La contaminación por plásticos ya no es solo una crisis ambiental. Se ha transformado en un problema invisible y sistémico que empieza a permear nuestros propios cuerpos. De acuerdo con cifras de National Geographic, cada año se producen más de 300 millones de toneladas de plástico. Una parte de ese volumen, a través de su degradación, termina convertido en micro y nanoplásticos (MNP), residuos que ya se encuentran flotando en el aire, el agua y, más alarmantemente, en nuestro organismo.

Un estudio reciente publicado en Nature Medicine reveló la presencia de microplásticos en el cerebro humano. Según los datos, estos materiales están presentes en concentraciones de hasta 30 veces más en el tejido cerebral que en otros órganos, y tienden a ser más pequeños, lo que les permite infiltrarse con mayor facilidad. La acumulación ocurre sin distinguir edad, género o raza, pero sí se detectó un aumento del 50% de su presencia al momento de la muerte. Se trata de partículas que, si bien invisibles, podrían estar dañando nuestro sistema nervioso desde adentro.

La evidencia científica actual, aunque mayormente basada en estudios animales, sugiere que los MNP pueden generar una serie de efectos tóxicos: estrés oxidativo, inflamación, alteraciones del sistema inmune, problemas metabólicos, malformaciones orgánicas y un eventual potencial cancerígeno. A pesar de que aún no se han podido confirmar estos efectos en humanos con certeza, la comunidad científica ya encendió las alarmas.

Pedro Chaná, neurólogo y académico de la Universidad de Santiago, advierte que gran parte de los hallazgos provienen de modelos animales, pero que los resultados no son menores. En roedores, el polietileno; uno de los plásticos más comunes, logró atravesar la barrera hematoencefálica y se acumuló en zonas clave del cerebro como el hipocampo y la corteza prefrontal. Las consecuencias fueron claras: deterioro cognitivo, trastornos conductuales, ansiedad y síntomas depresivos. “Esto altera el metabolismo del sistema nervioso central y las conexiones neuronales. Reduce la arborización de las dendritas, comprometiendo su funcionamiento normal”, explica Chaná.

Un artículo publicado en Brain Medicine incluso plantea que esta acumulación de MNP podría estar asociada al aumento global de enfermedades mentales como la depresión, la ansiedad y la demencia. Aun así, se reconoce que, por ahora, las conclusiones son especulativas: lo observado en tejidos animales aún debe demostrarse con evidencia robusta en humanos.

Lo innegable es que el plástico, ese material cotidiano y ubicuo, ha comenzado a formar parte de nuestra biología de manera involuntaria. Y si bien los efectos a largo plazo aún no se comprenden del todo, lo cierto es que ya habita dentro de nosotros.