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Cómo la ola de calor está afectando nuestra salud mental

Cuando Santiago y gran parte de Chile superan los 30 grados, la ciudad se convierte en una olla a presión emocional. No se trata solo del sol pegando fuerte ni del asfalto ardiendo bajo los pies: el calor modifica nuestras reacciones, altera nuestro humor y nos empuja a una montaña rusa de irritabilidad, cansancio y apatía que puede aparecer en cuestión de minutos. La pregunta que emerge en cada veraneo urbano es simple y brutal: ¿de verdad el calor intenso nos amarga? La ciencia dice que sí, y que el impacto es mucho más profundo de lo que imaginamos.

Un reciente estudio publicado en One Earth reveló que las altas temperaturas afectan negativamente el bienestar emocional en todo el planeta. No se trata únicamente de riesgo físico o caída en la productividad, sino de una alteración diaria en la manera en que sentimos. “No solo amenaza la salud física o la productividad económica, sino que también afecta el estado de ánimo de las personas, a diario, en todo el mundo”, explica Siqi Zheng, uno de los autores principales de la investigación. El calor extremo, según los datos, no solo agota: distorsiona la forma en que transitamos nuestra rutina.

En Chile, esta discusión llega en momentos donde las olas de calor son cada vez más frecuentes. Pedro Chaná, médico cirujano especialista en neurología y académico de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Santiago, confirma que el fenómeno es real y creciente. “Hay bastante evidencia, y de buena calidad, sobre que el calor ambiental tiene efectos significativos en la salud mental y el estado de ánimo. En este último tiempo el aumento de la temperatura se ha asociado con un incremento de los síntomas de ansiedad, irritabilidad y un empeoramiento del bienestar emocional”, señaló en Diario Usach. Y aunque el calor golpea a todos, no lo hace con la misma fuerza. “Sin embargo, hay poblaciones que tienen mayor vulnerabilidad, especialmente aquellas que están previamente afectadas por problemas de salud mental”, precisó.

El nivel socioeconómico, las condiciones de la vivienda, la edad avanzada, los problemas de salud y la capacidad de adaptación al calor se combinan como pequeñas piezas de un rompecabezas que determinan cuán fuerte impacta la temperatura en nuestro ánimo. La experiencia cotidiana lo confirma: cuando la ciudad arde, no todos tienen aire acondicionado, sombra ni infraestructura para resistir el golpe térmico. Para Chaná, estas desigualdades intensifican la carga emocional que trae cada ola de calor.

El mal humor también aparece al volante. Ya en los años 80, investigaciones demostraban que mientras más subía la temperatura, más probable era que los conductores tocaran la bocina. Aquellos con ventanillas abajo y sin aire acondicionado eran especialmente propensos a reaccionar con rabia. Décadas después, las conclusiones siguen vigentes. “Con temperaturas elevadas, entre 26 y 30 grados, se demuestra que aparece una percepción de incomodidad térmica, donde pueden aparecer molestias físicas, como irritación de las mucosas, dolor de cabeza, dificultad para pensar con claridad o concentrarse”, sostuvo el especialista.

El ambiente laboral tampoco queda fuera de esta ecuación. La clásica y eterna pelea por la temperatura ideal del aire acondicionado es apenas la superficie del problema. “Se repercute con una disminución del rendimiento laboral y un aumento de la fatiga y el malestar. Además, en lo social se ha relacionado estos ambientes con conductas disruptivas en el ambiente laboral. Especialmente en temperaturas superiores a los treinta grados y marcadamente sobre los 32 grados”, explicó Chaná. Una oficina caliente no solo incomoda: tensa, desgasta y rompe dinámicas de convivencia.

La ciencia va aún más lejos y revela que el calor actúa como un detonador biológico. “Hay evidencia de que el calor afecta en diferentes niveles, por ejemplo, en el sistema endocrino, inmunológico y metabólico. Por ejemplo, calores superiores a los cuarenta grados elevan el cortisol, activan el eje hipotálamo, el sistema simpático, entre otras cosas. Se habla de estrés térmico. En resumen, podemos decir que el calor actúa como un potente factor fisiológico de estrés que debe ser manejado en todo ambiente”, concluyó el neurólogo. Lo que sentimos no es exageración: es el cuerpo respondiendo a un ambiente que se vuelve hostil.

Mientras Chile enfrenta veranos cada vez más extremos, queda claro que el calor no solo derrite el hielo del freezer. También derrite la paciencia, el equilibrio emocional y la capacidad de transitar el día sin estallar. Entenderlo —y prepararse para ello— parece ser el nuevo desafío urbano en tiempos de crisis climática.

Segundo peak de influenza golpea tarde, pero fuerte

Con la llegada de la primavera, el aire en Santiago se vuelve más liviano, los parques se llenan y la gente comienza a dejar las mascarillas en casa. Sin embargo, mientras la ciudad florece, los virus respiratorios parecen haber decidido quedarse. Chile enfrenta un comportamiento inusual de estos agentes, que en vez de desaparecer con el invierno, han regresado con fuerza en plena temporada cálida. La influenza y el rinovirus están liderando una ola de contagios que rompe los patrones estacionales conocidos y vuelve a tensionar al sistema de salud.

De acuerdo con los datos más recientes del Instituto de Salud Pública, durante la semana epidemiológica 42 —entre el 12 y el 18 de octubre— la positividad de circulación viral alcanzó un 51%, superando los registros del mismo periodo en 2024. Esto implica que más de la mitad de las muestras analizadas resultaron positivas a algún virus respiratorio, un indicador que en otros años tiende a caer significativamente después del invierno.

“El país ya lleva varias semanas con un aumento significativo de virus respiratorios, alcanzando un nuevo peak que normalmente se da más temprano en el año”, explica el infectólogo Ignacio Silva, académico de la Escuela de Medicina de la Universidad de Santiago de Chile. “Este año, el segundo peak de influenza ha llegado un poco más tardío de lo habitual, comparado con fines de septiembre o principios de octubre”.

El especialista advierte que uno de los factores detrás de este repunte podría ser la pérdida de inmunidad en parte de la población. “La protección de la vacuna contra la influenza dura aproximadamente seis meses”, señala Silva. “Esto significa que muchas personas que no se vacunaron en invierno o que ya han perdido inmunidad podrían enfrentar un mayor riesgo, generando presión en los servicios de urgencia y hospitales”, sostuvo en conversación con Diario Usach.

Para enfrentar este panorama, el infectólogo recomienda mantener medidas básicas de autocuidado, incluso en primavera. “Lavarse las manos regularmente, ventilar los espacios cerrados y preferir actividades al aire libre son acciones simples que reducen el contagio”, explica. También sugiere el uso de mascarillas ante cualquier síntoma respiratorio, recordando que muchas veces es difícil distinguir un cuadro viral de una alergia estacional. “La diferencia principal es que los virus respiratorios suelen generar tos, dolor de garganta y fiebre, mientras que la alergia provoca secreción nasal, picazón ocular y molestias leves sin afectar la energía diaria”.

Silva destaca además que la influenza puede manifestarse con síntomas más intensos y un impacto general mayor en el organismo. “Provoca fatiga y dolores musculares. Ante la duda, es mejor usar mascarilla para proteger a otros y acudir a la atención primaria, como SAP o SAR, evitando sobrecargar los servicios de urgencia que deben concentrarse en casos graves”, concluye. En un país que aún recuerda la vulnerabilidad de los tiempos de pandemia, las palabras del especialista funcionan como una advertencia: los virus no respetan estaciones, y la prevención sigue siendo la mejor herramienta.

Cien años del funicular del cerro San Cristóbal, el ascensor del alma santiaguina

El pasado 25 de abril se conmemoró un siglo desde que el funicular del cerro San Cristóbal realizó su primer viaje, marcando un hito en la historia urbana y social de Santiago. Inaugurado en 1925 por el entonces presidente Arturo Alessandri Palma, este emblemático sistema de transporte se convirtió en una de las principales puertas de acceso al pulmón verde de la capital y en una postal viva del crecimiento de la ciudad. Conectando la base del cerro, el zoológico nacional y la cumbre coronada por la estatua de la Virgen, el funicular no solo resolvió una necesidad de movilidad, sino que también facilitó el acceso popular a un espacio natural que por entonces era de difícil alcance.

Diseñado por el reconocido arquitecto Luciano Kulczewski, su estación principal; una estructura de piedra con forma de torreón medieval, fue construida con materiales extraídos del mismo cerro. Hoy, esa estación es Monumento Histórico Nacional, distinción que reconoce tanto el valor patrimonial de su diseño como la ingeniería detrás de su sistema de transporte por cables, que ha acompañado a varias generaciones de santiaguinos en sus visitas familiares, excursiones escolares y celebraciones religiosas.

Andrea Medina, directora subrogante del Parque Metropolitano (Parquemet), destacó el rol del funicular como ícono urbano y punto de encuentro ciudadano: “Es la puerta de entrada a este parque de más de 700 hectáreas y es un punto de reunión para la familia chilena y quienes nos visitan”. La funcionaria añadió que se continuará trabajando para mejorar el acceso a este espacio verde en pro de una ciudad más equitativa.

El ministro de Vivienda y Urbanismo, Carlos Montes, valoró el peso simbólico del funicular como parte de la memoria colectiva del país: “Han pasado por aquí muchas generaciones. Esto hace que sea parte de su formación, de su vida como ciudadanos. Tenemos que mirar con otro ojo muchas de las cosas que ha acumulado la historia de este país, y aquí hay un ejemplo de ello”.

A lo largo de su siglo de historia, el funicular ha enfrentado desafíos técnicos. Una grave falla estructural en 2009 obligó a su cierre por siete años, hasta que en 2016 reabrió con una restauración que respetó su diseño original y reforzó sus estándares de seguridad. Desde entonces, la afluencia ha sido constante: entre diciembre de 2016 y febrero de 2017, superó los 133 mil visitantes mensuales, y se estima que en sus cien años ha transportado más de un millón cuatrocientos mil pasajeros.

Para el arquitecto Rodrigo Martin, académico de la Universidad de Santiago, el funicular democratizó el acceso al cerro San Cristóbal, permitiendo que personas de todas las edades y condiciones físicas puedan disfrutar de uno de los espacios naturales más extensos de la región Metropolitana. “Este sistema de transporte permite acceso fácil a lugares que de otra manera sería imposible alcanzar”, explicó, y subrayó el valor arquitectónico del proyecto diseñado por Kulczewski, también autor del Club Hípico de Santiago.

El centenario del funicular no es solo una celebración nostálgica, sino también una oportunidad para reflexionar sobre el valor de la infraestructura patrimonial como vehículo de integración urbana, identidad cultural y justicia espacial en una ciudad que sigue creciendo.