Medio Ambiente

Cianobacterias y contaminación desatan tragedia en el lago Vichuquén

Lo que antes era una postal veraniega hoy se transformó en una escena inquietante. El lago Vichuquén, famoso por sus aguas limpias y su ritmo apacible entre bosques y casas familiares, amaneció cubierto por un manto espeso y fluorescente que cambió por completo la vida del sector. La crisis salió de la esfera local cuando ocho perros murieron en pocos días, un hecho que encendió las alarmas y dejó en evidencia un problema que llevaba tiempo gestándose bajo la superficie. La comunidad reaccionó con desesperación, y organizaciones animalistas levantaron la voz para exigir protección, prevención y respuestas urgentes.

La Agrupación de Protección Animal Comuna de Vichuquén (PAV) ha sido una de las más firmes en denunciar la gravedad del escenario. Han atendido múltiples casos recientes de intoxicación en mascotas, todos con síntomas compatibles con la exposición a toxinas de cianobacterias. Los reportes hablan de pruebas hepáticas desbordadas, fallas severas en coagulación, hemorragias internas y daño renal agudo. La situación afecta principalmente a los perros, quienes beben del lago, ingieren grandes cantidades de agua y luego absorben aún más toxinas al lamer su propio pelaje. Ese ciclo crudo y silencioso se ha convertido en una trampa mortal para ellos, y en un aviso para el resto del ecosistema.

Frente a esta emergencia, la Seremi de Salud del Maule convocó una mesa intersectorial que reunió a autoridades municipales, equipos técnicos, entidades ambientales, la DGA, la Armada y la Delegación Presidencial. La seremi Carla Manosalva enfatizó que la coordinación permitirá generar información clara y basada en evidencia, asegurando además que no existen registros en centros de salud primaria que indiquen intoxicaciones humanas asociadas al lago. Sin embargo, la ausencia de casos formales no implica ausencia de riesgo, especialmente en un contexto donde los animales ya están pagando un costo altísimo.

Para entender cómo se llegó a este punto, es clave mirar lo que sucede a nivel biológico. Las cianobacterias, como explica el experto en áreas silvestres y académico de la Universidad de Santiago, Alberto Alaniz, no son dañinas por naturaleza. “Las cianobacterias no son nocivas en sí mismas, ya que son organismos fotosintéticos. El problema es que en grandes cantidades producen toxinas que pueden ser negativas para los animales. Para un perro pueden ser mortales, sin embargo, para el caso de un humano es menos probable que su consumo produzca el deceso, pero sí podría generar un cuadro de intoxicación fuerte”, detalló a Diario Usach. El problema no es su existencia, sino su proliferación descontrolada.

Alaniz explica que este crecimiento explosivo tiene múltiples gatillantes. La contaminación del agua con nitrógeno y fósforo —proveniente de la agricultura y transportados por ríos o napas hacia los lagos— es una de las principales variables. A ello se suma la presencia de partículas orgánicas derivadas de aguas servidas, que también alimentan la actividad bacteriana. El lago, entonces, se convierte en un caldo de cultivo perfecto para que estas microalgas tóxicas crezcan sin límite, dejando atrás la imagen cristalina que caracterizó a Vichuquén por décadas.

Ante este escenario, el académico de la Usach considera urgente que la Seremi impulse una investigación exhaustiva para rastrear el origen de los contaminantes. Propone la activación de una alerta preventiva, la prohibición temporal del uso recreativo del lago y la evaluación de posibles daños a ecosistemas ribereños, fauna nativa y fuentes de agua utilizadas para riego o consumo humano. El riesgo no se limita a la superficie. “Esto podría ser nocivo también para seres humanos, si se utiliza agua contaminada extraída mediante bombas desde el lago o mediante norias”, advierte Alaniz. La crisis ambiental de Vichuquén no es solo una tragedia para las mascotas; es un síntoma de un problema mayor que ya golpea a la naturaleza y podría alcanzar a las personas si no se actúa con rapidez.

La otra cara del aire limpio en Chile

Chile lleva dos décadas avanzando en su batalla contra la contaminación del aire, y por primera vez existe un panorama tan completo como incómodo sobre lo que realmente respiramos. Un estudio publicado en junio de 2025 en la revista científica Atmosphere —titulado Current Status, Trends, and Future Directions in Chilean Air Quality: A Data-Driven Perspective— ofrece la radiografía más extensa hasta ahora: más de 180 millones de datos horarios recopilados desde 191 estaciones de monitoreo a lo largo del país, analizados por un equipo de la Universidad de Chile, el CR2, el Ministerio del Medio Ambiente y la Universidad del Desarrollo. La conclusión general es clara: la calidad del aire ha mejorado, pero el mapa sigue mostrando heridas abiertas, especialmente en el sur y en zonas industriales del norte y centro.

El académico Manuel A. Leiva, uno de los autores del paper, sintetiza la evolución con precisión quirúrgica: “Aquí ha mejorado la calidad del aire a lo largo de los años y la única forma de verificar eso es a través de información y monitoreo”. Su afirmación se respalda con cifras que hablan por sí solas. Santiago logró reducir en casi un 40% sus concentraciones máximas de material particulado fino desde comienzos de los 2000, mientras que la caída del dióxido de azufre ha sido especialmente notoria en polos industriales como Huasco y Quintero-Puchuncaví. El país, comparado consigo mismo, respira un poco más limpio. Pero comparado con sus propios desafíos, aún está lejos de un aire justo.

La investigación profundiza en una tensión que Chile no ha sabido resolver del todo: la desigualdad territorial del aire. Kevin Basoa, investigador del CR2 y funcionario del Ministerio del Medio Ambiente, lo expone sin eufemismos: “En el sur del país, el uso intensivo de la leña sigue siendo la principal causa de los altos niveles de material particulado, y no es un problema que se resuelve solo con tecnología”. Aunque existen normas recientes como la Ley de Biocombustibles, su implementación avanza con lentitud y se enfrenta a un arraigo cultural difícil de reemplazar. A eso se suma la compleja geoclimática del país, donde la influencia permanente del anticiclón del Pacífico genera estabilidad atmosférica y limita las opciones de dispersión. Tal como recuerda Leiva, “podemos reducir las emisiones, pero tenemos barreras geográficas y climáticas que no dependen de nosotros”.

Uno de los elementos más llamativos del estudio es la mirada crítica hacia la red de monitoreo del país, considerada la más grande de América Latina. Chile cuenta con más de 200 estaciones, pero solo 125 cumplieron el estándar mínimo de datos en 2024. Hay ciudades subrepresentadas, estaciones que miden apenas uno o dos contaminantes y territorios con sobrecarga de monitoreo debido a exigencias industriales. “Tenemos una red robusta, pero con oportunidades de mejora”, insiste Leiva, dejando claro que disponer de datos no es lo mismo que disponer de información significativa. Basoa suma otra capa al análisis al valorar el rol del Estado: “Esta red se construyó gracias a políticas públicas y decisiones del Estado. Es una herramienta excepcional, pero debemos cuidarla y mejorarla”.

El paper también revisita una discusión que Chile arrastra hace años: las llamadas “zonas de sacrificio” y la urgencia de volver a mirarlas desde la justicia ambiental. La investigadora Zoë Fleming destaca que, pese a los avances, los episodios críticos no han desaparecido y requieren un monitoreo más sofisticado: “La combinación de emisiones industriales y de quema de leña en Coronel y Talcahuano hace que todavía se superen las normas de PM2.5 en algunas ocasiones del año”. Basoa refuerza la dificultad de controlar episodios de SO₂ vinculados a procesos industriales que no muestran patrones regulares y demandan nuevas estrategias de fiscalización. Las brechas territoriales —entre norte minero, sur leñero y centro urbano— son parte estructural del problema.

Más allá del diagnóstico, el estudio propone un mensaje incómodo pero necesario: sin ciencia aplicada, no hay política pública efectiva. “Después de 20 años, recién estamos logrando que los estudios científicos no queden en un paper, sino que lleguen a la sociedad y a los tomadores de decisiones”, afirma Leiva, subrayando que esta investigación busca ser una herramienta real para actualizar planes de descontaminación, mejorar la red de monitoreo y orientar nuevas inversiones. Basoa añade un recordatorio para tiempos de negacionismo climático: “En tiempos de negacionismo climático, es importante valorar el rol del Estado y de las universidades públicas. Esta red, estos datos y estas políticas existen gracias al trabajo coordinado de lo público y lo académico”.

El equipo liberó su base de datos completa en la plataforma Zenodo, convirtiéndola en un recurso abierto que otros investigadores podrán utilizar, replicar y comparar. Para Leiva, este es un aporte exportable: “Tenemos un laboratorio natural que puede ayudar a mejorar la gestión de calidad de aire en la región”. Chile, pese a sus contradicciones, vuelve a situarse como referente en monitoreo ambiental. Pero la pregunta que queda flotando es si será capaz de transformar esos datos en aire limpio para todas las comunidades, no solo para algunas.

Chile celebra la llegada de las aves migratorias con un llamado urgente a la protección

Con la llegada de la primavera, los cielos chilenos comienzan a poblarse de alas que cruzan continentes. Miles de aves migratorias, provenientes del hemisferio norte, aterrizan en humedales, costas y parques del país, dando inicio a uno de los espectáculos naturales más imponentes del planeta. Su arribo coincide con la conmemoración del Día Mundial de las Aves Migratorias, una fecha que el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) aprovechó para reforzar el llamado a la protección de estas especies, esenciales para el equilibrio ecológico y la biodiversidad del territorio nacional.

Este año, la conmemoración —que en el hemisferio sur se celebra cada 11 de octubre— pone énfasis en el papel de las comunidades locales en la creación de espacios seguros y saludables para las aves que recorren miles de kilómetros buscando alimento y refugio. Su travesía, que atraviesa desiertos, cordilleras y océanos, está marcada por desafíos crecientes: pérdida de hábitats, contaminación, cambio climático y la constante presión de las actividades humanas sobre sus rutas naturales.

El Director Nacional (s) del SAG, Oscar Camacho, destacó la importancia de este fenómeno natural y su vínculo directo con la salud ambiental del país. “Este día tiene una gran relevancia, ya que las aves migratorias cumplen un rol fundamental en el equilibrio de nuestros ecosistemas y en la sanidad del país. Muchas de ellas están protegidas por acuerdos internacionales y por la Ley de Caza chilena. Sin embargo, también representan un foco de preocupación, pues pueden portar enfermedades como la influenza aviar, de la cual Chile se mantiene libre”, afirmó.

En ese sentido, Camacho subrayó que durante esta temporada el SAG intensifica la vigilancia sanitaria a lo largo del país, con especial atención en las zonas costeras y humedales donde suelen concentrarse las especies migratorias. “La influenza aviar es una zoonosis, es decir, puede transmitirse a las personas, y su detección en planteles productivos tendría un fuerte impacto económico para el país, incluso con el cierre de mercados internacionales. La prevención es nuestra mejor herramienta”, recalcó.

Más allá del monitoreo institucional, el organismo hizo un llamado directo a la ciudadanía. Pequeñas acciones pueden marcar la diferencia: evitar dejar basura en playas o parques, controlar a perros y gatos domésticos, reducir la contaminación lumínica nocturna y no interferir con el descanso de las aves. Cada gesto contribuye a mantener el equilibrio entre la vida urbana y la vida silvestre. En Santiago, lugares como el humedal de Batuco, el Parque Bicentenario, el Parque O’Higgins y el Cerro San Cristóbal son puntos de observación clave para apreciar el paso de estas especies, que este año sumarán cerca de 72 variedades distintas.

Finalmente, Camacho enfatizó que la responsabilidad es compartida. “La protección de las aves migratorias no es solo tarea de las instituciones, sino de todas y todos. Su llegada marca un momento clave para el país, no solo por su aporte al equilibrio de los ecosistemas, sino también porque es fundamental reforzar las acciones de prevención frente a enfermedades como la influenza aviar, que hemos enfrentado con éxito gracias al trabajo conjunto entre las autoridades, el sector privado y la comunidad”, señaló.

El vuelo de las aves migratorias recuerda, una vez más, que los ecosistemas no conocen fronteras. Proteger sus rutas es también proteger la salud de las personas, la producción nacional y la imagen sanitaria de Chile en el mundo.

Científicos chilenos y europeos buscan el pasado climático del desierto más árido del mundo

Por siglos, el desierto de Atacama ha sido un símbolo de extremos: un paisaje donde la vida resiste lo imposible y donde la sequedad parece eterna. Pero la historia geológica cuenta otra versión. Este territorio, considerado el desierto cálido más árido del planeta, no siempre fue tan seco. Su pasado está marcado por ciclos de humedad y aridez que aún intrigan a la ciencia. Hoy, un grupo internacional de investigadores busca descifrar esas huellas ocultas bajo el mar, en una misión científica sin precedentes que podría cambiar lo que sabemos sobre el clima del norte de Chile.

La expedición ‘Sonne’ —a bordo de uno de los buques de investigación oceanográfica más modernos del mundo— zarpó con un objetivo ambicioso: entender cómo las corrientes del Pacífico, especialmente la corriente de Humboldt, influyeron en los cambios climáticos que moldearon al desierto de Atacama durante millones de años. En otras palabras, la misión busca conectar el pulso del océano con la respiración del desierto.

El Dr. Cyrus Karas, académico del Departamento de Ingeniería Geoespacial y Ambiental de la Universidad de Santiago, forma parte del equipo de científicos que participan en esta travesía. “Vamos a reconstruir las corrientes y temperaturas de la columna de agua, desde la superficie hasta el mar profundo; un lugar interesante donde podemos rastrear los cambios climáticos en el desierto es, por ejemplo, el mar donde desemboca el río Loa. Esto es porque los sedimentos transportados al océano por este río dependen de la precipitación en el continente”, explicó el investigador.

El plan de trabajo incluye la recuperación de núcleos de sedimentos desde el fondo marino, verdaderos archivos naturales que registran la historia climática del planeta. Cada capa de sedimento funciona como una página de un libro, acumulando información sobre lluvias, temperaturas y procesos ambientales que ocurrieron hace miles o incluso millones de años. Antes de extraerlos, los investigadores deben mapear con precisión el fondo marino mediante tecnología hidroacústica para localizar los puntos más prometedores. “La recuperación puede incluir tubos cortos, de menos de un metro, hasta núcleos de varios metros. Luego abriremos estos núcleos y describiremos la sedimentología y tomaremos muestras para análisis geoquímicos posteriores”, detalló Karas.

El equipo está compuesto por especialistas en geología, microbiología, micropaleontología y oceanografía, provenientes de Chile, Alemania, Estados Unidos y Reino Unido. En total, el buque Sonne cuenta con 17 laboratorios y una tripulación científica de hasta 40 personas. La coordinación principal está a cargo del Instituto Alfred Wegener, Centro Helmholtz de Investigación Polar y Marina (AWI), junto a la Universidad de Colonia, que lidera la jefatura científica de la expedición. El propio Karas subraya el valor del trabajo colaborativo: “El tiempo en el barco es muy caro y tiene que ser utilizado eficazmente. No se trata de una investigación individual, sino de un esfuerzo colectivo que une distintas disciplinas”.

Más allá del aspecto técnico, la relevancia de esta investigación es profundamente contemporánea. Comprender los mecanismos que impulsaron los cambios climáticos del pasado en el norte de Chile puede ofrecer pistas cruciales sobre el presente del calentamiento global. En un contexto donde los patrones meteorológicos se vuelven cada vez más erráticos, descifrar la relación entre el mar y el desierto es una manera de leer el futuro.

El Sonne no solo transporta instrumentos y científicos, sino también la esperanza de entender cómo la historia natural del Atacama puede ayudar a anticipar las transformaciones que ya enfrenta el planeta. La ciencia, en este caso, no busca solo conocimiento: busca memoria.

El plan para repoblar con guanacos la cordillera central de Chile

En un movimiento que busca reescribir la relación entre Santiago y su cordillera, dieciséis guanacos fueron trasladados desde el fundo El Trapiche, en Longotoma, hacia tres santuarios de la naturaleza en la Región Metropolitana. El operativo marca el inicio de un proceso inédito en Chile: repoblar la cordillera con esta especie icónica mediante centros de reproducción que, en el mediano plazo, permitirán liberar a los animales en su ecosistema original.

Este proyecto piloto, que une a instituciones públicas, privadas y académicas, se enmarca en el concepto de rewilding, un enfoque de conservación que propone restaurar ecosistemas con acciones activas. El objetivo es múltiple: recuperar poblaciones silvestres de guanacos, revitalizar los frágiles ecosistemas altoandinos, impulsar el turismo de naturaleza, promover investigación científica y enfrentar amenazas históricas para la especie. La apuesta no es menor, considerando que el guanaco, el mayor mamífero terrestre de Chile, hoy representa poco más del 5% de su población precolombina.

“El guanaco cumple un rol fundamental en la dinámica de los ecosistemas altoandinos. Su presencia no solo aporta a la biodiversidad, sino también ayuda a mantener vegas, praderas y humedales, ecosistemas frágiles que dependen de su presencia. Este esfuerzo marca un hito para recuperar la función ecológica de una especie clave en la zona central de Chile”, señaló Benito A. González, académico de la Universidad de Chile y director del proyecto GORE.

Los animales, donados por la empresa Sopraval tras el cierre de un plan de manejo iniciado en 2007, se convierten en el núcleo fundador de un ambicioso programa de conservación a largo plazo. Según Cristián Saucedo, director de Vida Silvestre de Fundación Rewilding Chile, “estos 16 guanacos serán parte del núcleo fundador de un programa de conservación a largo plazo. Nuestro objetivo es que, en el mediano plazo, puedan volver a ocupar y utilizar áreas desde donde desaparecieron, así como los corredores naturales que unen la cordillera central de Chile con áreas protegidas argentinas colindantes con la RM”.

Los santuarios que reciben a estos guanacos —San Francisco de Lagunillas, Cascada de las Ánimas y El Plomo— cumplen un rol estratégico al estar insertos en un territorio continuo de casi 200 mil hectáreas. Se trata de un corredor binacional que conecta la Región Metropolitana con reservas argentinas como el Volcán Tupungato y la Laguna del Diamante, un espacio clave para especies migratorias y emblemáticas como el puma y el cóndor. “Este es un paso decisivo para evitar la extinción local del guanaco en la zona central”, afirmó Sara Larraín, presidenta de la Red de Santuarios de la Región Metropolitana.

Para lograrlo, los centros de reproducción cuentan con instalaciones adaptadas a la especie: cierres perimetrales, áreas de resguardo, bodegas, vigilancia mediante cámaras y cuidadores especializados. La idea es preparar a los guanacos para su reinserción en hábitats dentro de su rango histórico, donde puedan desarrollar habilidades sociales y conductuales necesarias para sobrevivir en la naturaleza.

Este plan se sostiene en una red de colaboración inédita. La Universidad de Chile, Fundación Rewilding Chile, la Red de Santuarios de la Región Metropolitana y el Gobierno Regional trabajan junto a Conaf, el Ministerio de Medio Ambiente, el SAG, municipios y cámaras de turismo para consolidar un modelo de conservación que busca ser replicable. Más allá de la ciencia y la gestión territorial, la llegada de estos guanacos representa un acto simbólico: recuperar un pedazo de la memoria natural de la cordillera y devolverle su rol como escenario vivo, no solo como telón de fondo de la ciudad.

De vertederos ilegales a circuitos circulares la transformación que busca la moda chilena

Cada año, en Chile se botan más de 572 mil toneladas de ropa y textiles. Esa cifra equivale al 7% de los residuos sólidos urbanos per cápita y gran parte termina en lugares donde no debería estar: vertederos ilegales o directamente en el desierto de Atacama, transformado en un “cementerio de ropa usada” que dio la vuelta al mundo como postal del consumo desbordado. Entre montañas de jeans, vestidos de fast fashion y camisetas plásticas, el norte del país se volvió un espejo incómodo de lo que cuesta sostener la cultura del usar y botar.

El Ministerio del Medio Ambiente decidió intervenir con la Estrategia Nacional de Economía Circular para Textiles al 2040, un plan que busca rediseñar la manera en que producimos, compramos, desechamos y reciclamos ropa. El documento fija cuatro metas: reducir el sobreconsumo, crear empleos formales ligados a la circularidad, aumentar la valorización de los residuos textiles y, quizá lo más urgente, erradicar los vertederos ilegales que crecen al margen de la ley.

“Esta estrategia es una invitación a dejar atrás la lógica de ‘usar y botar’ y avanzar hacia un modelo en que los materiales se aprovechen el mayor tiempo posible, reduciendo impactos ambientales y generando nuevas oportunidades para las personas”, explicó el ministro (s) de Medio Ambiente, Maximiliano Proaño. La idea no se queda en un discurso general: hay 18 iniciativas y 47 acciones concretas en áreas como Cultura Circular, Regulación Circular e Innovación Circular que deberían empujar un cambio profundo.

El diagnóstico es brutal. Chile no solo alberga el vertedero textil más grande del planeta, también lidera en Latinoamérica la importación de ropa usada. La ONU reportó que en 2021 fue el cuarto importador mundial de este tipo de prendas y el Banco Central contabilizó 131.574 toneladas ingresadas en 2022. Eso, sumado a una curva de consumo que crece sin pausa, con un salto de 13 a 50 prendas nuevas compradas al año por persona entre 2015 y 2020, refleja una adicción al textil barato y desechable.

Lorena Ramírez, jefa del Laboratorio de Investigación y Control de Calidad de Cueros y Textiles (LICTEX) de la Universidad de Santiago, lo resume sin adornos: “Toda la industria textil en sí contamina de diferente manera, desde que se fabrica, se produce, se procesan las materias hasta obtener las prendas. En estos procesos se produce contaminación del agua, de la vida marina, emisiones de gases, generación de grandes cantidades de desechos, entre otros, la mayor diferencia radica en el post consumo ya que al desechar las prendas sintéticas permanecerán en el planeta por lo menos 200 años ya que no son biodegradables”.

La estrategia busca darle vuelta a esta realidad incentivando que las empresas fabriquen ropa más duradera, con materiales menos tóxicos, que se fomente la reparación y que se abran más espacios para la recolección y el reciclaje. Además, pone en el centro la industria de segunda mano, hoy en pleno boom, como un aliado clave para bajar la presión sobre la cadena de producción. En paralelo, expertos llaman a que el cambio cultural venga también desde los consumidores: no basta con comprar “verde” o “eco”, sino consumir menos y con más conciencia. “Un consumo razonable es consciente, reflexivo, donde hay una necesidad real… en cambio el sobreconsumo suele ser una compra impulsiva, acumulativa, sin preocupación”, explicó Ramírez.

La apuesta es ambiciosa y a largo plazo. El desafío será lograr que el discurso no quede en buenas intenciones y que las toneladas de ropa que hoy se acumulan en el desierto dejen de ser el símbolo más gráfico de una industria que, mientras alimenta closets, también devora territorios.

La apuesta chilena por un sistema integral de salud para los humedales

Los humedales, al igual que los bosques, son considerados pulmones vitales del planeta. Su capacidad para capturar dióxido de carbono, liberar oxígeno, suministrar agua potable y albergar el 40% de las especies terrestres y marinas los convierte en ecosistemas esenciales. Sin embargo, en Chile —donde representan cerca del 5,9% del territorio— enfrentan un futuro incierto. En el último siglo, alrededor del 60% de estos espacios han desaparecido debido al impacto humano, la contaminación y la crisis climática.

Conscientes de esta urgencia, la Universidad de Santiago de Chile impulsa el proyecto Fondef “Investigación y desarrollo de ECO-H”, un módulo de diagnóstico, predicción y visualización en tiempo real de la salud integral de los humedales. Liderado por el Dr. Juan Carlos Travieso, investigador de la Facultad Tecnológica, el plan busca innovar en el monitoreo y generar una herramienta capaz de entregar información útil para la conservación. “Lo que buscaremos desarrollar es una plataforma tecnológica para conocer el estado actual de los humedales, predecir la tendencia futura y generar recomendaciones para su conservación o recuperación”, explica el académico.

La propuesta combina imágenes satelitales históricas, datos ambientales y algoritmos avanzados para realizar diagnósticos ágiles, predicciones confiables y alertas tempranas. Según Travieso, uno de los principales problemas de los sistemas actuales es que los datos recolectados no se convierten en conocimiento práctico. “Actualmente, se realizan estudios ecosistémicos en el contexto de litigios con mineras, empresas o comunidades, y se requieren paneles de expertos que pueden demorar entre tres y seis meses en emitir un informe. En cambio, con esta tecnología queremos entregar diagnósticos ágiles y predictivos, con capacidad de alertar de manera temprana sobre cambios en los ecosistemas”, señala.

El proyecto, que se extenderá por dos años, cuenta con la colaboración de Andes Electrónica, especialista en monitoreo tecnológico, y la Fundación Valle Lo Aguirre, administradora de la Laguna Carén, donde se realizará el piloto inicial. También recibe el respaldo de la Vicerrectoría de Investigación, Innovación y Creación de la Usach, a través del programa Puente DGT. El prototipo se instalará en Laguna Carén, reconocida por su biodiversidad de aves, y se espera escalarlo a nivel nacional, con la ambición de expandirlo a ecosistemas internacionales en una etapa posterior.

Más allá del inventario de humedales ya existente en Chile, ECO-H busca avanzar hacia un sistema integral que permita evaluar la salud de estos espacios, anticipar escenarios críticos y recomendar medidas de restauración o conservación. Con ello, el país podría contar con una herramienta tecnológica única en la región para enfrentar la crisis hídrica y ambiental, transformando la forma en que se protege y gestiona uno de los ecosistemas más valiosos y amenazados del planeta.

Investigadores chilenos documentan nuevas dinámicas en cuencas de montaña

El ciclo del agua en Chile central enfrenta transformaciones profundas a raíz del cambio climático. Variaciones mínimas de temperatura han comenzado a modificar los patrones históricos de precipitación, alterando la cantidad de agua que circula en las cuencas y la concentración de minerales disueltos. Esto afecta de manera directa la calidad de los recursos hídricos que abastecen a los valles donde vive más de la mitad de la población del país.

Un estudio liderado por el Dr. Marcos Macchioli, investigador post-doctoral del Departamento de Geología de la Universidad de Chile, se adentró en la generación y transporte de solutos en las cuencas del Mapocho y del Maipo, ambas sin actividad minera directa pero fundamentales para el suministro de agua de la Región Metropolitana. “Estos comportamientos están muy ligados al tipo de roca, ya que no todas se disuelven por igual. Las del Maipo Alto, por ejemplo, se disuelven mucho más fácilmente”, explicó el especialista, tras documentar cómo las diferencias en la geología de cada cuenca determinan patrones contrastantes en la composición del agua.

En el Maipo Alto, dominado por rocas carbonatadas-evaporíticas, la concentración de elementos químicos disminuye a medida que aumenta el caudal, salvo en el Cajón de las Melosas, donde ocurre lo contrario. El Mapocho Alto, con predominio de rocas volcánicas-silícicas, presenta en cambio patrones de quimiostasis, es decir, solutos que se mantienen constantes incluso con el incremento del caudal, fenómeno también observado en el río Yeso. Estas diferencias, descritas por primera vez en la literatura especializada, amplían la comprensión sobre la relación entre agua y roca en un territorio crítico para la seguridad hídrica nacional.

El propio estudio subraya la urgencia de estos hallazgos. “Comprender el comportamiento de los solutos es crucial para mejorar las evaluaciones de la calidad del agua y las líneas de base geoquímicas, especialmente en una zona tan densamente poblada, que actualmente sufre escasez de agua debido a la sobreexplotación y a un escenario de sequía decenal”, señala textualmente la publicación. Esta perspectiva cobra relevancia en un contexto donde la presión sobre los recursos hídricos exige políticas más informadas y precisas.

El trabajo de Macchioli se suma al de otros investigadores de la Universidad de Chile que exploran el ciclo del agua en la llamada Zona Crítica, la capa superficial de la Tierra que sustenta la vida. La Dra. Alida Pérez-Fodich investiga la generación de solutos en cuencas volcánicas del sur; el Dr. Matías Taucare ha descrito drenajes ácidos naturales en la cordillera; y estudiantes de doctorado guiados por la Dra. Linda Daniele estudian la calidad del agua en acuíferos de la Araucanía. En conjunto, estas investigaciones contribuyen a una visión interdisciplinaria que busca fortalecer las bases científicas para la gestión hídrica en Chile.

Respaldado por el proyecto Fondecyt de postdoctorado n°3220318, este esfuerzo se proyecta más allá del ámbito académico. “Este conjunto de datos puede ser utilizado por los responsables de políticas, gobiernos regionales y otros tomadores de decisiones de asuntos públicos de Chile Central, que se ocupan de la gestión de los recursos hídricos”, sostiene el paper, dejando claro que la ciencia busca incidir en las decisiones que marcarán el futuro del agua en el país.

La liebre europea rompe fronteras y llega a Atacama

Aunque para muchos resulta común ver liebres y conejos en distintos rincones de Chile, pocos saben que ninguno de los dos animales es nativo. Ambos fueron introducidos hace más de un siglo y, desde entonces, su expansión ha sido imparable. Un reciente estudio liderado por el investigador Gabriel Lobos, del Centro de Estudios de Vida Silvestre de la Universidad de Chile, confirma que la liebre europea (Lepus europaeus) ya rompió la barrera natural que hasta ahora la había mantenido limitada a Copiapó y alcanzó el extremo norte, colonizando incluso ambientes extremos como el Desierto de Atacama y el altiplano andino.

Lo preocupante no es solo la llegada, sino el impacto que este animal invasor podría tener en ecosistemas donde cada planta y especie endémica cumple un rol irremplazable. A diferencia del sur de Chile, donde ya se sabe que liebres y conejos compiten directamente con la ganadería ovina, en el norte la amenaza está dirigida a la vegetación escasa y altamente frágil, así como a especies en peligro crítico como las chinchillas de cola corta y de cola larga. La expansión de la liebre altera la composición de la flora, aumenta la competencia con herbívoros nativos y pone en jaque la supervivencia de animales cuya existencia depende de un delicado equilibrio en zonas áridas.

El estudio también advierte que las liebres se asocian estrechamente a los canales de regadío, lo que las convierte en un riesgo no solo para la biodiversidad, sino también para la agricultura del norte de Chile. Regiones como las cuencas de los ríos Loa, Copiapó, Azapa o Tana ya muestran señales de invasión, y con ellas la posibilidad de pérdidas económicas para agricultores locales. La experiencia histórica con conejos demuestra que, si no se toman medidas preventivas, los efectos pueden ser difíciles de revertir.

Pero la liebre también ha comenzado a integrarse a la cadena trófica local. Investigaciones muestran que carnívoros como el zorro culpeo y el puma han modificado su dieta para incorporar a esta presa abundante, compensando la disminución de especies nativas producto del cambio climático, la sequía y la pérdida de hábitat. Aun así, Lobos advierte que eliminar completamente a la liebre podría generar un efecto dominó en los depredadores que hoy dependen de ella, lo que hace aún más complejo cualquier plan de erradicación.

El desafío, por ahora, está en el monitoreo y en la evaluación constante de su impacto real. Aunque la caza ha sido hasta ahora la principal medida de control, no existen estrategias masivas de manejo como las que se aplican con los conejos. Mientras tanto, la presencia creciente de la liebre europea en zonas extremas del país abre un debate urgente sobre cómo proteger la flora, los herbívoros endémicos y la agricultura del norte sin desestabilizar a los depredadores que ya han aprendido a convivir con esta especie invasora.

La raya diamante amplía su presencia en las aguas chilenas

Una especie marina hasta ahora casi desconocida en Chile, la raya diamante (Hypanus dipterurus), ha sido confirmada como residente estable en la bahía de Arica, sumando un importante aporte al conocimiento de la biodiversidad marina nacional. Liderado por un equipo internacional con participación de investigadores de la Universidad de Chile, el estudio que da cuenta de esta presencia fue publicado en la revista Journal of Fish Biology, y marca un avance significativo en la comprensión de la fauna marina chilena.

La investigación partió en plena pandemia con una metodología innovadora: rastrear fotografías publicadas por pescadores recreativos en redes sociales, las que revelaron la existencia constante de esta raya en aguas del norte chileno y también en el sur de Perú. Aunque se habían reportado ejemplares aislados en Antofagasta en los años 80, esta nueva evidencia apunta a una población estable y posiblemente permanente en la zona.

Los científicos aplicaron además modelos de distribución que combinaron datos georreferenciados con variables oceanográficas como temperatura y salinidad, lo que no solo confirmó su presencia en el norte, sino que proyecta posibles poblaciones desconectadas hacia el centro-sur del país. Esta expansión podría estar relacionada con el calentamiento global y eventos climáticos como El Niño, fenómeno que ha impulsado el desplazamiento de diversas especies hacia latitudes más australes.

Considerada “Vulnerable” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la raya diamante enfrenta riesgos propios de su biología, como lento crecimiento y baja fecundidad, sumados a la presión pesquera. En Chile, a diferencia de otras especies de raya, no existen aún medidas específicas de manejo ni protección legal, lo que genera incertidumbre sobre su real estado poblacional y sobre la cantidad extraída en actividades pesqueras.

Los investigadores destacan que la colaboración con las comunidades pesqueras es fundamental para avanzar en la conservación. Más que imponer restricciones, se trata de construir un diálogo que integre el conocimiento local y permita la autorregulación de las capturas, asegurando así la protección de esta especie y del ecosistema marino en general.

Respecto al riesgo para humanos, la raya diamante, aunque posee un aguijón para defensa, no representa una amenaza activa. Los incidentes ocurren por provocaciones o accidentes, como el conocido caso del fallecimiento del “cazador de cocodrilos” Steve Irwin. En su comportamiento natural, esta raya es esquiva y se alimenta de pequeños peces e invertebrados, evitando el contacto con personas.

Los científicos llaman a actualizar los listados oficiales de fauna marina chilena y a implementar urgentemente medidas de manejo para especies vulnerables como esta raya. También valoran el papel que las redes sociales han jugado en facilitar el acceso a datos que de otro modo serían inaccesibles, demostrando que la ciencia colaborativa y en red puede aportar grandes avances.

El estudio fue dirigido por Diego Almendras y contó con un amplio equipo multidisciplinario y transnacional, que refleja cómo la investigación marina requiere un enfoque colaborativo para descubrir y proteger las muchas especies aún poco conocidas que habitan el océano Pacífico.