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Textiles africanos y memoria colectiva en la Bienal de Arte Textil 2025

El pasado jueves 2 de octubre se inauguró en el Centro Cultural La Moneda la segunda Bienal de Arte Textil (BAT), un encuentro que, desde su primera edición en 2019, ha buscado expandir los límites del arte contemporáneo al diálogo con la tradición, la memoria y los oficios manuales. En esta ocasión, la muestra Abolir el desierto abre una ventana hacia el continente africano, reuniendo 25 piezas textiles de países como Ghana, Nigeria, Malí, Sudáfrica o Camerún. Bajo la curaduría de Matías Allende Contador, la exposición propone un recorrido por los lenguajes simbólicos del textil como herramientas de resistencia, identidad y vínculo comunitario.

El valor de esta muestra no solo reside en su riqueza estética, sino en la forma en que los tejidos narran procesos políticos y sociales. Desde el kente de Ghana —antiguamente reservado a la realeza Ashanti— hasta los bogolan de Malí, teñidos con barro y cargados de significados espirituales, cada tela habla del paso del tiempo, de las manos anónimas que la crearon y de las comunidades que encontraron en el arte textil una forma de preservar su historia frente al colonialismo. En ese sentido, Abolir el desierto busca restituir una mirada justa y plural sobre África, reconociendo la modernidad técnica y la potencia cultural que sus saberes han aportado al mundo.

“Estos textiles, que hoy visten la Galería de Patrimonio del Centro Cultural La Moneda, también ponen en valor a aquellas personas anónimas que los crearon”, explica Regina Rodríguez Covarrubias, directora ejecutiva del espacio. “Son resultado de saberes colectivos que se traspasan de generación en generación, y con esto se subraya la fuerza del patrimonio inmaterial como memoria colectiva y comunitaria”. Sus palabras conectan con la esencia del proyecto: rescatar la herencia africana como parte del tejido simbólico que une a distintas culturas, incluida la latinoamericana.

El curador, Matías Allende Contador, plantea que la muestra busca “desmontar las jerarquías entre las artes y la artesanía, proyectando estos textiles como referencias para creadores contemporáneos”. Su visión no se limita al rescate patrimonial, sino a abrir un horizonte político y cultural que entienda los oficios textiles como un espacio de emancipación y solidaridad entre pueblos. Allende incluso vincula las raíces africanas con expresiones culturales de nuestro continente, recordando cómo ritmos y tradiciones como la cueca, la chacarera o el reggaetón son también herencias vivas de la diáspora africana.

La exposición forma parte de la colección Textiles del Mundo, una de las más completas de América Latina, donada en 2018 a la Universidad de Talca por el coleccionista estadounidense Edward Shaw y la artista chilena Bernardita Zegers. Esta iniciativa, según Zegers, responde al deseo de que los textiles “no quedaran encapsulados”, sino que pudieran itinerar y descentralizar la cultura desde regiones como el Maule hacia el resto del país. La colaboración entre la universidad y el Centro Cultural La Moneda refuerza esa visión: abrir espacios donde el arte, la historia y la memoria viajen más allá de los límites institucionales o geográficos.

En paralelo, la BAT impulsa una serie de actividades de mediación y educación que expanden la experiencia más allá de la galería. Habrá recorridos guiados con comunidades afrodescendientes e indígenas, visitas para personas mayores, talleres de escritura poética y de telar, además de una jornada de música y danza para cerrar el ciclo. Como señala Rodríguez Covarrubias, “el arte es un derecho, y nuestro trabajo busca construir un espacio plural, inclusivo y sostenible, donde la cultura sea parte de la vida cotidiana y donde el tejido comunitario sea tan fuerte y diverso como estas telas”.

La Bienal de Arte Textil, en su segunda edición, confirma que el arte textil no es un oficio menor ni una expresión del pasado, sino un lenguaje vivo, político y universal. Abolir el desierto lo demuestra con creces: las fibras, los hilos y los colores son hoy metáforas de memoria y resistencia, un recordatorio de que las historias no se escriben solo en papel, sino también en tela.

Exposición revisa proyectos icónicos del espacio público urbano en Latinoamérica

Dar cuenta de las estrategias aplicadas por arquitectos, paisajistas y urbanistas para enfrentar la realidad de sus respectivas ciudades al momento de pensar en espacios colectivos es la propuesta de Libre Acceso. Espacio público contemporáneo en América Latina. Una misión nada fácil tomando en cuenta que en Latinoamérica y el Caribe, el 80% de la población se concentra en zonas urbanas y existe una disponibilidad muy baja de espacios colectivos para habitantes y para la infraestructura pública. La exposición puede visitarse en la Sala Pacífico del Centro Cultural La Moneda, de martes a domingo.
 
Con curadoría de Fabrizio Gallanti (Italia) y Francisca Insulza (Chile), fundadores de FIG Projects, estudio de investigación y proyecto en arquitectura, Libre Acceso. Espacio público contemporáneo en América Latina, destaca la relación entre ciudad, arquitectura, urbanismo y espacio público en la región a través del estudio de diversas iniciativas que han tenido lugar desde el año 1945 a la actualidad. La hipótesis articulada por la muestra tiene relación con la escasez de espacios públicos latinoamericanos y las tácticas arquitectónicas y/o proyectos de carácter urbano para enfrentar tal situación. 
 
“El primer trabajo fue identificar un territorio y después de mucha conversación fuimos a esa idea de América Latina, sin definir si vamos a tener un caso para cada país. La idea no es tener un barrido homogéneo o coherente. Hay lugares que tienen más densidad, otros menos y a partir de eso se pensó en cómo vamos a ordenar los proyectos que encontramos e hicimos un trabajo de identificación de agrupaciones, de familia”, explica Fabrizio Gallanti, doctor en Diseño Arquitectónico por el Politécnico de Turín (2001) y máster en Arquitectura por la Universidad de Génova (1995). 

La exposición se articula en siete secciones, sin estipular ningún tipo de jerarquía u orden consecutivo dentro de la sala, que exhiben grupos de piezas audiovisuales que introduzcan a los espectadores, de manera sensorial, a siete propuestas icónicas de América Latina: el Teleférico de Bolivia (La Paz – El Alto), realizado por Grupo AM Bolivia; el Parque lineal Corrego Grande, (Florianópolis, Brasil), proyecto de Juliana Castro Souza; la Municipalidad de Nancagua (Chile), realizado por Beals Lyon; el Orquideorama de Medellín(Colombia), de Plan B Architects + JPRCR Architects; el Mercado Guadalupe y Mercado Catarino Garza (México), proyecto del Colectivo C733; el Comedor La Balanza-Comas (Lima, Perú), de FITEKANTROPUS; y Multiprogram Ship en Caracas (Venezuela), realizado por Alejandro Haiek (LAB PRO FAB).
 
Cada grupo se compone de un video, fotografías y una mesa con archivos de esos y otros proyectos relacionados. Esta estructura tiene la intención tanto de mostrar estas propuestas icónicas de América Latina, como también profundizar en sus temáticas, referencias y parentesco a partir de los elementos dispuestos sobre las mesas (reproducciones de documentos y planos). 
 
“Vamos efectivamente identificando familias de proyectos, ciertos recursos o ciertas ideas que se van repitiendo. Es interesante de alguna manera esa sensación de familias, de proyectos que efectivamente van generando estrategias similares de formas de ocupación del espacio. Teníamos el objetivo de también poner en evidencia una cierta red latinoamericana de arquitectos, por una parte y después de fotógrafos y de videastas por otra”, complementa Francisca Insulza, doctorada en Historia de la Arquitectura por el Politécnico di Torino y máster en Arquitectura y Urbanismo por el Berlage Institute.
 
La propuesta de articular cada grupo a partir de un video busca generar un espacio de mediación entre la exposición y el público, dando cuenta, de forma concreta, del impacto que la arquitectura, urbanismo y paisajismo tienen en las personas. Y por tratarse de espacios públicos, la forma en que dichos edificios y estructuras son habitados es clave para los curadores.
 
“El espacio público es el escenario de la interacción entre ciudadanas y ciudadanos, por lo que como Centro Cultural queremos aportar a la discusión sobre su relevancia. Sabemos que son espacios fundamentales para la construcción de tejido social y, principalmente, de confianza en lo colectivo. Por ello, si con la exposición Casa chilena, co-curada por Pablo Brugnoli, Francisco Díaz y Amarí Peliowski, pudimos conocer un poco más sobre nuestra sociedad desde lo doméstico, con Libre acceso abordamos esa conversación desde lo público”, concluyó Regina Rodríguez Covarrubias, directora ejecutiva del Centro Cultural La Moneda.