Aunque la Educación Sexual Integral (ESI) es reconocida por su potencial para prevenir abusos, fomentar el autocuidado y promover relaciones sanas desde la infancia, en Chile su implementación sigue enfrentando barreras profundamente culturales. Así lo revela una investigación del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile, liderada por la académica Anita Tobar, como parte del proyecto Fondecyt N°3230101. El estudio apunta a una fuerte contradicción en la percepción social: mientras se reconoce su valor, persisten temores infundados sobre una supuesta hipersexualización de niños y adolescentes.
La investigadora explica que la mayoría de los temores en torno a la ESI nacen de desinformación. Muchas personas asocian erróneamente la educación sexual con la exposición temprana a contenidos inapropiados. Sin embargo, la ESI, correctamente entendida, no se trata de enseñar genitalidad, sino de acompañar el desarrollo emocional, corporal y social desde el respeto, el consentimiento y la prevención de violencia. Más que biología, busca entregar herramientas para construir relaciones sanas y responsables, de manera progresiva y acorde a cada etapa del desarrollo.
Uno de los principales riesgos identificados en el estudio es que estos prejuicios sociales pueden derivar en censura. Cuando padres, madres o directivos consideran la ESI como peligrosa o innecesaria, muchas escuelas optan por reducir contenidos o ignorarlos por completo. Esta omisión, advierte Tobar, vulnera derechos fundamentales de niños, niñas y adolescentes, especialmente el de acceder a información adecuada para su bienestar físico y emocional. A esto se suma la falta de formación docente y respaldo institucional, lo que refuerza los temores en vez de enfrentarlos con información y diálogo.
La académica señala que enfrentar esta problemática no se resuelve únicamente con ajustes curriculares, sino con un enfoque cultural que involucre activamente a las familias. Es necesario generar instancias formativas y de diálogo entre escuelas, docentes y apoderados que permitan identificar y abordar los miedos desde el conocimiento, no desde el prejuicio. La escuela, más que un foco de conflicto, debe convertirse en un espacio seguro para educar con responsabilidad y respeto.
Tobar concluye que lo que verdaderamente hipersexualiza a la infancia no es la educación, sino el silencio. En ausencia de una ESI bien implementada, niñas y niños quedan expuestos a estereotipos de los medios, a contenidos no regulados o al consumo de pornografía sin herramientas para entender o contextualizar lo que ven. La ESI, por el contrario, está diseñada para formar personas conscientes, respetuosas y libres de violencia. En este contexto, la evidencia no deja espacio para el miedo: educar es proteger.