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Científicos chilenos y europeos buscan el pasado climático del desierto más árido del mundo

Por siglos, el desierto de Atacama ha sido un símbolo de extremos: un paisaje donde la vida resiste lo imposible y donde la sequedad parece eterna. Pero la historia geológica cuenta otra versión. Este territorio, considerado el desierto cálido más árido del planeta, no siempre fue tan seco. Su pasado está marcado por ciclos de humedad y aridez que aún intrigan a la ciencia. Hoy, un grupo internacional de investigadores busca descifrar esas huellas ocultas bajo el mar, en una misión científica sin precedentes que podría cambiar lo que sabemos sobre el clima del norte de Chile.

La expedición ‘Sonne’ —a bordo de uno de los buques de investigación oceanográfica más modernos del mundo— zarpó con un objetivo ambicioso: entender cómo las corrientes del Pacífico, especialmente la corriente de Humboldt, influyeron en los cambios climáticos que moldearon al desierto de Atacama durante millones de años. En otras palabras, la misión busca conectar el pulso del océano con la respiración del desierto.

El Dr. Cyrus Karas, académico del Departamento de Ingeniería Geoespacial y Ambiental de la Universidad de Santiago, forma parte del equipo de científicos que participan en esta travesía. “Vamos a reconstruir las corrientes y temperaturas de la columna de agua, desde la superficie hasta el mar profundo; un lugar interesante donde podemos rastrear los cambios climáticos en el desierto es, por ejemplo, el mar donde desemboca el río Loa. Esto es porque los sedimentos transportados al océano por este río dependen de la precipitación en el continente”, explicó el investigador.

El plan de trabajo incluye la recuperación de núcleos de sedimentos desde el fondo marino, verdaderos archivos naturales que registran la historia climática del planeta. Cada capa de sedimento funciona como una página de un libro, acumulando información sobre lluvias, temperaturas y procesos ambientales que ocurrieron hace miles o incluso millones de años. Antes de extraerlos, los investigadores deben mapear con precisión el fondo marino mediante tecnología hidroacústica para localizar los puntos más prometedores. “La recuperación puede incluir tubos cortos, de menos de un metro, hasta núcleos de varios metros. Luego abriremos estos núcleos y describiremos la sedimentología y tomaremos muestras para análisis geoquímicos posteriores”, detalló Karas.

El equipo está compuesto por especialistas en geología, microbiología, micropaleontología y oceanografía, provenientes de Chile, Alemania, Estados Unidos y Reino Unido. En total, el buque Sonne cuenta con 17 laboratorios y una tripulación científica de hasta 40 personas. La coordinación principal está a cargo del Instituto Alfred Wegener, Centro Helmholtz de Investigación Polar y Marina (AWI), junto a la Universidad de Colonia, que lidera la jefatura científica de la expedición. El propio Karas subraya el valor del trabajo colaborativo: “El tiempo en el barco es muy caro y tiene que ser utilizado eficazmente. No se trata de una investigación individual, sino de un esfuerzo colectivo que une distintas disciplinas”.

Más allá del aspecto técnico, la relevancia de esta investigación es profundamente contemporánea. Comprender los mecanismos que impulsaron los cambios climáticos del pasado en el norte de Chile puede ofrecer pistas cruciales sobre el presente del calentamiento global. En un contexto donde los patrones meteorológicos se vuelven cada vez más erráticos, descifrar la relación entre el mar y el desierto es una manera de leer el futuro.

El Sonne no solo transporta instrumentos y científicos, sino también la esperanza de entender cómo la historia natural del Atacama puede ayudar a anticipar las transformaciones que ya enfrenta el planeta. La ciencia, en este caso, no busca solo conocimiento: busca memoria.

La apuesta chilena por un sistema integral de salud para los humedales

Los humedales, al igual que los bosques, son considerados pulmones vitales del planeta. Su capacidad para capturar dióxido de carbono, liberar oxígeno, suministrar agua potable y albergar el 40% de las especies terrestres y marinas los convierte en ecosistemas esenciales. Sin embargo, en Chile —donde representan cerca del 5,9% del territorio— enfrentan un futuro incierto. En el último siglo, alrededor del 60% de estos espacios han desaparecido debido al impacto humano, la contaminación y la crisis climática.

Conscientes de esta urgencia, la Universidad de Santiago de Chile impulsa el proyecto Fondef “Investigación y desarrollo de ECO-H”, un módulo de diagnóstico, predicción y visualización en tiempo real de la salud integral de los humedales. Liderado por el Dr. Juan Carlos Travieso, investigador de la Facultad Tecnológica, el plan busca innovar en el monitoreo y generar una herramienta capaz de entregar información útil para la conservación. “Lo que buscaremos desarrollar es una plataforma tecnológica para conocer el estado actual de los humedales, predecir la tendencia futura y generar recomendaciones para su conservación o recuperación”, explica el académico.

La propuesta combina imágenes satelitales históricas, datos ambientales y algoritmos avanzados para realizar diagnósticos ágiles, predicciones confiables y alertas tempranas. Según Travieso, uno de los principales problemas de los sistemas actuales es que los datos recolectados no se convierten en conocimiento práctico. “Actualmente, se realizan estudios ecosistémicos en el contexto de litigios con mineras, empresas o comunidades, y se requieren paneles de expertos que pueden demorar entre tres y seis meses en emitir un informe. En cambio, con esta tecnología queremos entregar diagnósticos ágiles y predictivos, con capacidad de alertar de manera temprana sobre cambios en los ecosistemas”, señala.

El proyecto, que se extenderá por dos años, cuenta con la colaboración de Andes Electrónica, especialista en monitoreo tecnológico, y la Fundación Valle Lo Aguirre, administradora de la Laguna Carén, donde se realizará el piloto inicial. También recibe el respaldo de la Vicerrectoría de Investigación, Innovación y Creación de la Usach, a través del programa Puente DGT. El prototipo se instalará en Laguna Carén, reconocida por su biodiversidad de aves, y se espera escalarlo a nivel nacional, con la ambición de expandirlo a ecosistemas internacionales en una etapa posterior.

Más allá del inventario de humedales ya existente en Chile, ECO-H busca avanzar hacia un sistema integral que permita evaluar la salud de estos espacios, anticipar escenarios críticos y recomendar medidas de restauración o conservación. Con ello, el país podría contar con una herramienta tecnológica única en la región para enfrentar la crisis hídrica y ambiental, transformando la forma en que se protege y gestiona uno de los ecosistemas más valiosos y amenazados del planeta.

Investigadores chilenos documentan nuevas dinámicas en cuencas de montaña

El ciclo del agua en Chile central enfrenta transformaciones profundas a raíz del cambio climático. Variaciones mínimas de temperatura han comenzado a modificar los patrones históricos de precipitación, alterando la cantidad de agua que circula en las cuencas y la concentración de minerales disueltos. Esto afecta de manera directa la calidad de los recursos hídricos que abastecen a los valles donde vive más de la mitad de la población del país.

Un estudio liderado por el Dr. Marcos Macchioli, investigador post-doctoral del Departamento de Geología de la Universidad de Chile, se adentró en la generación y transporte de solutos en las cuencas del Mapocho y del Maipo, ambas sin actividad minera directa pero fundamentales para el suministro de agua de la Región Metropolitana. “Estos comportamientos están muy ligados al tipo de roca, ya que no todas se disuelven por igual. Las del Maipo Alto, por ejemplo, se disuelven mucho más fácilmente”, explicó el especialista, tras documentar cómo las diferencias en la geología de cada cuenca determinan patrones contrastantes en la composición del agua.

En el Maipo Alto, dominado por rocas carbonatadas-evaporíticas, la concentración de elementos químicos disminuye a medida que aumenta el caudal, salvo en el Cajón de las Melosas, donde ocurre lo contrario. El Mapocho Alto, con predominio de rocas volcánicas-silícicas, presenta en cambio patrones de quimiostasis, es decir, solutos que se mantienen constantes incluso con el incremento del caudal, fenómeno también observado en el río Yeso. Estas diferencias, descritas por primera vez en la literatura especializada, amplían la comprensión sobre la relación entre agua y roca en un territorio crítico para la seguridad hídrica nacional.

El propio estudio subraya la urgencia de estos hallazgos. “Comprender el comportamiento de los solutos es crucial para mejorar las evaluaciones de la calidad del agua y las líneas de base geoquímicas, especialmente en una zona tan densamente poblada, que actualmente sufre escasez de agua debido a la sobreexplotación y a un escenario de sequía decenal”, señala textualmente la publicación. Esta perspectiva cobra relevancia en un contexto donde la presión sobre los recursos hídricos exige políticas más informadas y precisas.

El trabajo de Macchioli se suma al de otros investigadores de la Universidad de Chile que exploran el ciclo del agua en la llamada Zona Crítica, la capa superficial de la Tierra que sustenta la vida. La Dra. Alida Pérez-Fodich investiga la generación de solutos en cuencas volcánicas del sur; el Dr. Matías Taucare ha descrito drenajes ácidos naturales en la cordillera; y estudiantes de doctorado guiados por la Dra. Linda Daniele estudian la calidad del agua en acuíferos de la Araucanía. En conjunto, estas investigaciones contribuyen a una visión interdisciplinaria que busca fortalecer las bases científicas para la gestión hídrica en Chile.

Respaldado por el proyecto Fondecyt de postdoctorado n°3220318, este esfuerzo se proyecta más allá del ámbito académico. “Este conjunto de datos puede ser utilizado por los responsables de políticas, gobiernos regionales y otros tomadores de decisiones de asuntos públicos de Chile Central, que se ocupan de la gestión de los recursos hídricos”, sostiene el paper, dejando claro que la ciencia busca incidir en las decisiones que marcarán el futuro del agua en el país.

La raya diamante amplía su presencia en las aguas chilenas

Una especie marina hasta ahora casi desconocida en Chile, la raya diamante (Hypanus dipterurus), ha sido confirmada como residente estable en la bahía de Arica, sumando un importante aporte al conocimiento de la biodiversidad marina nacional. Liderado por un equipo internacional con participación de investigadores de la Universidad de Chile, el estudio que da cuenta de esta presencia fue publicado en la revista Journal of Fish Biology, y marca un avance significativo en la comprensión de la fauna marina chilena.

La investigación partió en plena pandemia con una metodología innovadora: rastrear fotografías publicadas por pescadores recreativos en redes sociales, las que revelaron la existencia constante de esta raya en aguas del norte chileno y también en el sur de Perú. Aunque se habían reportado ejemplares aislados en Antofagasta en los años 80, esta nueva evidencia apunta a una población estable y posiblemente permanente en la zona.

Los científicos aplicaron además modelos de distribución que combinaron datos georreferenciados con variables oceanográficas como temperatura y salinidad, lo que no solo confirmó su presencia en el norte, sino que proyecta posibles poblaciones desconectadas hacia el centro-sur del país. Esta expansión podría estar relacionada con el calentamiento global y eventos climáticos como El Niño, fenómeno que ha impulsado el desplazamiento de diversas especies hacia latitudes más australes.

Considerada “Vulnerable” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la raya diamante enfrenta riesgos propios de su biología, como lento crecimiento y baja fecundidad, sumados a la presión pesquera. En Chile, a diferencia de otras especies de raya, no existen aún medidas específicas de manejo ni protección legal, lo que genera incertidumbre sobre su real estado poblacional y sobre la cantidad extraída en actividades pesqueras.

Los investigadores destacan que la colaboración con las comunidades pesqueras es fundamental para avanzar en la conservación. Más que imponer restricciones, se trata de construir un diálogo que integre el conocimiento local y permita la autorregulación de las capturas, asegurando así la protección de esta especie y del ecosistema marino en general.

Respecto al riesgo para humanos, la raya diamante, aunque posee un aguijón para defensa, no representa una amenaza activa. Los incidentes ocurren por provocaciones o accidentes, como el conocido caso del fallecimiento del “cazador de cocodrilos” Steve Irwin. En su comportamiento natural, esta raya es esquiva y se alimenta de pequeños peces e invertebrados, evitando el contacto con personas.

Los científicos llaman a actualizar los listados oficiales de fauna marina chilena y a implementar urgentemente medidas de manejo para especies vulnerables como esta raya. También valoran el papel que las redes sociales han jugado en facilitar el acceso a datos que de otro modo serían inaccesibles, demostrando que la ciencia colaborativa y en red puede aportar grandes avances.

El estudio fue dirigido por Diego Almendras y contó con un amplio equipo multidisciplinario y transnacional, que refleja cómo la investigación marina requiere un enfoque colaborativo para descubrir y proteger las muchas especies aún poco conocidas que habitan el océano Pacífico.

Cómo sobreviven los animales al invierno chileno en un país marcado por el cambio climático

En un país de extremos como Chile, donde el desierto, la cordillera, el altiplano y la Patagonia conviven en un mismo territorio, los animales enfrentan un desafío constante: adaptarse a climas que cambian drásticamente entre estaciones y que, con el avance del cambio climático, se vuelven cada vez más impredecibles. El frío, la sequía, las lluvias intensas y los vientos despiadados son parte del paisaje, y tanto los animales silvestres como los domésticos deben desarrollar estrategias fisiológicas —y contar con ayuda humana— para resistir.

Los camélidos sudamericanos, como llamas, alpacas, guanacos y vicuñas, son un ejemplo de adaptación extrema. Según el Dr. Luis Raggi, académico de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias (Favet) de la Universidad de Chile, su pelaje denso y medulado funciona como un aislante térmico frente al frío y al calor. Además, su sistema fisiológico permite una termorregulación inusual: pueden soportar temperaturas que varían desde -10 °C en la noche hasta sobre 20 °C en el día. Adaptaciones como sus cojinetes plantares o la forma particular de sus glóbulos rojos los hacen ideales para sobrevivir en el Altiplano o la Patagonia, zonas donde otros mamíferos fracasarían.

En el caso de los rumiantes domésticos, como las vacas, también se produce un cambio de pelaje en invierno, además de una acumulación de grasa subcutánea que sirve como aislante. Para el Dr. Nelson Vera, también académico de Favet, la preparación nutricional es clave: asegurar una dieta rica en energía durante el otoño permite que los animales lleguen con reservas al invierno. Durante olas de frío, se recomienda proporcionar refugio, agua limpia y alimentación suplementada para evitar problemas respiratorios, digestivos o hipotermia, especialmente en animales jóvenes como terneros.

Los animales de compañía también requieren cuidados especiales, aunque no siempre significa vestirlos. La Dra. Sonia Anticevic explica que perros con pelo largo no necesitan abrigos adicionales y que el sobreabrigo puede dañar el pelaje o facilitar la acumulación de residuos que afectan su piel. En cambio, el foco debe estar en proporcionarles un entorno térmico estable y protegido, lejos de corrientes de aire o suelos fríos. Espacios como logias, casas de perro con aislamiento o simplemente permitir el ingreso al hogar son medidas efectivas que previenen enfermedades como la traqueobronquitis viral (conocida como tos de las perreras) o la intensificación de dolencias osteoarticulares en mascotas con enfermedades crónicas.

El cambio climático y la intervención humana han aumentado los riesgos para muchas especies nativas. El Dr. Raggi advierte que actividades como la construcción de caminos, la expansión minera o la introducción de especies competidoras como las ovejas, afectan la disponibilidad de pastos y alteran el delicado equilibrio ecológico donde habitan los camélidos. Cuando estas especies son trasladadas a otras zonas, sus adaptaciones pueden sostenerlas, pero se requiere una vigilancia mucho más estricta de las condiciones ambientales y nutricionales.

En ambientes rurales, el frío también puede limitar el acceso al forraje y al agua, reduciendo la ingesta alimentaria justo cuando el gasto calórico se incrementa. El Dr. Vera recomienda ofrecer forrajes de alta digestibilidad y suplementos concentrados para compensar el déficit energético. El sistema digestivo de los camélidos vuelve a destacar: su retículo-rumen tiene glándulas que mantienen un pH menos ácido, lo que favorece una microflora fermentativa capaz de digerir vegetación fibrosa y de bajo valor nutricional, algo que no ocurre en otros rumiantes.

Frente a un clima cada vez más desafiante, el conocimiento ancestral y científico sobre la adaptación animal se vuelve esencial para garantizar el bienestar de todas las especies que cohabitan el territorio chileno. La capacidad de adaptación no es infinita, y el rol humano en su protección es hoy más urgente que nunca.

Tecnología y vigilancia para defender los alimentos de Chile

El Estado chileno ha dado un paso estratégico para blindar su producción agropecuaria frente a los desafíos del cambio climático, el comercio global y las crisis sanitarias emergentes. Con una inversión total de 50 millones de dólares financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el programa “Chile alimenta el futuro” busca modernizar y fortalecer los servicios públicos vinculados a la seguridad alimentaria, con especial énfasis en el rol del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), que ejecutará más de 33 mil millones de pesos hasta 2029.

El foco estará puesto en tres ejes: modernizar la red nacional de laboratorios, robustecer los controles fronterizos y crear una Unidad de Inteligencia Fito y Zoosanitaria capaz de anticipar y contener nuevas amenazas con el respaldo de datos, algoritmos y modelos predictivos. Para el director nacional del SAG, José Guajardo Reyes, se trata de un avance decisivo hacia una gestión sanitaria “más preventiva y basada en tecnología”, clave para sostener la capacidad exportadora del país y enfrentar contextos de riesgo creciente.

Los laboratorios del SAG, pieza clave en la sanidad animal, vegetal e inocuidad alimentaria, serán renovados con tecnología de punta, incluyendo la incorporación de un laboratorio con nivel de bioseguridad 3 (BSL3), permitiendo diagnósticos más rápidos y respuestas más eficaces frente a brotes. Esto elevará los estándares analíticos tanto para el consumo interno como para los mercados internacionales.

En paralelo, el programa fortalecerá los más de 100 puntos de control fronterizo del país. Solo en 2023, el SAG inspeccionó más de 20 millones de envíos postales internacionales, además de ejercer un control total en aeropuertos y pasos terrestres. Con la llegada de nuevos equipos de rayos X, incineradores y otras tecnologías, se busca elevar aún más la capacidad de vigilancia y contención de amenazas externas.

La gran innovación será la implementación de una unidad de inteligencia fito y zoosanitaria que, inspirada en modelos como los de Nueva Zelanda y México, empleará inteligencia artificial y análisis de datos para anticiparse a enfermedades, plagas o riesgos emergentes, en un entorno marcado por la interconexión global y el cambio climático.

“Chile alimenta el futuro” es ejecutado por la Subsecretaría de Agricultura y coejecutado por SAG e INDAP. Su propósito va más allá de una respuesta técnica: busca garantizar un sistema alimentario justo, sostenible y resiliente frente a los desafíos del presente y del futuro.

Geólogos alertan sobre puntos críticos en el Cajón del Maipo

El corazón cordillerano de la Región Metropolitana guarda una amenaza latente. Un estudio reciente de los geólogos Felipe Ugalde y Sergio Sepúlveda, de la Universidad de Chile, alerta sobre la alta susceptibilidad de remociones en masa de origen glaciar en al menos cuatro glaciares del Cajón del Maipo: El Morado, Loma Larga, Muñiri y Mesoncito. Esta investigación, publicada en Journal of South American Earth Sciences, no busca alarmar, sino anticipar. En palabras de Ugalde, se trata de una evaluación preventiva destinada a orientar decisiones en torno al resguardo de comunidades y ecosistemas vulnerables.

A diferencia de la bien documentada inestabilidad glaciar en la Patagonia, este estudio se centra en los Andes centrales, donde la cercanía con núcleos habitados como Baños Morales y Lo Valdés eleva la urgencia. Lo que está en juego no es menor: un colapso glaciar puede liberar millones de metros cúbicos de hielo que, al movilizarse súbitamente, desatan aluviones similares a los que devastaron zonas alpinas en Suiza hace apenas unos días.

El análisis técnico se basa en cinco tipos de amenazas geológicas: desde vaciamientos súbitos de lagos glaciares (GLOF) hasta deslizamientos catastróficos de hielo o avances anómalos de glaciares. De los 70 cuerpos de hielo evaluados, más de una decena mostró alta susceptibilidad en al menos dos categorías. Los cuatro glaciares destacados preocupan por su proximidad a poblados, su exposición al turismo y su inestabilidad concreta.

El glaciar El Morado, por ejemplo, perdió una cascada de hielo clave para su equilibrio estructural. Este hecho incrementa el riesgo de rebalse de la laguna que se encuentra justo debajo. En Loma Larga, el atractivo turístico de su cueva de hielo convive con una amenaza inminente: el avance del glaciar podría bloquear el cauce de agua, formando una represa natural con potencial destructivo. El glaciar Muñiri sorprendió a los científicos con el vaciamiento total de una laguna en solo tres días, lo que evidencia una dinámica violenta y difícil de predecir. Y en Mesoncito, la acumulación de cuerpos de agua sobre el hielo podría detonar vaciamientos súbitos hacia el valle, dada la fuerte pendiente de mil metros.

La investigación no habla de riesgos inminentes, pero sí urge a actuar ahora. En un contexto de acelerado cambio climático, la estabilidad de estas masas de hielo se ve comprometida. Lo que antes se desplazaba en siglos, hoy puede hacerlo en días. Los glaciares, que alguna vez fueron símbolos de quietud, se están volviendo impredecibles.

La lección de Suiza deja claro que la anticipación salva vidas. En Chile, el Cajón del Maipo es un laboratorio natural de glaciología aplicada, pero también un espacio donde ciencia, planificación y comunidad deben dialogar antes de que el hielo decida moverse.

La tormenta que destapó la fragilidad del sistema meteorológico chileno

La calma sureña de Puerto Varas se rompió abruptamente este domingo, cuando un tornado azotó la zona con ráfagas que alcanzaron los 178 kilómetros por hora. El fenómeno, inusual pero no inédito en Chile, dejó 13 personas heridas, 250 viviendas dañadas y forzó la suspensión de clases en 50 establecimientos educacionales. Aunque el país no está habituado a estos eventos extremos, los expertos advierten que podrían volverse más frecuentes.

Raúl Cordero, climatólogo de la Universidad de Santiago e integrante del Grupo de Investigación Antártica, explica que el tornado no fue un accidente climático aislado, sino la consecuencia predecible de condiciones atmosféricas específicas: el choque de una masa de aire frío proveniente del sur con aire cálido del territorio nacional. “Esos ingredientes están presentes regularmente en la zona centro-sur de Chile, sobre todo en otoño. Lo de Puerto Varas no es extraordinario, es poco común, pero no imposible”, afirma.

Los registros históricos lo confirman. Según la Armada de Chile, tornados se han formado anteriormente en lugares como Villarrica, Puerto Montt, San Pedro de Quillota, Los Ángeles y Talcahuano. En 2019, por ejemplo, hubo un brote de siete tornados en solo dos días. El patrón geográfico de estos eventos se concentra entre la Región de Ñuble y Puerto Montt, aunque podrían llegar hasta el sur de O’Higgins. En el norte y la Patagonia, los contrastes de temperatura son menos pronunciados, por lo que su formación es muy poco probable.

A pesar de la creciente posibilidad de tornados, el país carece de herramientas modernas para detectarlos en tiempo real. Cordero advierte que Chile no cuenta con radares meteorológicos capaces de monitorear estos eventos con precisión. Aunque en 2019, tras una serie de tornados, el gobierno prometió la instalación de esta tecnología, el estallido social y la pandemia relegaron la iniciativa a segundo plano.

El caso de Puerto Varas refleja una falla más profunda: Chile puede anticipar condiciones propicias para tornados, pero aún no tiene la infraestructura necesaria para detectarlos y alertar a tiempo a la población. La Armada había emitido una advertencia el fin de semana, pero no existía la capacidad técnica para seguir el fenómeno en tiempo real ni evaluar su trayectoria con exactitud.

Frente a esta vulnerabilidad, la prevención individual se vuelve clave. Cordero recomienda, ante la presencia de un tornado, alejarse de su posible trayectoria y buscar refugio en construcciones sólidas. Aunque la mayoría de los tornados en Chile no superan los 180 km/h y es difícil que derrumben muros, el mayor peligro son los objetos sueltos convertidos en proyectiles, como techos o ramas.

La crisis climática y la falta de inversión en monitoreo meteorológico podrían estar dejando al país expuesto a fenómenos que antes se consideraban excepcionales. Mientras los gobiernos fallan en implementar infraestructura crítica, la naturaleza parece estar haciendo su propia campaña de advertencia. Puerto Varas podría ser solo el comienzo.

Drenaje ácido natural desafía ideas sobre pureza del agua en Chile central

Una reciente investigación del Departamento de Geología de la Universidad de Chile, publicada en Journal of Hydrology, arroja luz sobre la calidad del agua en la alta cordillera del centro de Chile, un espacio crucial para la gestión futura de los recursos hídricos. Liderada por el Dr. Matías Taucare, la investigación desafía la creencia común de que las aguas de montaña son siempre puras y sin contaminantes.

El foco del estudio es el fenómeno del “drenaje ácido”, conocido principalmente por su vínculo con la contaminación minera, debido a la infiltración de fluidos desde tranques de relave. Sin embargo, el equipo de Taucare explica que en la Cordillera de los Andes el drenaje ácido también puede ser natural, resultado de la interacción entre el agua y los sistemas metalogénicos presentes en las rocas de la zona. Para analizar este fenómeno en un entorno libre de actividad humana, los investigadores se trasladaron hasta el valle El Arpa, en la alta montaña de la región de Valparaíso, sobre los 2.800 metros sobre el nivel del mar.

Tras un riguroso trabajo de muestreo y análisis en laboratorio, se detectaron altas concentraciones de hierro y manganeso en las aguas recolectadas, lo que pone en entredicho la idea de que estos caudales son inmaculados. “Este estudio demuestra que las aguas de montaña no son tan puras como se cree”, señala el Dr. Taucare. Además, el equipo pudo cuantificar que aproximadamente el 51% de la nieve caída en estas alturas contribuye a la recarga de los acuíferos subterráneos, un dato vital para entender cómo se renuevan estos recursos.

La importancia de este diagnóstico radica en que el agua, al circular por las rocas, actúa como agente oxidante y puede lixiviar minerales que, en bajas concentraciones, resultan inocuos, pero en niveles elevados, pueden ser tóxicos para la salud humana. En zonas mineras del norte de Chile, por ejemplo, se han detectado niveles peligrosos de arsénico, un elemento que puede filtrarse en el agua. Estos hallazgos refuerzan la necesidad de proteger la alta cordillera como un área estratégica para la conservación y renovación de las fuentes hídricas.

La distinción entre drenaje ácido natural y minero es fundamental, ya que cada uno presenta una composición química distinta. Mientras el drenaje ácido minero está marcado por metales pesados como plomo, arsénico y cadmio, el natural se caracteriza principalmente por hierro, manganeso y aluminio. En el contexto del cambio climático, esta diferenciación cobra aún más relevancia. Según el Dr. Taucare, la disminución de precipitaciones producto del calentamiento global podría concentrar estos elementos tóxicos en el agua, aumentando los riesgos ambientales y sanitarios. Su colega, el Dr. James McPhee, resalta que entender la interacción entre nieve, hielo y roca en el subsuelo es un desafío pendiente que esta investigación comienza a abordar, abriendo la puerta a futuros estudios interdisciplinarios.

Este trabajo requirió una compleja combinación de análisis satelitales, isotópicos e hidrogeoquímicos, realizados en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y el Departamento de Geología de la Universidad de Chile, reflejando la naturaleza global y multidisciplinaria del estudio.

El Dr. Matías Taucare es un investigador con una trayectoria consolidada en hidrogeología de montaña. Su trabajo doctoral ya demostró la conexión hidráulica entre la alta cordillera y los acuíferos del valle central chileno. Actualmente, continúa explorando los procesos de recarga hídrica en las montañas y advierte sobre el estado crítico de los acuíferos de la zona central, un llamado urgente para la protección y manejo sostenible del recurso más vital del país.

Pichilemu se convierte en epicentro científico para enfrentar el cambio climático

Pichilemu, la emblemática ciudad costera de la región de O’Higgins, reconocida mundialmente por su oleaje ideal para el surf en playas como “El Infiernillo” y Punta de Lobos, se ha convertido en un punto estratégico para el monitoreo científico del cambio climático en Chile. La amenaza del aumento del nivel del mar, las variaciones en el oleaje y el calentamiento de la temperatura marina han impulsado a un grupo de investigadores del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), en colaboración con el Parque Punta de Lobos y la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA), a establecer un sistema de medición de gases de efecto invernadero (GEI) a largo plazo en esta zona clave del océano Pacífico.

Rodrigo Seguel, investigador del CR2 y académico de la Universidad de Chile, destaca que esta iniciativa busca generar datos que permitan evaluar la efectividad de las políticas ambientales y apoyar estrategias de mitigación en un contexto donde Chile continental carecía de un sitio de observación permanente. A nivel regional, solo existen tres puntos similares: en Ushuaia (Argentina), Natal (Brasil) y Rapa Nui, todos con más de una década de mediciones que han sido fundamentales para comprender fenómenos como la quema de biomasa y el transporte de contaminantes a gran escala. Incorporar a Punta de Lobos en esta red coloca a Chile en una posición relevante dentro de la vigilancia global del clima.

El lugar fue escogido no solo por su importancia ambiental y geográfica, sino también por condiciones atmosféricas que garantizan la calidad de las muestras. Las mediciones se toman preferentemente cuando el viento proviene directamente del océano, lo que asegura un aire limpio y libre de contaminación urbana o industrial, condición esencial para obtener datos precisos sobre los gases que inciden en el calentamiento global.

El proyecto contempla capacitar al personal del Parque Punta de Lobos para realizar tomas de muestras manuales y automáticas, bajo una logística coordinada entre el Parque, CR2 y NOAA. Los frascos con las muestras de aire se envían al Laboratorio de Monitoreo Global en Boulder, Colorado, para su análisis detallado, garantizando un flujo constante y riguroso de información.

Patricio Mekis, director ejecutivo del Parque Punta de Lobos, resalta que este convenio no solo amplía la investigación científica en la zona, sino que también demuestra que el parque mantiene una calidad ambiental excepcional, especialmente en cuanto a la pureza del aire. Esta calidad, afirma, contribuye a un mejor bienestar para la comunidad regional y posiciona a Pichilemu como un ejemplo de conservación y vida sana en armonía con el entorno natural.

Más allá del monitoreo, la iniciativa busca generar conciencia sobre la importancia de proteger la calidad del aire y los ecosistemas marinos, promoviendo actividades educativas como seminarios y talleres dirigidos a los funcionarios del parque y la comunidad, con un enfoque interdisciplinario que fortalezca la conexión entre ciencia, gestión ambiental y sociedad.

En un contexto global donde los efectos del cambio climático golpean con fuerza las zonas costeras, el trabajo en Punta de Lobos no solo aporta datos clave para la política ambiental chilena, sino que también subraya el compromiso del país con la acción climática internacional, reafirmando el valor de sus espacios naturales como centros de investigación y preservación.