En un escenario saturado de promociones camufladas y productos que prometen ser “imprescindibles”, ha emergido una corriente inesperada: el deinfluencing. Este fenómeno, surgido en plataformas como TikTok durante 2023, es liderado por creadores de contenido que han decidido no solo rechazar productos sobrevalorados, sino también alzar la voz contra prácticas de consumo poco éticas o innecesarias. La tendencia, lejos de ser marginal, está comenzando a redefinir la relación entre marcas, influencers y sus comunidades.
El deinfluencing no se trata simplemente de decir “no lo compres”, sino de construir un nuevo marco de honestidad radical en las redes sociales. A diferencia del marketing tradicional, que celebra el consumo sin matices, esta nueva ola de creadores apuesta por la transparencia, la revisión crítica y el consumo responsable. Es una reacción orgánica ante una audiencia cada vez más informada y desconfiada de las recomendaciones enmascaradas de contenido auténtico.
Un estudio reciente de Morning Consult (2024) reveló que el 84 % de los consumidores confían más en influencers que son capaces de emitir opiniones honestas, incluso si son negativas. Esto deja en evidencia el cambio de paradigma: lo que antes era un terreno fértil para el culto a la marca, ahora se convierte en un espacio donde se premia la sinceridad, incluso si incomoda. El nuevo influencer ya no es un escaparate perfecto, sino una voz crítica que no teme decepcionar a las marcas si eso significa cuidar la relación con su comunidad.
Para las marcas, esta tendencia no es una amenaza sino un espejo. Las campañas enfocadas únicamente en visibilidad y alcance están quedando obsoletas frente a una generación que exige integridad en cada publicación. En este nuevo ecosistema, las estrategias de marketing deben construirse sobre relaciones reales. Colaboraciones a largo plazo, libertad creativa sin guión impuesto y aceptación de la crítica se están convirtiendo en las claves del juego. Aquellas marcas que entiendan que ser vulnerables también puede ser una fortaleza, lograrán una conexión mucho más potente con sus públicos.
El deinfluencing también obliga a transparentar las dinámicas del patrocinio. Cada vez son más las audiencias que quieren saber si un post está pagado, y bajo qué condiciones se produjo. Ocultar un acuerdo comercial se ve como una falta ética, no como una astucia de marketing. Por eso, los creadores más valorados son quienes no temen mostrar el detrás de escena y, en algunos casos, reconocer que ciertos productos no cumplieron las expectativas, aún si fueron parte de una campaña.
Este giro en las redes sociales representa una oportunidad para repensar lo que entendemos por influencia. En lugar de alimentar una economía del deseo sin freno, el deinfluencing propone una cultura más crítica, consciente y honesta. En una era donde la confianza vale más que los likes, las marcas que escuchen; y no solo hablen, serán las que sobrevivan. Porque el futuro del marketing no es más persuasivo, sino más transparente.