La precordillera de Santiago es un ecosistema único, que no solo cautiva por su particular biodiversidad, sino que también provee de múltiples servicios fundamentales para el bienestar humano y calidad de vida en la ciudad. Protección contra aluviones, purificación del aire y su valor como espacio cultural y de recreación son algunos de los beneficios que entrega este paisaje que, tras el confinamiento por la pandemia, comenzó a ser cada vez más frecuentado por las y los santiaguinos.

Sin embargo, esta área del cordón montañoso en la capital, también conocida como piedemonte, que se extiende entre los 700 metros y los 1.500 metros de altura e incluye a las comunas de Las Condes, La Reina, Peñalolén, La Florida y Puente Alto, se encuentra seriamente amenazada por la urbanización y la débil gestión territorial.

Conscientes de esta situación, y con el fin de apoyar la conservación de este valioso ecosistema, es que un grupo de científicas y científicos de la Universidad de Chile y del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) desarrolló un método para cuantificar los servicios ecosistémicos culturales del piedemonte santiaguino, es decir, los beneficios sociales y culturales que este espacio natural ofrece a las personas, contribuyendo a su bienestar. El estudio, liderado por Soledad Alvarez-Codoceo (U. de Chile), Claudia Cerda (U. de Chile) y Jorge Pérez-Quezada (IEB y U. de Chile), fue publicado en la revista científica Urban Forestry & Urban Greening.

Para ello se realizaron entrevistas y encuestas a diversos usuarios, quienes evaluaron los sitios y la presencia de atributos como: belleza escénica, accesibilidad, rango visual e importancia cultural.

En ese contexto, se determinó que el factor más valorado por la comunidad es la accesibilidad, aspecto que también considera elementos como la facilidad de entrada o la existencia de senderos habilitados, barandas y otros. En segundo lugar, los encuestados -entre los que se encuentran turistas, deportistas, científicos, administradores de predios, entre otros visitantes-, declararon como relevante la belleza escénica, que incluye la experiencia subjetiva. Asimismo, se constató que el nivel más alto de provisión de estos servicios se concentraba en quebradas y parques recreativos establecidos, tales como: Quebrada de Macul, Aguas de Ramón, San Carlos de Apoquindo y Parque el Panul.

“Este trabajo surge en el contexto de un proyecto del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, que buscaba definir áreas protegidas de patrimonio natural en el piedemonte de Santiago. Seleccionamos seis áreas de conservación que cubrían toda la zona de estudio, evaluando los servicios ecosistémicos culturales y otros como el control de aluviones e inundaciones, y purificación del aire. Realizamos encuestas para analizar los atributos y tipificamos a los tipos de visitantes. Y finalmente, si bien detectamos que había áreas más reconocidas por los visitantes, definimos que todo el piedemonte es altamente valioso y de una importancia vital para su protección y conservación. No obstante, hemos visto también que muchos de estos lugares presentan degradación o han sido intervenidos, por ejemplo con edificaciones”, explicó Jorge Pérez Quezada.

“El estudio cuantifica y mapea la provisión de servicios ecosistémicos culturales. Esto último, nos permite identificar zonas u elementos importantes de resguardar y potenciar, que actualmente nos bridan experiencias que valoramos y que contribuyen al bienestar humano”, complementó Soledad Álvarez, investigadora principal de este trabajo.

Con una superficie de 146 km2, el piedemonte andino de Santiago presenta áreas urbanas de baja densidad y una biodiversidad única, como el bosque esclerófilo, ecosistema amenazado por la megasequía, entre otros factores. En cuanto a la fauna, en esta zona existen más de 130 especies de vertebrados, de las cuales un 16 por ciento son endémicas de Chile (es decir habitan solamente en Chile y en ningún otro lugar del mundo), el 76 por ciento son nativas y el 22 por ciento están amenazadas.

Actualmente, el área de estudio contiene siete parques recreativos utilizados por turistas y residentes de Santiago. Seis de ellos están bajo la administración de la Asociación Parque Cordillera, que se encarga del mantenimiento de los senderos, la instalación de señalización y la dotación de guardaparques, recibiendo a alrededor de 2.300 mil visitantes anuales. El séptimo parque es El Panul, ubicado en La Florida, el cual pese a no contar con una administración formal es defendido por los vecinos y presenta una altísima demanda de visitantes.

“Nuestro estudio fue realizado antes de la pandemia, pese a lo cual encontramos un alto conocimiento y valoración de estas áreas en la Región Metropolitana, como es la precordillera, zona donde además existe vegetación nativa. La pandemia nos golpeó muy fuerte y entendimos mucho mejor la importancia de estar al aire libre, escuchar los pájaros o ver el agua correr. La gente se volcó a estos lugares que nos acercan a la naturaleza, y nos ayudan a disfrutar y relajarnos. En ese contexto, pensamos que este artículo tiene relevancia, pues deja en evidencia la importancia de los servicios culturales que otorga la naturaleza. Por otro lado, también nos muestra que es fundamental abrir estos espacios y brindar un mayor acceso a las personas, lo que además es clave para que estas puedan valorar y proteger los ecosistemas”, señaló Jorge Pérez Quezada.

En ese contexto, Soledad Álvarez destacó que el piedemonte corresponde a un espacio único de conexión con la naturaleza y de recreación para los habitantes de la ciudad de Santiago, ya que es una zona presionada respecto al uso del suelo, y la conservación no es el único uso que está en competencia. Por ello, el estudio “también es importante desde el punto de vista de la planificación territorial, ya que permite identificar las zonas y elementos del piedemonte que se deben resguardar y/o potenciar, para garantizar el bienestar de las personas en la ciudad a lo largo del tiempo”, sostiene la científica.

Respecto a las amenazas, Jorge Pérez advierte que las mayores existentes son el cambio del uso de suelo y la degradación. “El riesgo de incendio también es otro factor importante, que puede incrementarse con las mismas visitas. Y a esto se suma la amenaza del cambio climático, pues vemos cómo los árboles se están secando y, por ende, dejan de cumplir las funciones que tenían. Un sector con árboles secos no va a retener el agua de la misma manera. Lo mismo pasa con otros servicios ecosistémicos”, comentó Jorge Pérez-Quezada.

Por todo ello, asegura que si bien la visita de personas a estos espacios es relevante y debe fomentarse aún más, también es muy importante que se realice de forma organizada y respetuosa, controlando la carga de turistas con apoyo de entidades como la Asociación Parque Cordillera, “quienes cumplen un importante rol en la regulación”. Del mismo modo, advierte que favorecer la conservación completa del piedemonte es una tarea crucial pero compleja, pues la mayoría de la superficie no corresponde a áreas de acceso público.

Para avanzar en esta línea, Soledad Álvarez destacó que el llamado es a consensuar acciones entre actores del mundo público, privado y ciudadanos. “El piedemonte en su mayoría pertenece a privados, por ende, estamos obligados a interactuar con ellos para tener éxito en la conservación. Por otro lado, este es definido como Zona de Preservación Ecológica por el Plan Regulador Metropolitano de Santiago, lo cual constituye un resguardo por parte del Estado para esta zona. Sin embargo, hoy en día esta medida no ha sido suficiente, ya que gran parte de las iniciativas de conservación y protección de la naturaleza han sido gracias a los ciudadanos y ONGs”, puntualizó.