El concepto de “alimentación con restricción horaria” está ganando terreno, no como una dieta de moda, sino como una estrategia respaldada por la ciencia para mejorar la salud metabólica. Mariana Cifuentes, doctora en Ciencias de la Nutrición y coordinadora del Laboratorio OMEGA del INTA de la Universidad de Chile, ha dedicado parte de su trabajo a estudiar cómo los horarios en que comemos impactan directamente en nuestro bienestar. Su investigación sugiere que comer no debería ser solo una cuestión de calorías, sino de ritmo biológico.
Cifuentes destaca que esta forma de alimentarse busca alinear nuestros hábitos alimenticios con los ciclos naturales del cuerpo. No se trata de contar calorías ni de dejar de comer, sino de concentrar las comidas en una ventana de tiempo específica durante el día. “Prefiero llamarlo alimentación con restricción horaria porque es más simple, flexible y sostenible”, comenta. Protocolos como el 10:14 o el 8:16, donde se come durante 10 u 8 horas y se ayuna el resto del día, han demostrado ser compatibles con una rutina diaria estándar, especialmente si la ventana se sitúa en las horas de luz.
Desde la cronobiología, se sabe que somos más sensibles a la insulina en la mañana, lo que convierte las primeras horas del día en el mejor momento para alimentarse. Comer tarde no solo desafía este reloj interno, sino que interfiere con funciones vitales como la reparación celular y el descanso profundo. El problema es que nuestras costumbres culturales, con cenas tardías y reuniones nocturnas, muchas veces van en sentido contrario. Aun así, Cifuentes asegura que cuando las personas perciben beneficios como más energía, menos molestias digestivas y mejor calidad del sueño, resulta más fácil adoptar el hábito.
No se trata de reglas inflexibles. La investigadora insiste en que pueden existir excepciones para ocasiones sociales, pero que lo importante es la constancia. Comenzar con pasos pequeños, como ayunar 12 horas entre la cena y el desayuno, e ir reduciendo esa ventana poco a poco, puede generar cambios reales a largo plazo. Eso sí, nunca debe saltarse el desayuno y siempre se recomienda que la última comida sea al menos dos horas antes de dormir.
En un estudio reciente realizado por el INTA en adultos jóvenes con sobrepeso, una alimentación 8:16 logró reducir la grasa corporal y mejorar la sensibilidad a la insulina. Si bien los resultados aún están siendo analizados, el equipo espera ampliar sus investigaciones a otras poblaciones y condiciones de vida para comprender mejor cómo este enfoque puede aplicarse de manera segura y efectiva.