La pandemia ha obligado a miles de personas a permanecer al interior de sus hogares, sin que hayan podido interactuar ni compartir con sus familiares o amigos. Incluso, en muchos casos, el confinamiento ha alterado considerablemente sus rutinas y las ha limitado en su trabajo y movilidad, al no poder realizar las cosas que a diario estaban acostumbradas a hacer ni menos salir a la calle a caminar o ejercitarse.

A juicio de los especialistas, esta realidad estaría contribuyendo a acelerar el deterioro cognitivo y los fallos repentinos de la memoria, en especial entre los adultos mayores.

Antes de la aparición del coronavirus causante de la Covid-19, cerca del 11% de las mujeres y hombres mayores de 60 años en nuestro país presentaba algún tipo de deterioro cognitivo importante, según daba cuenta la última Encuesta Nacional de Salud. Ahora, las proyecciones médicas advierten que su prevalencia bien podría duplicarse de aquí a 2030.

Este fenómeno, que la mayoría de la gente confunde o asocia erróneamente con la demencia u otras enfermedades neurodegenerativas -como el Alzheimer- no corresponde a una patología, sino que tiene su origen en el proceso natural de envejecimiento que afecta a nuestro cuerpo y, en particular, al cerebro.

El problema es que situaciones estresantes o que impiden a las personas realizar una vida con normalidad, limitándolas en sus movimientos y actividad cognitiva, favorecen la aparición de este proceso en forma mucho más temprana.

Según explica el médico neurocirujano Antonio Orellana Tobar, decano de la Facultad de Medicina de la U. de Valparaíso y especialista en temas del cerebro, es normal, por ejemplo, que a partir de cierta edad, una persona olvide de pronto dónde dejó las llaves de la casa o del auto, pierda momentáneamente el equilibrio al caminar o tenga que releer varias veces un texto para comprenderlo mejor, entre otras manifestaciones esporádicas.

“La pérdida de la capacidad cognitiva obedece al desgaste o involución natural que experimenta todo ser humano al enfrentar la etapa madura de su vida, y cuyas principales señales son la disminución gradual de algunas aptitudes y destrezas, tanto físicas como mentales, y fallos repentinos de la memoria”, precisa el doctor Orellana.

Lo anterior difiere de los olvidos persistentes, la desubicación espacial y los problemas motores capaces de afectar las actividades diarias de un individuo, las que, como tales, son signos de un daño neurológico mayor que puede desembocar en una enfermedad puntual (como Alzheimer, entre otras) o en un accidente cerebrovascular.

“Desde el punto de vista neurofisiológico, cuando hablamos de deterioro cognitivo apelamos entonces a un ‘agotamiento del sistema’ derivado de alteraciones moleculares y, por cierto, de la muerte paulatina e irreversible de las neuronas, las células de nuestro sistema nervioso que tienen la función de recibir, procesar y transmitir la información que captamos a través de los sentidos, las cuales tienen un número limitado y no se pueden reemplazar. Ahora bien, lo que hoy estamos viviendo como resultado de la pandemia bien podría contribuir en algunas personas a adelantar o acelerar este agotamiento. Por eso es importante mantener activos lo que más podamos nuestros cerebro y cuerpo”, añade el decano de la Facultad de Medicina de la UV.

En promedio, la persona que presenta deterioro cognitivo se ve afectada -poco a poco- por una incapacidad cada vez más recurrente para retener información y, por tanto, va perdiendo la memoria reciente mientras siente que se le agudiza la del pasado. A ello se suman episodios de desorientación espacial y, en casos más avanzados, hasta de extravío de la conciencia témporo-espacial o de las dimensiones de su propio cuerpo.

Para el Decano de la Facultad de Medicina de la U. de Valparaíso, lo mejor que se puede hacer para retrasar los efectos de este irreversible proceso es mantener una actividad permanente, tanto física como mental, e idealmente ambas. 

“Hacer ejercicios, escribir a mano, leer, sacar puzles, dibujar o jabonarse en la ducha con los ojos cerrados son acciones que si realizamos a diario contribuyen a aminorar los efectos del deterioro cognitivo. Mejor aún es complementar estas opciones con prácticas sociales, como comentar un libro, salir a caminar acompañado y compartir con la familia, aunque en este tiempo esto último se ha transformado en algo mucho más difícil, pero hoy se podría hacer vía telefónica o por aplicaciones virtuales”, asegura Antonio Orellana. 

El valor que tienen este tipo de ejercicios es que ayudan a renovar la estructura y funcionamiento del cerebro y permite formar nuevas conexiones sinápticas. 

“Se estima que al cumplir los 90 años una persona sana -en promedio- ha perdido cerca del 50% de sus neuronas (cuyo número total bordea los 86 mil millones), sin que por ello, necesariamente, esté imposibilitada de razonar o cumplir con sus actividades diarias en forma normal. Esto se debe a la plasticidad neuronal (neuroplasticidad) o capacidad que tiene el cerebro para recuperarse y reestructurarse. Este potencial adaptativo del sistema nervioso permite a este órgano reponerse a trastornos o lesiones y, de paso, reducir los efectos de alteraciones estructurales producidas por patologías o el propio deterioro cognitivo. De ahí que realizar acciones nuevas que nos obliguen a re-pensar los hábitos o acciones que a diario realizamos sea algo positivo y nos ayuda a mantener menos envejecidos nuestros cerebros”, concluye el doctor Antonio Orellana.