sabel Allende volvió a Chile después de seis años para protagonizar una jornada cargada de simbolismo y afecto. La escritora viva más leída en español fue homenajeada en la Casa Central de la Universidad de Chile con la Medalla Rectoral, un reconocimiento a su trayectoria, su aporte a la literatura y su voz siempre lúcida en torno a la memoria, la democracia y la igualdad de género. Con 28 libros traducidos a más de 40 idiomas y millones de lectores en el mundo, Allende no solo ha construido una obra que trasciende fronteras, sino que además ha convertido su pluma en una herramienta de resistencia cultural.

El Salón de Honor de la Casa Central fue el epicentro de la ceremonia, presidida por la rectora Rosa Devés y marcada por la presencia de autoridades universitarias, representantes del mundo judicial, ministros, senadores y miembros del cuerpo diplomático. La rectora destacó la dimensión política y humanista de la obra de Allende, subrayando que “su escritura, donde las mujeres nunca dejamos de ser protagonistas y donde la imaginación y la creatividad vuelven trascendente lo cotidiano, es un antídoto frente a la tentación de guardar silencio”. En un país que conmemora los 50 años del golpe de Estado, la U. de Chile buscó relevar cómo la literatura puede ser también memoria activa y defensa de los derechos humanos.

Allende, emocionada, agradeció la distinción y se permitió reflexionar con ironía sobre el sentido de la escritura. “Si yo fuera panadera, a nadie le importaría por qué hago pan. ¿Por qué escribo? Porque si no escribo, se me seca el alma y me muero. Porque la materia prima es infinita y gratis: el aire está lleno de historias”, dijo, arrancando aplausos en un auditorio donde la literatura fue entendida no como un lujo, sino como un acto vital.

La académica Carolina Brncic, encargada de presentarla, destacó que el legado literario de Allende es inseparable de los procesos sociales de América Latina. Su obra, explicó, “se ha convertido en expresión de las desigualdades sociales de nuestro continente, de las atrocidades cometidas por las dictaduras del Cono Sur y del drama del exilio”. A través de la ficción y la memoria personal, Allende ha sabido reconstruir historias colectivas, visibilizar identidades marginalizadas y desafiar los límites de la historiografía oficial.

Durante la ceremonia, la autora repasó también los hitos de su carrera, desde sus inicios en la revista Paula con la columna “Civilice a su troglodita”, hasta la escritura de La Casa de los Espíritus, que comenzó como una carta a su abuelo y terminó convirtiéndose en una novela fundacional del realismo mágico latinoamericano. “Nunca más he vuelto a tener esa sensación de absoluta libertad”, confesó sobre ese proceso, describiendo cómo el azar, la memoria y la imaginación se entrelazan en su práctica creativa.

Fiel a su estilo, Allende no eludió los momentos más oscuros de su vida: el exilio, las pérdidas y las reinvenciones constantes. Para ella, narrar su propia historia es también un acto de ficción. “El hecho de escoger cómo voy a contar mi vida, qué voy a destacar y qué voy a omitir es una forma de ficción”, señaló. Hoy, a sus 82 años, asegura que seguirá escribiendo “mientras tenga memoria y capacidad de atención”. Actualmente trabaja en un nuevo libro de memorias, con la intención de convertir un divorcio en aventura y el acecho de la vejez en liberación. “Escribir para vivir, vivir para escribir y escribir hasta el final”, cerró ante una ovación.

El regreso de Allende a Chile incluye además la presentación de su más reciente novela, Mi nombre es Emilia del Valle, en el Teatro Oriente de Providencia. Las entradas, gratuitas, se agotaron en menos de un minuto, confirmando que la escritora mantiene intacta su capacidad de convocar multitudes y de conectar con un público diverso. Una vez más, Isabel Allende demostró que su obra no pertenece solo a la literatura: pertenece a la memoria, a la historia y a la vida cotidiana de toda América Latina.