El anuncio realizado por el Presidente Gabriel Boric durante la última Cuenta Pública no solo sacudió las expectativas del transporte urbano en Santiago: marcó un antes y un después en la planificación de ciudad. La esperada extensión de la red de Metro contempla, por primera vez en la historia, una conexión directa al Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez, ubicando a la capital chilena en una liga urbana comparable con ciudades europeas como Ámsterdam, París o Londres, donde el acceso expedito desde el centro al aeropuerto es estándar.

Además de esta conexión internacional, el proyecto considera la extensión de la actual Línea 2 hacia el poniente de Maipú y la transformación de la Línea 4A en una nueva Línea 10 que llegará hasta la comuna de Lo Espejo. En la práctica, estas expansiones significan mucho más que nuevas estaciones: representan un reordenamiento de las dinámicas sociales, económicas y culturales del Gran Santiago.

En el mundo inmobiliario, el efecto ya es tangible. Las propiedades ubicadas en las cercanías del trazado proyectado tienden a aumentar su valor entre un 3% y un 13%, dependiendo de su proximidad a las futuras estaciones. La lógica es simple: donde llega el Metro, llega también la inversión. Centros comerciales, servicios médicos, educación, comercio barrial y mejores índices de seguridad tienden a florecer en los entornos con conectividad subterránea. El resultado es una elevación concreta en la calidad de vida de las personas que habitan sectores históricamente postergados.

Especialmente en las comunas periféricas, la llegada del Metro deja de ser una promesa simbólica y se convierte en una herramienta concreta de integración urbana. A diferencia del sector oriente, donde el Metro complementa una red consolidada de servicios y conectividad, comunas como Lo Espejo, Cerrillos o parte de Maipú experimentarán una verdadera transformación. El fenómeno no solo las hace más habitables: las vuelve más deseables para desarrolladores inmobiliarios, comercios emergentes e incluso circuitos culturales.

La conexión con el aeropuerto, en particular, redefine la escala de la ciudad. Turistas, pasajeros frecuentes y viajeros de negocios podrán trasladarse desde la terminal aérea al centro de la ciudad sin recurrir a taxis o transfer privados. Esto impulsa la competitividad turística de Santiago y descentraliza los focos de inversión. Barrios intermedios; aquellos que no son ni el aeropuerto ni el centro, se verán beneficiados por un aumento en la demanda de alojamientos temporales y servicios turísticos, convirtiéndose en nuevas zonas calientes para la renta corta y el arriendo turístico.