El apocalipsis llegó a Netflix en forma de nevada letal. El eternauta, la nueva serie protagonizada por Ricardo Darín y basada en la novela gráfica de Héctor Germán Oesterheld, nos arroja a una Buenos Aires distópica, cubierta por una nieve tóxica que comienza a asesinar a su población tras un apagón total. Entre ruinas, paranoia y supervivencia, un grupo de personas intenta entender qué está sucediendo mientras afuera caen copos que matan al contacto. En ese caos, un personaje clave, el profesor Favalli, interpreta el desastre como una ruptura de los cinturones de Van Allen y una desestabilización de los polos, lo que habría soltado partículas radioactivas sobre el planeta.

La escena funciona como una bomba dramática, pero ¿cuánto hay de ciencia real en esa teoría? Según el astrónomo César Fuentes, académico del Departamento de Astronomía de la Universidad de Chile y Ph.D. en Astrofísica por Harvard, no mucho. Aunque los cinturones de Van Allen existen; y sí contienen protones y electrones atrapados por el campo magnético terrestre, no están diseñados para explotar ni colapsar de forma súbita. De hecho, si el campo magnético desapareciera, esas partículas no caerían sobre la Tierra como una lluvia radioactiva: simplemente se dispersarían al espacio, como polvo en el viento.

En términos geológicos, lo que sí podría pasar es algo parecido a lo que le ocurrió a Marte. La pérdida progresiva del campo magnético dejaría la atmósfera terrestre expuesta al bombardeo solar, lo que, con el tiempo, erosionaría su capa protectora. Pero hablamos de procesos que toman millones de años, no de una nevada letal de una noche a otra. Lo que plantea El eternauta es ciencia ficción en estado puro, escrita además en un contexto específico: la Guerra Fría, la paranoia nuclear y la sensación de que el mundo podía autodestruirse en cualquier momento. Por eso no sorprende que la “toxicidad que cae del cielo” tenga ecos de las bombas atómicas, de Hiroshima, de los ensayos nucleares y del miedo a un invierno radiactivo generado por nosotros mismos.

Esta metáfora del apocalipsis autoinducido sigue vigente. No es casual que en un mundo donde seguimos ignorando el colapso climático, jugando con la inteligencia artificial y desestabilizando ecosistemas completos, historias como El eternauta vuelvan con fuerza. Porque aunque la nevada mortal no sea científicamente posible, hay otras amenazas más reales y verificadas: un asteroide, por improbable que sea, podría eventualmente impactar la Tierra. Un supervolcán podría oscurecer el planeta durante años. Incluso la explosión de una supernova cercana podría, en teoría, tener efectos devastadores sobre nuestro entorno. Pero, como señala Fuentes, la amenaza más probable sigue siendo la humanidad misma.

La destrucción que tememos ya está en marcha, pero no es producto de un colapso magnético ni de una lluvia espacial, sino del modelo extractivista, del negacionismo climático y de una tecnología desbordada sin ética ni contención. La verdadera ciencia ficción es que sigamos ignorando todo esto, creyendo que el desastre vendrá del espacio, y no de nuestra propia incapacidad para cambiar.