoconfianza y la resiliencia. En los gimnasios, se forjan redes de apoyo que trascienden el entrenamiento, desafiando la idea de que los espacios de combate son inhóspitos o agresivos. “El deporte no tiene género, sino que depende de la capacidad y disposición de cada persona”, explica Nicole Sáez, académica de la Escuela de Ciencias de la Actividad Física, el Deporte y la Salud (ECIADES), subrayando que aún es esencial crear entornos seguros y libres de acoso para sostener este crecimiento.

Esa búsqueda de seguridad y comunidad ha impulsado el surgimiento de talleres de defensa personal, clases recreativas y programas universitarios que integran formación técnica y desarrollo humano. En la Universidad de Santiago de Chile, por ejemplo, el cupo de Deportista Destacado permite que mujeres con trayectoria en disciplinas oficiales ingresen a carreras de educación superior, vinculando la práctica deportiva con el aprendizaje académico. Según Diego Aravena, docente de Entrenamiento Deportivo en la Usach, “algunas comienzan de manera recreativa y desarrollan confianza y habilidades que les permiten competir. Otras llegan con experiencia previa y buscan consolidar su rendimiento mediante conocimiento técnico y científico”.

La visibilidad mediática, aunque todavía parcial, ha sido crucial para acelerar el cambio. Atletas como Valentina Toro o Natalia Duco han roto la inercia de la representación limitada, mostrando que la fuerza y la técnica femenina no son excepciones sino el reflejo de un talento sistemáticamente invisibilizado. Las redes, los torneos regionales y las academias locales consolidan un tejido que da soporte a nuevas generaciones, donde las niñas ya no preguntan si pueden, sino cuándo empiezan.

“Siempre recuerden que hoy podemos, mañana no sabemos. El miedo y la inseguridad pueden ser motores, no cadenas”, dice Paipa, dejando una frase que se siente como mantra entre quienes entrenan. En un país donde las mujeres siguen abriendo camino en escenarios culturales, políticos y deportivos, el ring se convierte en metáfora y territorio. Cada golpe, cada caída y cada victoria son también actos de resistencia. El futuro del combate ya no se mide solo en títulos, sino en presencia.