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De vertederos ilegales a circuitos circulares la transformación que busca la moda chilena

Cada año, en Chile se botan más de 572 mil toneladas de ropa y textiles. Esa cifra equivale al 7% de los residuos sólidos urbanos per cápita y gran parte termina en lugares donde no debería estar: vertederos ilegales o directamente en el desierto de Atacama, transformado en un “cementerio de ropa usada” que dio la vuelta al mundo como postal del consumo desbordado. Entre montañas de jeans, vestidos de fast fashion y camisetas plásticas, el norte del país se volvió un espejo incómodo de lo que cuesta sostener la cultura del usar y botar.

El Ministerio del Medio Ambiente decidió intervenir con la Estrategia Nacional de Economía Circular para Textiles al 2040, un plan que busca rediseñar la manera en que producimos, compramos, desechamos y reciclamos ropa. El documento fija cuatro metas: reducir el sobreconsumo, crear empleos formales ligados a la circularidad, aumentar la valorización de los residuos textiles y, quizá lo más urgente, erradicar los vertederos ilegales que crecen al margen de la ley.

“Esta estrategia es una invitación a dejar atrás la lógica de ‘usar y botar’ y avanzar hacia un modelo en que los materiales se aprovechen el mayor tiempo posible, reduciendo impactos ambientales y generando nuevas oportunidades para las personas”, explicó el ministro (s) de Medio Ambiente, Maximiliano Proaño. La idea no se queda en un discurso general: hay 18 iniciativas y 47 acciones concretas en áreas como Cultura Circular, Regulación Circular e Innovación Circular que deberían empujar un cambio profundo.

El diagnóstico es brutal. Chile no solo alberga el vertedero textil más grande del planeta, también lidera en Latinoamérica la importación de ropa usada. La ONU reportó que en 2021 fue el cuarto importador mundial de este tipo de prendas y el Banco Central contabilizó 131.574 toneladas ingresadas en 2022. Eso, sumado a una curva de consumo que crece sin pausa, con un salto de 13 a 50 prendas nuevas compradas al año por persona entre 2015 y 2020, refleja una adicción al textil barato y desechable.

Lorena Ramírez, jefa del Laboratorio de Investigación y Control de Calidad de Cueros y Textiles (LICTEX) de la Universidad de Santiago, lo resume sin adornos: “Toda la industria textil en sí contamina de diferente manera, desde que se fabrica, se produce, se procesan las materias hasta obtener las prendas. En estos procesos se produce contaminación del agua, de la vida marina, emisiones de gases, generación de grandes cantidades de desechos, entre otros, la mayor diferencia radica en el post consumo ya que al desechar las prendas sintéticas permanecerán en el planeta por lo menos 200 años ya que no son biodegradables”.

La estrategia busca darle vuelta a esta realidad incentivando que las empresas fabriquen ropa más duradera, con materiales menos tóxicos, que se fomente la reparación y que se abran más espacios para la recolección y el reciclaje. Además, pone en el centro la industria de segunda mano, hoy en pleno boom, como un aliado clave para bajar la presión sobre la cadena de producción. En paralelo, expertos llaman a que el cambio cultural venga también desde los consumidores: no basta con comprar “verde” o “eco”, sino consumir menos y con más conciencia. “Un consumo razonable es consciente, reflexivo, donde hay una necesidad real… en cambio el sobreconsumo suele ser una compra impulsiva, acumulativa, sin preocupación”, explicó Ramírez.

La apuesta es ambiciosa y a largo plazo. El desafío será lograr que el discurso no quede en buenas intenciones y que las toneladas de ropa que hoy se acumulan en el desierto dejen de ser el símbolo más gráfico de una industria que, mientras alimenta closets, también devora territorios.

Juan Fernández como laboratorio de sustentabilidad

En un país que genera casi un millón de toneladas de plástico al año pero recicla solo el 8,5 %, la Universidad de Santiago de Chile se suma a una iniciativa que busca cambiar el rumbo desde uno de los territorios más aislados del país. Se trata del proyecto “Juan Fernández Circular”, liderado por la entidad CircularTec, que tiene como objetivo transformar residuos plásticos del archipiélago en objetos útiles para su comunidad, apostando por una economía circular real y aplicada.

La propuesta técnica está encabezada por el Dr. Alexandre Carbonnel, desde el Laboratorio de Exploración de Materiales Arquitectónicos Ambientales (LEMAA) de la Usach, en colaboración con un equipo multidisciplinario de diseño industrial, ingeniería y arquitectura. El enfoque es claro: reducir la acumulación de plásticos en las islas mediante la reconversión de estos desechos en productos funcionales de fabricación local, utilizando tecnología de inyección desarrollada en conjunto con Reciklast.

Durante la primera etapa, CircularTec realizó un levantamiento territorial que permitió identificar tanto los tipos de plásticos predominantes como las necesidades de la comunidad insular. A partir de esos datos, el equipo de LEMAA analizó las propiedades físicas de los materiales y definió que el polipropileno N°5 —común en tapas y envases— era el más idóneo para ser reutilizado.

Como resultado de este trabajo, se desarrollaron dos prototipos: una abrazadera para tuberías y un señuelo de pesca, los cuales serán fabricados con una máquina inyectora mecánica construida por Reciklast, tecnología que podría implementarse permanentemente en el archipiélago si el proyecto avanza a su siguiente fase.

“Un manejo eficiente de estos residuos puede no solo reducir el impacto ecológico, sino también convertir a Juan Fernández en un modelo nacional de sustentabilidad”, aseguró el Dr. Carbonnel, proyectando el impacto futuro de la iniciativa más allá de las costas insulares.